José Juan Marín


Las ruinas arqueológicas que hay en distintos estados de nuestro país, son el testimonio de un pasado grandioso que debemos cuidar y aquilatar.

 

Más que ruinas son vestigios del pasado del cual venimos, y prueba de que nuestra tierra fue sede de culturas milenarias, en las que ha sido cifrada nuestra identidad como nación.

 

Más que ruinas y vestigios del pasado que nos condujo aquí, son monumentos históricos y en ocasiones patrimonio mundial de la humanidad, a los que debemos cuidar y mantener en buen estado.

 

Michoacán es un referente del México prehispánico y uno de los asientos de las culturas milenarias que hicieron grande a nuestro país durante siglos. Pero, lamentablemente, hace falta desde el ámbito nacional una política de protección y rehabilitación de monumentos históricos.

 

Las ruinas de la antigua tribu mazahua-otomí, ubicada muy cerca de Zitácuaro, en San Felipe de los Alzati, no sólo están descuidadas y no han sido explotadas como un destino turístico, sino que permanecen en el abandono por parte de los gobiernos en los diferentes niveles. Es decir, hace falta tratarlas como monumentos arqueológicos de la nación.

 

Las ruinas de Tzintzuntzan, conocidas como “Las Yácatas”, aunque más limpias y más cuidadas que otras en la entidad, tienen similar destino y no han sido publicitadas como un destino turístico que podría aportar importantes derramas económicas al municipio y al Estado.

 

Las ruinas arqueológicas del pueblo de Ihuatzio, que en el pasado remoto fue fortaleza para rechazar la dominación azteca, hoy están descuidadas y en derrumbe constante, por lo que es posible que terminen en un montón de piedras si no se despliega una política para su cuidado y rehabilitación. Situación muy triste porque recientemente con la intensidad de lluvias ya se suscitaron dichos derrumbes, ante la poca atención a estas valiosas ruinas.

 

Las ruinas arqueológicas descubiertas en 1977 en las afueras de Tingambato, a las que se les puso el nombre de Tinganio, a media hora de Uruapan, están en la desatención y el abandono por parte de las autoridades.

 

Es decir que, en resumen, hace falta reactivar las políticas que en otro tiempo distinguieron al Instituto Nacional de Antropología e Historia en el cuidado y la preservación de monumentos históricos, pero hace falta también que los municipios y la sociedad se involucren en la protección y rehabilitación de su patrimonio arqueológico.

 

A la universidad pública, pero también a la Delegación Regional del INAH, hacemos un atento llamado a que cumplan con sus deberes profesionales y científicos, en lo que toca a la preservación y rehabilitación de nuestra riqueza arqueológica y antropológica.

 

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