A cien años de la vigencia del topónimo de Ciudad Hidalgo

Por: Elizabeth Zamudio Olivares, Cronista de Cd. Hidalgo, Michoacán

Los orígenes

La Feria de Todos los Santos es la festividad más importante y con mayor convocatoria de todas las que tiene la ciudad, la cual se extiende a todas las poblaciones del municipio, y también es muy conocida en la región oriente del estado.

Sus orígenes se remontan al 1º de noviembre de 1598, cuando llegó el Juez Congregador Martín Cerón y nombró “Cabecera de Congregación” a Taximaroa e hizo “La Traza del Pueblo”, dos eventos importantes que los habitantes celebraron con mucha pompa, la ocasión así lo ameritaba, el nuevo nombramiento le daba un estatus más elevado en la región, respecto a las demás poblaciones y la traza del pueblo se consideró como una refundación de Taximaroa ¡así que la fiesta se organizó! todos los sectores de la población participaron (españoles, mestizos e indígenas) y cada uno se manifestó de acuerdo a su idiosincrasia, fue como nació la Feria de Todos los Santos, donde hubo corridas de toros, carreras de caballos, peleas de gallos, danzas, música, comida y bebida abundante, durando la alegría del festejo ocho días en plena convivencia todos los taximaroenses.

Por su parte, la iglesia católica conmemora el día 1º de noviembre a Todos los Santos y el día 2 a los Fieles Difuntos, así que la población mezcló los dos eventos en uno y pasaron a formar parte de La Feria, la cual tomó el nombre de la festividad religiosa. Para los indígenas no fue difícil integrarse a estos festejos, ellos también tenían una fiesta desde tiempos prehispánicos en que veneraban al dios del inframundo en noviembre, en consecuencia, todos contentos.

La Feria, finalmente fue el resultado del sincretismo cultural; durante la colonia, las celebraciones del calendario litúrgico eran las que rompían la monotonía de los habitantes, pero, la feria tenía un lugar muy especial en sus vidas, permitía diversiones que no estaban toleradas por la celebración religiosa, así que, traspasaba los muros de la parroquia de San José y continuaba por las calles y los espacios destinados a las diferentes actividades feriales mencionadas, provocándose una fuerte tensión entre lo sagrado y lo profano. Así transcurre durante la colonia.

A finales del siglo XIX, empiezan a integrarse a las ferias las novedades que recién están llegando a México, como lo es el juego de la lotería, de origen italiano, introducida al país por Clemente Jacques, la cual fue rápidamente aceptada al grado de mexicanizarla, convirtiéndose en uno de los pasatiempos favoritos de la alta sociedad porfirista; 20 cilindreros también arribaron a México en esa misma época, fue un regalo del gobierno alemán al presidente Porfirio Díaz, fue toda una novedad, apareciendo en las ferias y alegrando con sus notas a los habitantes.

También a finales del siglo XIX, surge en México el circo Atayde y las carpas cómicas, distracciones que se van a integrar rápidamente a las ferias y tuvieron una presencia exitosa durante la primera mitad del siglo XX, hay que mencionar que la actividad circense ya existía, pero el circo Atayde inaugura una época de gran esplendor en las ferias del país, pasando a competir fuertemente con las caravanas de gitanos y otras actividades que se desarrollaban durante el periodo ferial.

La Feria en 1922

Sin lugar a dudas, la Feria en 1922, es una de la más sobresalientes de toda su historia, se celebró en la Plaza Centenario o Jardín Municipal, como era costumbre; las autoridades municipales se lucieron en este festejo, además lo ameritaba el logro político de haber conquistado la categoría de Ciudad, dejando atrás 14 años de prospera Villa, es así, como a partir del 1º de noviembre del año arriba mencionado, la milenaria Taximaroa pasó a ser la floreciente Ciudad Hidalgo. La población urbana y rural se volcó sobre esta festividad, poniendo de manifiesto nuevamente su capacidad de convocatoria, las novedades de la época formaron parte de la misma, la banda de música que tenía el pueblo se encontraba instalada en el hermoso kiosco que estaba en la parte interior del Jardín deleitando a todos los asistentes, y también a quienes estaban en sus casas, el pueblo era pequeño; al poniente llegaba hasta el Santuario en la Calle del Hospital (hoy Leandro Valle), en el norte, a la barranca donde hoy está la escuela Josefa Ortiz de Domínguez, que era la calle del Rastro (hoy Cuauhtémoc Norte), al oriente hasta la calle Unión (hoy Salazar donde está la Plaza de Toros), y al sur hasta la calle La Zanja (hoy Av. Morelos).

Desde unos días antes, las casas eran sometidas a una limpieza extrema, incluso barnizaban o pintaban el piso de ladrillo, la dejaban como ”un espejo”, lista para recibir a las visitas, la perfumaban y adornaban colocando unas guías hechas con la hoja de pino donde organizaron sus propios bailes familiares, amenizados con músicos llegados de diferentes poblaciones cercanas, las carpetas de punto de cruz y las tejidas a gancho salían a relucir y demostraban la destreza de las manos que las elaboraban, y desde la víspera del inicio de la fiesta se esmeraban en la preparación del mole de guajolote y demás alimentos que iban a llevar a la mesa para la celebración de la feria, costumbre que existe hasta hoy en día. Las puertas de las casas estaban siempre abiertas, a todos los fuereños o necesitados se les invitaba a pasar y degustar de los alimentos.

Las bebidas eran parte importante de la celebración, dependían del poder económico de las personas, había muchas pulquerías que hacían su agosto en noviembre, pero la “alta sociedad” contaba con su cava llena con vinos surtidos en la Ciudad de México, y no solo compraban vinos de importación, sino que también adquirían en los grandes almacenes las telas para hacer sus vestidos y trajes a la moda, para el “estreno de Todos Santos”, mientras que en la población las familias que podían se mandaban hacer sus prendas localmente, pero en la gran mayoría era la mamá quien hacía los estrenos para la numerosa familia, los zapatos también eran parte del ajuar, todo estaba listo para la feria.

El día 1º de noviembre la parroquia estaba abarrotada desde muy temprano, los feligreses primero cumplían con sus deberes católicos, para después dedicarse a las diferentes actividades mundanas que se desarrollaban con motivo de la Feria; la Calle de las Carreras (hoy Melchor Ocampo Poniente), era el lugar que fungía como “hipódromo”, donde había una amplia participación de aficionados masculinos y femeninos que mostraban sus habilidades en las suertes de la charrería; de igual manera, el palenque tenía muchos seguidores y participantes; la corrida de toros era la cereza del pastel, la gente acudió con mucho glamour, y se daba permiso de sacar su parte primitiva gozando intensamente ante la tragedia del toro, esto sucedió en lo que hoy es la Plaza de Toros El Relicario.

Alrededor del Jardín estaban los diferentes puestos de madera, que desde muy temprano ya estaban ofreciendo su mercancía, la cual solo podían adquirir en estos días; las artesanías de Quiroga y Paracho eran muy visitadas por los niños y jóvenes, que daban rienda suelta a su imaginación con la presencia de todos los juguetes de madera pintados de colores llamativos que observaban, como los baleros, el trompo, las sonajas, las flautas, los carritos, o bien las muñecas de trapo, las sillitas, mesitas, entre otros; los jóvenes aspiraban a adquirir su guitarra, con la cual podían romper la rutina diaria; los adultos hacían presencia en los stands de los objetos traídos de Santa Clara del Cobre y de Taxco, donde los artesanos del cobre y la plata se lucían en la elaboración de todos los utensilios de cocina y religiosos, así como los adornos para la casa y las mujeres; también se instalaban los productos regionales, como los gabanes del Rincón de Dolores y la loza de los alfareros del barrio de la Santa Cruz, hoy la Mangana.

No podían faltar los puestos de los dulces típicos mexicanos, como es la fruta cristalizada, los dulces de leche, de tamarindo, las cocadas, las palanquetas, las alegrías, los buñuelos secos o mojados, acompañados con atole blanco, las gelatinas con rompope, los tamales de dulce y chile, las corundas de ceniza, los cacahuates de Salvatierra, Gto., el chocolate y el pan, aunque no era el pan de muerto como hoy lo conocemos.

Una especial atención tuvo la vuelta al Jardín, la cual era llevada a cabo por los jóvenes casaderos, quienes se daban cita en la parte exterior del mismo como era costumbre, todos iban con sus mejores galas, era la ocasión para presentarse ante su sexo opuesto, comenzaban a girar, las mujeres en un sentido y los hombres en el contrario para verse de frente, ahí nacieron muchos matrimonios, los varones no reparaban en la cantidad de confeti y serpentina que les dejaban caer como lluvia de colores a las chicas, les ponían a muchas, pero, si les gustaba una, entonces le daban una flor y si ella la conservaba toda la vuelta, era muy buena señal, pero si la tiraba antes de volverse a encontrar con él, la respuesta era ¡no me interesas!. Al anochecer, el jardín estaba cubierto de confeti y serpentinas, como si fuera un colchón multicolor y las pisadas se sumergían levemente en esos papelitos de colores. En la madrugada del día siguiente, se limpiaba dicho lugar y horas más tarde volvía a repetirse ese ritual de cupido, pues la fiesta continuaba.

Había la costumbre de regalar a los familiares y amigos, dulces, bastones de madera, sombreritos y antifaces de cartón decorados con diamantina, hubo quienes se colocaban una máscara de cartón para impresionar más a las chicas. Todas las calles estaban adornadas con papelitos de colores, así como la plaza principal y la parroquia, por las noches los fuegos artificiales y el castillo iluminaban el cielo para deleite de grandes y chicos.

El único juego que había era la lotería, se instalaba en la parte sur del portal poniente y a un lado la carpa de los títeres, en un lugar un poco más alejado, se levantaba la carpa “Guillermina” era un tipo de teatro ambulante donde participaban cantantes, bailarinas y cómicos quienes divirtian a los asistentes con los personajes de “el borracho”, “el indio pelado”, “el policía”, “el ranchero ingenuo” que hacían sátiras políticas, también la diversión de adultos, jóvenes y niños se concentraba en el circo, con espectáculos de calidad del Atayde.

En una esquina del jardín estaba el cilindrero, dando vueltas a la cajita metálica de la cual salían notas que alegraban el lugar; en el otro extremo, estaba el merolico en plena acción, utilizando sus técnicas para atraer a la gente y venderles las pomadas ”milagrosas” que curan todas las enfermedades; cerca de ahí, se encontraba el canario que adivina, que en realidad no adivina, pero está entrenado para salir de su jaula sin emprender el vuelo y elegir con su pico una cartita con un mensaje de salud, dinero, amor o, una advertencia sobre el futuro de la persona que estaba pagando; un poco alejado de la concentración humana, estaba el campamento gitano, al cual acudían las mujeres más atrevidas, ahí pagaban porque una gitana de edad avanzada les leyera las manos o les echara las cartas, o ambas, para saber su futuro amoroso o su línea de la vida, claro que había el riesgo que de paso te desaparecieran el monedero sin darte cuenta.

El día 1º de noviembre, por tradición, las personas que tenían “angelitos”, acudían a llevarles juguetes y dulces al Panteón Dolores; el día 2 hacían lo mismo, pero ahora para los adultos, desde muy temprano visitaban las tumbas, les hacían aseo, les rezaban, platicaban con ellos, escuchaban con devoción la misa dedicada a los todos los fieles difuntos y les dejaban sus respectivas flores, que simbolizan el respeto y cariño a la memoria del familiar, cumplida esta visita, regresaban por el Camino Real (Hoy Av. Juárez) que los llevaba directo a la plaza principal, donde estaba la feria, esperándolos para continuar con sus celebraciones festivas civiles, disfrutando de la música, el baile, la comida, los antojitos, las conversaciones entre familiares y amigos, las visitas, los juegos pirotécnicos, la vuelta al jardín, el bullicio de la gente feliz, feliz, por haber alcanzado su población el estatus político más importante que se podía aspirar y con ello el progreso del lugar y de sus habitantes, motivo por el cual, los ciudadanos y sus autoridades vivieron con intensidad esa feria de 1922 y no repararon en los gastos que esto implicaba, a partir de esa fecha, los ciudad hidalguenses celebramos esos dos acontecimientos más importantes el 1º de noviembre de cada año.

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