José Juan Marín
Las mujeres han vivido años y épocas de sumisión, de machismo, de discriminación laboral y de injusticia social. Tal vez por eso no parecen estar dispuestas a que se les siga “ninguneando”.
Sin embargo, no es eso lo único que han padecido en carne propia las mujeres mexicanas.
Las mujeres también han padecido desigualdad económica, desigualdad de oportunidades, falta de incentivos profesionales, acoso, violencia doméstica y violencia social, lo cual ha hecho de ellas uno de los sectores vulnerables del México de hoy.
Si solamente nos guiáramos por los feminicidios y las cifras de violencia hacia las mujeres, nos daríamos cuenta que su rabia y su indignación tienen razón de ser y son justas.
En lo que va de 2023 en el país, se han cometido 33 feminicidios, y el año apenas va empezando.
Es posible que la que estamos viviendo sea la época más violenta que ha vivido la mujer mexicana.
Debieran hacer más las autoridades de todos los niveles de gobierno para resolver este desajuste social, para resolver la alta incidencia de feminicidios.
Poner oídos sordos frente a sus reclamos, descalificar la lucha de las mujeres, encerrarse en una grave “insensibilidad institucional”, no es el camino.
El camino no es la sordera sino el diálogo; el camino tampoco es la descalificación, sino la operación política y la negociación; el camino no es el encierro autoritario sino la apertura democrática al diálogo y al debate.
Si realmente se cree en el pueblo, como tanto se dice, es momento de decir en voz alta que el pueblo y las mujeres necesitan ser escuchados.
No podemos decir que el mejor gobierno es aquel que se ejerce de puertas adentro, porque eso sería un despropósito. Los gobiernos se constituyen para ser ejercidos de puertas afuera y para darle la cara a los problemas.
No escuchar y no dar salida a los problemas puede enconarlos más, haciendo del espacio social un referente de desconsuelo y un crucigrama sin solución.
Lo que puede funcionar, para inhibir el lenguaje incómodo o violento de las marchas, es forjar espacios de racionalidad, crear foros para el diálogo y el debate, hace de la vida social un ágora de quejas y soluciones, porque ninguna sociedad puede tolerar sin agrietarse el crecimiento indefinido de su problemática.
Este es el camino correcto. Y la historia y la ciencia política enseñan que no hay mejor camino que el camino correcto.