Tranquilino González Gómez

 

Como si llegaras con los recuerdos

en tus ojos,

exhibías los cuadros en las pupilas de las obras maestras

que pintamos juntos,

con los colores solares que heredamos de Van Gogh.

 

La seriedad de tu rostro nubló la claridad

de ese momento, al mirar lugares infinitos

olvidados como nuestros mundos, en constelaciones

sacudidas por galaxias amorosas

que se toman de las manos para afirmar su pertenencia.

 

Solo nuestras voces validaron la identidad de la cercanía

compartida en sueños indescifrables,

reclamando el tesoro de la ternura otorgada

en prenda de gratitud

por la experiencia de seguir tus pasos.

 

Tal vez el reencuentro sea una anomalía para darle

congruencia a la poética de nuestras vidas,

o quizás pagar el karma con sufrimientos, al ampliarse la ausencia

en otra reencarnación caída

como las hojas en el viento de la muerte.

 

El tiempo pasó ligero como las palabras y las imágenes

que se visitan sin prisa.

Te agradecí la confianza de la risa y la evocación de saberes

en el reencuentro de la pasión

que compartimos en el silencio de una madurez tranquila.

 

Un abrazo selló la afinidad y la certeza de que las flores

maduran con la esperanza de más luz.

Las almas gemelas no siempre encuentran el espacio

apropiado para la misión

que se anida en el corazón, porque a la mente

le interesa que la realidad del amor sea empírica.

 

No sé si volvamos a reencontrarnos atraídos

por la curiosidad y el misterio,

o el miedo devore el encanto del asombro

por no saber que nos depara el destino.

 

Que sublime estar contigo

y percibir que los amaneceres son la luz cotidiana

en esta tierra asombrosa que cultiva el amor

y hace del libre albedrio el archivo de todos los secretos.

 

 

 

 

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