Parte II
Leandro Espino Córdova, Cronista de Araro
Hasta en esto somos afortunados en Araro: se ha conservado, aunque no todo, gran parte del Archivo Histórico que nos ocupa. No se puede pretender más, pues la posibilidad de encontrar nuevos documentos anteriores a 1876 es casi nula. Me refiero a ese tipo de escritos que se generaron en la Tenencia ya sea en comunicación con la cabecera municipal, Zinapécuaro, o de relación entre sus pobladores o con otros pueblos.
Este tipo de documentos tiene una gran relevancia para el conocimiento del pueblo, pues retratan la vida cotidiana de sus habitantes, sus anhelos, sus problemas, su situación económica… Son la base primaria para hacer la historia del pueblo, cuyo pasado es glorioso. Contar con este acervo documental es una ventaja muy grande, sabiendo que hay pueblos que están huérfanos en este sentido.
Su lectura nos deleita con detalles anecdóticos y otros de relevancia que, en conjunto, relatan a la manera irbangüengoitiana el panorama dinámico de esos lares semirulfianos de la época de las haciendas.
El caserío de teja y adobe, con puertas y ventanas mal clavadas, calles con esporádicos perros adormilados por el calor y el polvo que acolchona calles y veredas, la hierba hirsuta, aguas y tierras salitrosas, bancos caleros que dan fama y magra economía a los lugareños con la obtención artesanal de sal y cal para la cocina e industria de la época.
El tequezquite que da sabor a la tortilla de maíz, la sal para sazonar los alimentos y platillos ricos y pobres. Los etéreos habitantes semicomalienses se concretan en las actas y oficios que consignan economías elementales, vestimenta a manta, huarache y gabán, traslado de impedimenta doméstica o comercio a lomo de bestia.
A manera de los relatos de Manuel Payno, aquí se describe el asalto de bandoleros a arrieros que llevan piloncillo en su recua de asnos; las acordadas, rondas y guardas rurales. Las imposiciones tributarias y los cobros por derechos de registro civil que nos refieren a los excesos de Juan SIN Tierra de Inglaterra, los pobres se declaraban en imposibilidad de registrar a sus recién nacidos por carecer de dinero suficiente. La frustración de tener como mentor a un director de escuela absentista, irresponsable, abusador y golpeador de su cónyuge, borrachín que duerme en banquilla de cantina.
La sentida necesidad que obliga a ejercer altruismo y ofrecer cooperación pecuniaria, como medio encaminado a disponer de banda de música para complementar la alegría profana y solemnizar los actos de relevancia sacra. La faceta del epónimo Lic. Felipe Rivera, descubridor de la Nova Persei, como presidente municipal.
Las fórmulas oficiales de los documentos burocráticos y administrativos del régimen porfirista con riguroso protocolo y lema de calce «Libertad y Constitución». La solicitud para realizar los actos y oficios de festividad religiosa y preservarse de violar los mandamientos legales de La Reforma. El precio devaluado de la plata que obliga al Gobierno General, caído en insolvencia, a solicitar de su burocracia la donación de medio jornal por varios meses.
La gestión de la Tenencia para constituirse en Municipio debido a que la recaudación de rentas, derechos e impuestos diversos no retorna en obras, mejoras y servicios. Los sesudos juicios para sancionar o zanjar cuestiones tan graves como la del burro alquilado que cae en manantial de aguas hirvientes y, que siendo accidente, el arrendador no siente obligación de pagar. La relación paupérrima de ingresos y egresos de la Tenencia, el esfuerzo y satisfacción de edificar su escuela y dotarla de insumos y equipo, incluyendo abecedarios, pizarrines, etcétera.