Juan García Chávez
¡Salió bueno el Silabario de Rosenda!, aprendió a leer y a escribir. José Rubén Romero pública en 1946, Rosenda, ambientada en Tacámbaro. Salustio le encomienda al narrador pedir la mano de su novia Rosenda –alta, de grandes ojos verdes, cabello largo en trenzas-, que vive en Pino Solo, y efectivamente nuestro narrador acompañado del compadre Perea realizan el pedimento, el papá de Rosenda que se las endilga. Ya en Tacámbaro ella queda a resguardo en casa de doña Pomposa. Salustio se volvió ojo de hormiga, dejó a Rosenda: “Como a las novias de Atenco: vestida y alborotada”.
Rosenda se negó a regresar a Pino Solo, parecía “como las planchas de los sastres que llevan la lumbre por dentro.” Nuestro narrador se hace cargo de ella e inician una relación amorosa reservada de “casa chica, mejor guardada”.
Y nos cuenta: “Suavemente la atraje a la cama, en cuyo borde se sentó. Mis brazos rodearon su cintura; mis manos como no queriendo la cosa, se posaron sobre su pecho, opulento y poderoso, no obstante, la dictadura del corpiño, que no le permitía lucir con esplendor.
Ella no cooperaba a mi ansioso afán por desvestirla, pero tampoco se oponía, ni siquiera para encubrir su tesoro: unas piernas maravillosas, unas caderas cinceladas en mármol, unos senos de redondez trazada como con un compás…”
El compadre Perea expresa: “–Alguien la está ayudando a vestirse y, seguro, también a desvestirse. ¿Se ha fijado, compadre, que las mujeres visten mejor cuando para lograrlo, tiene que desvestirse a capricho de alguno?”
Rosenda era analfabeta, le pregunta el narrador: “–Cómo, ¿no sabes leer? […] Si tú quieres, yo te enseño. No sé si te haga bien o mal; si enseñándote a leer te arroje de tu paraíso de inocencia a un camino tortuoso de obscuridad. Enseñarte a leer, es enseñarte a sufrir. La gente de razón no toda piensa bien, pero toda disfraza sus pensamientos malos con bellas palabras que engañan a los inexpertos. Quizás con enseñarte a leer, te doy a probar un veneno que puede trastornar tus sentidos.”
Rosenda se trasladó a Morelia a causa de la Revolución, su amante llegaría días después, pero:
“–En los óbitos de un periódico de provincia apareció el mensaje de mi fallecimiento.
Rosenda compró el periódico y, ocultándolo bajo el chal, llegó a su casa ansiosa de enterarse de la noticia. Cerca de una ventana, desdobló el papel. Sí, con letra menuda, ahí estaba escrito: yo, había muerto.
En sus ojos tranquilos y verdes, verdes de un verde de mar, por la primera vez apareció el cristal opaco de las lágrimas.
Con mano temblorosa arrugó el periódico y, sollozando, dijo:
¿Y para esto me enseñó a leer…?”