Por: Neftalí Coria
Para Luis Manuel Rodríguez García, actor.
Por estos días he vuelto a la lectura de El túnel de Ernesto Sabato. Siempre vuelvo a las novelas y al pensamiento de este autor que admiro de verdad. En mi taller ambulante con amigos y amigas que acuden cada jueves, establecimos un apartado para leer novelas. Y hemos leído ya “La balada del café triste” de Carson McCullers, y ahora estamos avanzando con la novela de Sabato. Para mí es una lectura añeja y que creo que su historia ha madurado en mí de una manera notable, que si bien no acierto en la comprensión de la psicología de los personajes, sí he logrado comprender el humus dramático, que sobre todo, su protagonista contiene y por lo pronto, en el entendido que tengo amigos actores, he tomado la decisión de intentar una versión escénica de este inmensa historia y dejar por un tiempo de lado la adaptación de otra novela para teatro, que es tan buena, que me resulta complejo elegir secuencias y escenas.
Es cierto, leer El túnel esta vez, me ha resultado sumamente revelador en esta última lectura, aunque al parecer, las veces que la he leído, he dicho lo mismo, salvo que ahora surgió la idea de hacer una versión escénica e intentar montarla.
La primera vez que la leí –a finales de los años ochenta– lo hice sin detenerme hasta el final y sin darle freno a los ojos que se hacían grandes frente una historia de inconmensurable intimidad criminal y amorosa a un tiempo. Siempre las primeras lecturas de una obra que nos fascina, no se olvidan y es importante recordar las primeras impresiones y de preferencia, hasta anotarlas. Lo hice con esta y otras novelas, por supuesto, incluyo el Quijote. A veces releo las notas de la primera lectura de El Quijote y me divierten.
Pero vuelvo a El túnel y me pregunto, qué clase de ser puede y es capaz de hacer pedazos esa tela que “protege” todo lo que no se dice en voz alta ante nadie y por ningún motivo. Y Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne, llega hasta la confesión más aguda que puede hacer un hombre frente a la escritura, porque como se sabe, la historia la cuenta (la escribe) el asesino y sus intenciones, es publicarla.
No he visto otro relato con tales dimensiones y con el alcance que tiene en sí mismo. Pero me pregunto ¿Qué es lo que se ve en este discurso que crece hasta lo alto y con la claridad de un cristal limpio por el que asoman los ojos incautos de un lector de novelas? ¿Qué es lo que enciende los motores del artista reconocido en Buenos Aires, primero a meterse por la fuerza al corazón traidor de María y amarla como ama una espada la piel que va a penetrar?
Es inolvidable la escena donde está María y Juan Pablo cerca de un acantilado –engañando a Allende, marido de María, y de paso a Hunter, el otro amante de María– donde Juan Pablo desata los primeros balbuceos del asesino que se va construyendo dentro de sí, impulsado por el encuentro y el amor que también cree verlo crecer en su corazón. Ahí se sabe que comienza a aclararse el deseo por destruirla, por quitar de su camino a una mujer como él, con el alma desatada y siniestra, aunque con rasgos diferentes; María es calculadora, silenciosa, guardando sus obsesiones sin dejar de llevarlas a los hechos de manera sutil, pero cínicamente, mientras que Juan Pablo vive en el arrebato, la rapidez, la permanencia del pulso argumentativo, la fabricación de estrategias y argumentos múltiples, la mayor parte razonables, críticos, atrevidos y acertados.
No hay que olvidar que, en la búsqueda y persecución de María, después que sabe dónde encontrarla y la encuentra, la jala del brazo y la lleva a un sitio donde le exige explicaciones y respuestas que parecen absurdas, descabelladas, mientras ella mira un árbol, aunque sospecho que había ya un lazo invisible, pero fuerte que ya los unía. No quiero abundar en lo que sucede en la novela. Y ahora recuerdo lo que dijo Sabato, cuando le preguntaron sobre sus personajes que viven las profundidades de la locura y los extremos dramáticos de la vida. Y respondió algo que me asombra y lo puedo entender porque lo he visto de cerca. Dijo que el novelista –lo parafraseo– es capaz de entrar al infierno de la locura y salir con la voluntad propia. Y sí, yo creo que el novelista –el poeta de otras maneras–, tienen pase de entrada al infierno de la desolación, la locura y hasta a las llamas de la alegría y volver para cerrar los cuadernos donde viven.
También recuerdo su respuesta cuando un periodista le preguntó, si El túnel era una novela autobiográfica. Sabato le respondió que no, por supuesto que no, él no era un asesino… pero ganas no le hacían falta.
En la novela, hay situaciones destructivas entre María y Juan Pablo, y desde un principio puede notarse a dónde va la historia de María, sobre todo. Y no hay duda, en las primeras tres líneas de la novela dice qué va a pasar y con eso podríamos contentarnos, pero hay que saber cómo pasó todo aquello de lo que ya sabemos y esperamos saber cómo la mata. Incluso se puede pensar que Juan Pablo quiere destruirla porque son iguales, por el simple detalle que descubrió a María mirando el recuadro de una mujer mirando el mar en uno de sus cuadros y allí comienza todo: la búsqueda, la persecución, el encuentro, el amor, los celos, el desquiciamiento, hasta el asesinato con puñaladas en el pecho y el vientre.
Aunque he sabido que la lectura de esta novela a algunos les ha molestado y ha odiado al personaje, llamándolo superficialmente “loco”, “despiadado”, yo creo que es porque también miran el recuadro donde una mujer mira el mar, en el cuadro “Maternidad” de Juan Pablo Castel. Y quizás no encuentren un hilo que a mí me ha hecho aprender, dónde están los abismos del alma humana y cuál es su profundidad.