José Juan Marín


Todos tenemos creencias y es normal que las tengamos: son recursos de fuerza moral y puntos de apoyo sin los cuales nos sentiríamos débiles, vulnerables, incompletos.

 

Existen creencias para casi todo: teológicas, religiosas, históricas, antropológicas, sociológicas, filosóficas, ideológicas y políticas.

 

Las creencias sirven para tres cosas: para construir una ilusión de certeza ante lo que ignoramos o desconocemos; para forjar un mundo ideal frente a lo incómodo de la realidad o los desajustes del mundo; finalmente, para brindarnos la sensación de cierta seguridad y calma interior, ante un clima cultural que evapora los valores absolutos y tiende a despersonalizar al individuo.

 

La facilidad con que adoptamos o construimos creencias personales, con las que nos casamos ciegamente o a las que nos aferramos como a un dogma, radica en que “las creencias son bajo pedido” o “al gusto del que las necesita”: explican la vida sin complejidades, nos hacen andar por un camino de comodidad y dan sentido y motivación al diario vivir.

 

Es importante tener creencias, pero es más importante tener cabal conciencia de aquello en lo que se cree, por dos sencillas razones:

 

Primera a veces la creencia y la razón no van de la mano y, lo que es más relevante aún, segunda la fuerza de las creencias es con frecuencia independiente de su verdad.

 

Es decir, puede ser que quien crea en algo o en alguien, no necesariamente esté en una posición razonable, en lo justo y lo correcto.

 

También, puede ser que una creencia forje un camino de errores y una vida de equivocaciones, como atestigua la historia.

 

A este respecto, conviene decir que las creencias más peligrosas que registra la historia, son la de carácter ideológico y político, porque en ellas se ha renunciado a razonar y a pensar.

 

El filósofo Ortega y Gasset distinguió a tiempo entre ideas y creencias, porque, como bien lo explicó el mismo: “las ideas se tienen, y en las creencias se está”.

 

Las ideas son fruto de la investigación, del conocer y de la experiencia. Las creencias, en cambio, son hijas de la necesidad, de la conveniencia o de los “pálpitos del corazón”.

 

Por esto, conviene tener muy claro que una creencia puede amortiguar el peso de una crisis, pero jamás podrá resolverla.

 

Por tanto, es oportuno invitar a los miles de lectores, a tener cuidado y precaución con el daño que pueden causar algunas creencias.

 

Y, desde luego, invitarlos a seguir el consejo de Ortega y Gasset: es mejor tener ideas que tener creencias, porque en las ideas están los follajes de la cultura y el pensamiento.

 

 

 

 

 

 

Deja un comentario