Piénsalo tres veces
Morir en la inconciencia
Francisco Javier Rauda Larios

Hacia mucho tiempo que no visitaba uno de los lugares más conocidos de mi ciudad natal, Pátzcuaro, Michoacán, México.
Un mirador ubicado en el cerro “El estribo”, desde el cual se puede contemplar, casi en su totalidad el no menos famoso Lago de Pátzcuaro.
Y, si bien es cierto que Pátzcuaro está considerado como uno de los 10 Pueblos Mágicos de Michoacán tanto por su arquitectura colonial, como por sus bellezas naturales y su gastronomía, también es cierto que, triste y lamentablemente, nos hemos ido acabando gran parte, y seguramente terminaremos acabando con toda, esa belleza natural e incluso, me atrevería a decirlo, cultural.
Muy probablemente, mi querido lector, se estará preguntando, en este momento, qué tiene que ver todo este discurso sobre mi Pueblo natal con el título del presente artículo.
Bueno, la razón es que la visita que hice al citado cerro “El estribo”, me permitió contemplar con suma, inmensa, sería mejor decir, tristeza. Tanta así, que, lo confieso, casi se me salen las de San Pedro, el gran deterioro del lago.
La icónica isla de Janitzio, famosa entre otras cosas, por albergar el monumento más grande del mundo, al general José María Morelos y Pavón. Vivirá muy, muy pronto, el mismo destino que la extinta isla de Jarácuaro y pasará a ser el cerro de Janitzio.
Y qué decir de las especies endémicas como el extinto pez blanco famoso, además de su sabor único, que hasta el papa ordenaba le llevaran, por llevar en su cabeza la imagen de la venerada Virgen de la Salud, patrona de mi Pueblo, y el casi extinto, ya nos falta poco, ahí la llevamos, Achoque, un prehistórico animal con propiedades medicinales inigualables.
Cabe señalar que la visita la hice en compañía de uno de mis mejores clientes, ahora un gran amigo, también. Un empresario local, que acaba de hacerme el favor de poner nuevamente su confianza en mí para llevar a cabo un proyecto de consultoría en su Empresa, cosa que agradezco sinceramente.
Menciono lo anterior porque le comentaba a esta Persona que hace algunos años, más de veinte, trabajé para la, entonces, Dirección Forestal del Estado y en los años que laboré ahí, me tocó participar en más de un programa de rehabilitación del Lago de Pátzcuaro, CODILAPA, REVELAPA, y, honestamente, no recuerdo el nombre de los otros.
La cuestión es que la inconciencia, ya apareció la palabra clave, en la que vivimos la mayoría de los seres humanos, nos lleva a poner por delante los intereses personales por delante del bien común.
Me atrevería a decir, claro, no sin la salvedad de estar probablemente equivocado, que es esta inconciencia la que nos conduce a la ambición, a la avaricia, a la corrupción.
Lo anterior lo comento porque en esos programas para los que trabajé, los presupuestos asignados para tal efecto, se iban “quedando” por el camino, y finalmente a las obras llegaba muy poco o nada para actuar.
Por otra parte, también por la ambición, hemos deforestado una enorme cantidad de bosque para sembrar aguacates, obviamente porque cultivar aguacate es mucho más rentable a corto plazo que cultivar un bosque de pinos o encinos.
Lo que pasamos por alto es que los pinos son plantas que “producen” agua, amén de que evitan la erosión de los suelos, mientras que el aguacate es una planta que consume agua y, perdón por el paréntesis, pero cuando en mis cursos o conferencias hablo sobre el pensamiento sistémico y la dinámica de sistemas, este es un ejemplo que suelo dar.
Finalmente terminaremos quedándonos sin agua para regar los aguacates y, como dice el viejo y conocido refrán, nos vamos a quedar sin miel y sin jícara.
Pero insisto, esa inconciencia va más allá, la corrupción generada por ella, nos lleva a otorgar títulos a personas que no tienen los conocimientos, con todo lo que ello implica para el bien común.
Imagine mi apreciado lector, ser atendido por un médico que compró su título, sin tener noción alguna de anatomía, neurología, y demás materias que atañen a la ciencia médica.
O encargarle la construcción de un puente a un ingeniero en iguales circunstancias.
Por otra parte, están los innumerables casos en los que por “ahorrar” se utilizan materiales de muy baja calidad para las obras de infraestructura en las ciudades con los consabidos accidentes y hechos lamentables que ello suscita.
Pero esta inconciencia no es solo de los mexicanos, no nos emocionemos, no nos sintamos tan “privilegiados”. Lo más triste de esta historia es que padecemos de una inconciencia global.
Volteemos la mirada a África, a los polos, a los oceanos, a Indonesia, a la misma China, con todo y su exponencial desarrollo económico.
Incluso suelo comentar que nuestra tan entusiasta obsesión por conquistar Marte, es por el hecho de que, como ya casi nos acabamos este maravilloso planeta, tenemos que empezar a buscar otro más que podemos ir a destruir.
Creo que voy a concluir más pronto de lo que pensé el presente artículo, porque mientras lo escribo, me están dando ganas de ponerme a llorar otra vez.
El reto es muy grande, pero lo seres humanos tenemos a nuestro favor, gracias al Creador, la capacidad de reacción y acción.
Espero en Dios que, antes de que sea, verdaderamente, demasiado tarde, alcancemos a despertar nuestra conciencia.
Nos demos cuenta de que nos estamos matando entre nosotros, nos estamos acabando el planeta, nuestro único hogar, al menos por el momento, en aras de algo que ni siquiera nos vamos a llevar cuando dejemos este plano terrenal.
Al final de nuestra existencia en este mismo plano, quizá con nuestro último aliento nos hagamos la pregunta más crucial de todas:
¿Valió la pena?
Solo la conciencia de cada uno de nosotros determinará si nos vamos felices o con un enorme remordimiento y quizá, pero solo quizá, nos preocupará, o no, lo que nos espera del otro lado del camino.
Dios nos otorgó un don tan maravilloso que ni siquiera a sus ángeles les concedió, el libre albedrío.
Nosotros decidimos…
Vivir conscientemente o morir en la inconciencia.
Información sobre talleres, cursos y conferencias:
+52 443 626 64 16
paco.rauda@diseñadordelfuturo.com