Por: Tranquilino González Gómez
Patas firmes
ascienden los montes,
piedras y riscos
rasgan las tardes nubladas.
La piel gruesa
cobija la certeza
de que ni el amor ni el frio
dañaran la cubierta de su vida.
Ve la lejanía
cubriendo el paisaje con la extensión
de una mirada esférica,
para que el cazador
no le sorprenda con la bala
que acaricie su cuerpo
al goce de un minuto de descuido
en que muera como un suspiro.
Los cuernos
son la fiereza para defender
el instinto.
Necesita al diablo que transfigure
lo cabrío de su linaje.
La fuerza está en la gracia con que se mueve
para saber usar
lo que está a su altura.
Transfigura su belleza en amaneceres.
Los ojos saben
el poder
de su cuerpo
cuando rueda desde las alturas
de la montaña que habita
para estrellarse
con
las cosas que consumen
sus deseos
de ser
una cabra amorosa
que trascienda su destino.
¿Acaso escucha en esa montaña
la voz lejana de una ciudad que la mira?.