Título: Una ventana, dos mundos

Autor: Juan F. Perales V.


Bariló, reducido a un punto apenas perceptible en el mapamundi, se encontraba en un letargo, arrastrando en su miseria a los habitantes que anhelaban un cambio fortuito.

Sus caminos, bordeados por exuberantes árboles frutales, ocultaban en las profundidades de la selva un recurso que en tiempos pasados fue altamente valorado: la magnetita. Sin embargo, a pesar de su demanda debido al uso industrial, a su llamativo brillo metálico y sus fascinantes formas cristalinas, el yacimiento se había agotado, disminuyendo la concentración de este mineral.

Ante la falta de magnetita, los lugareños se volcaron hacia la explotación de sus frondosos árboles frutales, pero la carencia de tecnología avanzada para su recolección se convertía en un obstáculo casi insuperable, exacerbando la penuria de aquellos cuya subsistencia dependía exclusivamente de los frutos que podían recolectar directamente del suelo.

Estos problemas les eran ajenos a pocos. Para ellos, el alba despuntaba como siempre, iluminando los hogares más ricos de Bariló, donde los caminos se bifurcaban y convergían justo en la presa, lugar privilegiado por excelencia. Cerca de allí, en lo más alto, después de atravesar el camino flanqueado por palmeras, se llegaba a una bella casa que se destacaba de las demás por sus enormes faroles que anclados en cada esquina parecían guardianes haciendo escolta. Las impresionantes esculturas de magnetita, apostadas a la entrada, eran testimonio de la riqueza y lujo con el que vivían sus dueños. Esta ostentación contrastaba con las casas humildes de los barrios pobres aledaños.

 

Dentro de la casa, Inocencia se recostó lánguidamente sobre el aterciopelado sofá. La amplia sala de cine, equipada con lujosos equipos, contrastaba con su humilde origen, pero eso ya no importaba. Le gustaba disfrutar viendo su película preferida, que la hacía llorar y recordar sus carencias. “Ay, pero qué bonita estaba”, se decía en momentos. “Ahí me lucí”, repetía. Ella era su propia estrella. Su meteórico ascenso como actriz había impactado a todos, pero en el fondo seguía siendo la misma, a pesar de sentir que vivía prisionera, como un pájaro en jaula de oro.

Dispuesta a descansar, Inocencia acercó las palomitas…

—Lencha, ¡Abre! —escuchó gritar a su madre que golpeaba la puerta.

Esta vez la ignoró y le dio “Play” al reproductor. Su madre siempre la interrumpía justo en el momento en que ella comenzaba a ver su película y a contar su historia, diciendo:

“A los pocos meses de abandonar a mi esposo, la cantidad de agua acumulada nos preocupaba a todos. A pesar de la inversión millonaria, la presa mostró una fisura que alarmó inmediatamente a los pobladores de la comarca. Nadie quería creerlo. Se echaban la culpa unos a otros. El peligro era inminente y mortal. La temporada de aguas apenas iniciaba y el temor se acrecentaba con cada lluvia.

El cacique del pueblo, Don Tomás, era el más preocupado. Mientras los demás hablábamos de perder nuestras pertenencias, incluso la vida. Él se afligía por algo más banal: su control, ejercido a través del miedo y la sedición. Nos había prometido conseguir tecnología agrícola y mejorar las vías de comunicación. Responsabilizaba a la autoridad formal de no atender nuestras necesidades y nos incitaba a protestar y a exigir nuestros derechos. Esta forma sutil de encauzar la inconformidad de los insatisfechos le había

 

funcionado en el pasado, pero esta vez, además, nos amenazó con dañar la presa si no nos sujetábamos a sus deseos. Yo, por supuesto, nunca accedí a sus insinuaciones.

Cuando la represa mostró la fisura, algunos lo tomaron como una advertencia de Don Tomás. Sabían que él era capaz de esto y mucho más. Benito, el líder de los pescadores, veía las cosas diferentes. Para él, esto era un castigo divino. Yo lo había abandonado recién murió nuestra hija, y él pensaba que Dios aún no me perdonaba.

Todos sabían que yo iba de puerta en puerta, disfrutando de la libertad que no tuve en mi niñez. Mis padres, marginados y menesterosos, me vendieron al mejor postor desde mi temprana adolescencia. Mi ingenuidad era tal que cuando me enviaron a casa de Benito, aún no menstruaba. Desde aquel día lo odié con todas mis fuerzas, pero me resigné y aguanté calladamente mi dolor hasta después de la muerte de nuestra pequeña hija.

Pronto, la fisura en la única presa del país más pequeño del mundo se volvió noticia. Inicialmente, sólo fue una nota más, pero la cobertura se fue incrementando hasta que finalmente alcanzó nivel internacional. Así, un país insignificante, sin armamento, influencia o poder de decisión, se convirtió repentinamente en tema global, captando la atención y motivando a muchos a querer saber más e, incluso, a participar.

De manera inesperada, se vieron reflejados los intereses de varias naciones poderosas. La ubicación de la presa fue un factor geopolítico a favor, y pronto comenzaron a llegar ofertas de préstamos internacionales sin garantía expresa, simplemente con el compromiso de aceptar la asesoría técnica para el estudio y reparación de la fisura. La cláusula establecía un derecho exclusivo e intransferible para la explotación de los recursos naturales, entre ellos tierras raras como el indio, galio y cesio, útiles para la tecnología 5G. Esta rivalidad entre países por los recursos disparó la relevancia de Bariló, que pasó de ser una nación insignificante en medio de la nada, gobernada por un excéntrico sin educación que subió al poder después de un sangriento golpe de estado, a un país estratégico por derecho propio.

Los medios escudriñaron entre los personajes del pueblo, buscando relatar alguna historia que captara su idiosincrasia y autenticidad. Una revista de modas se enteró de mi difícil vida, la manera como fui vendida, así como de la violación que mis padres ‘autorizaron’. La historia se publicó en varios países, pero inicialmente no impactó. Afortunadamente, poco después me llamaron para posar en la portada de la revista “Woman”. A partir de esto, algunas organizaciones me invitaron a formar parte de su asociación y a dar conferencias a favor de la igualdad de género y en contra del maltrato. La fama me llegó sin esperarla.

Una semana después del descubrimiento de la fisura, llovió a cántaros. Todos en el poblado buscamos refugio. Los ríos de lodo derrumbaron las chozas más precarias, y parte del ganado se ahogó. Aunque esto en sí mismo fue una desgracia, no llamó tanto la atención. El mundo tenía la mirada puesta en el nivel de la presa. Los especialistas observaron con gran preocupación que faltaban escasos 15 metros para que el agua desbordara inundando los alrededores, incluyendo el pueblo. Además, la fuerza ejercida contra las paredes del muro aumentó significativamente, dañando el concreto. La fisura creció 50 centímetros a lo ancho y 6 metros a lo largo, formando nuevas ramificaciones. La situación era crítica. Estas eran muy malas noticias para todos. Los medios internacionales hicieron una cobertura continua de los sucesos y le dedicaron más tiempo aire, incluso que el cambio de poderes de algunos países vecinos.

El pronóstico era desalentador. Se estimaba que si las lluvias seguían a ese ritmo, la presa no soportaría más. Los casinos empezaron a crear apuestas ¿Cuántos días pasarán hasta el desastre? ¿Qué sucederá

 

primero? ¿Se desbordará? ¿Se reventará? Algunos jugadores afirmaban que el monto de las apuestas era mucho mayor al PIB de Bariló, y que si alguien invertía a favor del desastre podría ganar lo suficiente para pagar las indemnizaciones de todos los muertos y reconstruir tanto el pueblo como la presa. Aunque las estimaciones de los daños eran cuantiosas, no se comparaban con las ganancias que obtendrían los especuladores.

Los principales interesados en el pronóstico eran los tres países más poderosos del mundo. Cerca de Bariló pasaba la ruta marítima y comercial más importante de la región. Tener influencia en el país significaba controlar dicha ruta y beneficiarse estratégicamente en caso de una guerra. Pronto, se vieron grandes portaviones y submarinos rodeando el pequeño país. Las tensiones por su control crecieron y la amenaza de usar armas atómicas no se hizo esperar. Las declaraciones mundiales alarmaron a la ONU, convocando a una reunión emergente de sus afiliados. La OTAN estaba lista para participar en caso de conflicto armado. Desafortunadamente, Bariló no era miembro. Su PIB no alcanzaba a cubrir ni la solicitud de la inscripción.

Aunque el panorama se veía prometedor para Bariló, Tomás y Benito seguían en desacuerdo. Sus puntos de vista eran opuestos y nadie lograba reconciliarlos. Se creó una comisión neutra para representar los intereses de los tres países, pero ellos no cedieron. Tomás quería construir hoteles y crear infraestructura aeroportuaria. Benito, en cambio, exigía que salieran los extranjeros, so pena de bloquear los accesos carreteros y hacer plantones para impedir la llegada de turistas.

Mientras ellos discutían y se repartían las futuras ganancias, la naturaleza intervino. Una vez más, la lluvia, según lo pronosticado, llegó y sembró el pánico. El nivel del agua volvió a subir 3 metros y la fisura creció al doble, pero extrañamente cambió su forma. En lugar de las ramificaciones comunes, se asemejaba a una Cruz de los Cruzados. Esto le dio un vuelco a la noticia.

A partir de ese día, Bariló no solo fue la primicia mercantilista y de espectáculos que había sido, sino que también el Vaticano intervino, enviando a una comisión para corroborar y dar fe del milagro que esto representaba. Sin embargo, el chamán del pueblo decía que la Cruz la habían cincelado los impuros, y que la fe organizada carecía de espíritu. La tensión entre la religión oficial de Bariló y los creyentes de ritos ancestrales se incrementó. El chamán, cansado de que le preguntaran su opinión, recomendó beber ayahuasca y comer hongos alucinógenos para adentrarse en el verdadero “yo”, logrando la “purificación” y el crecimiento espiritual, sin despertar a los “dormidos”. Esto último nunca lo he entendido, pero en fin, no es relevante ahorita. Los otros, en cambio, confiaban en la redención y afirmaban que los seguidores del chamán arderían en el infierno. Cada grupo se jactaba de tener la razón, sin importarles lo sucedido. Lo único que deseaban era imponer su propio credo.

Por otro lado, para complicar aún más las cosas, mis padres, días después de haber demandado a los medios por publicar mi historia de manera unilateral, participaron en un programa especial de noticias de la cadena CNN en apoyo a los ancianos. Explicaron a la audiencia que ellos eran las verdaderas víctimas. Argumentaron que el sistema capitalista les negó la oportunidad de progresar y que los orilló a la pobreza y la hambruna. Sostuvieron que, si no me hubieran vendido, yo habría perecido de inanición y que la única forma de protegerme y asegurar mi futuro fue ofreciéndome a alguien que pudiera cuidarme. Al término del programa recibieron numerosas muestras de apoyo y ganaron la demanda. Con los recursos obtenidos, adquirireron una casa con vistas a la presa y compraron los derechos para llevar mi historia a la pantalla grande, titulada “El perdón de Lencha”.

 

Después de varios días lloviendo, con la presa casi al borde del agua y las paredes a punto de colapsar, las campanas de la parroquia repicaron insistentemente. La llamada a misa sorprendió a todos en el pueblo.

 

Los fuegos artificiales se encendieron como nunca, mucho más que en la celebración del santo patrono. La mayoría de los que acudieron a la llamada iban vestidos de blanco. Parecían cumplir un ritual ancestral convertido a la fe cristiana. Así se solía invocar a los pobladores para demostrar su unión y compromiso, juntos, como una sola persona y con un único propósito: perforar la presa. La intención era liberar la presión paulatinamente. Los expertos estaban en desacuerdo. La fuerza sería tan devastadora que la pared se haría añicos, como si se rompiera una hoja de papel. Sin embargo, ya estaba decidido. No había vuelta atrás.

Así que, guiados por el cura, nos dirigimos hacia la presa. Pero antes de llegar escuchamos un ensordecedor ruido que nos detuvo. La presa crujió y la Cruz se abrió, permitiendo que el agua perforara las paredes y se deslizara entre ellas. Poco a poco, pequeños chorros de agua saltaron hacia todas partes, como si fuera una fuente haciendo vaivenes. Los pájaros trinaban manifestando alegría. Los perros ladraban presagiando la catástrofe. Los pobladores se quedaron mudos, viéndose entre sí. El cura se persignó varias veces implorando por un milagro. El silencio imperó durante varios minutos hasta que se escuchó otro crujido, esta vez mucho más fuerte. Uno a uno, nos arrodillamos esperando lo peor. Los más devotos pedían el sacramento de la Penitencia, mientras que otros clamaban por la absolución colectiva. Don Tomás y Benito, arrepentidos, se dieron la mano, incluso se abrazaron y lloraron al ver que se acercaba el final.

 

Doce horas después, ocurrió el milagro. El peligro se había desvanecido. Así como llegó, se fue. Todos volteamos a vernos entre sí. No lo creíamos. La presa resistió la presión del agua y todo regresó a la normalidad. Como si de una fiesta se tratara, comenzamos a cantar y a bailar; gustosos, nos abrazábamos sonrientes, pero, no obstante la algarabía, Don Tomás y Benito seguían llorando. Sabían que su pequeño momento de gloria se había esfumado. La atención mundial se centró en otra noticia: el choque de trenes bala. Así, Bariló volvió a su rutina, a la miseria de siempre. Los tanques y navíos de las potencias mundiales se retiraron, junto con las promesas de ayuda, tras cerciorarse de que no había tierras raras que explotar.

Una semana después, sin anunció previo, tras una intensa lluvia que se prolongó durante tres noches, el día amaneció hermoso. Los rayos del sol anunciaban un nuevo comienzo y un horizonte prometedor, pero a las 12 a.m. del día 12 del mes 12 del año en curso, la Cruz no pudo más. Se escuchó otro crujido que despertó a casi todos y… “, justo en ese momento Inocencia escuchó que su madre insistía, gritando:

—¡Lencha! ¡Abre la puerta!

…Inocencia no tuvo más remedio que detener la película e interrumpir la narración de su vida. Antes de levantarse, se secó el rostro. No quería más pleitos con su progenitora. Abrió las cortinas de las amplias ventanas y vio la presa: enorme, reforzada y muy alta. Era el orgullo de todos. Se había convertido en un ícono de modernidad. Buscó con la vista, como todos los días, la Cruz de los Cruzados, constancia de su fe y seguridad. Esta vez no la encontró. Sorprendida, volvió a mirar, pero ya no estaba. En su lugar vio que el agua se precipitaba arrasando todo a su paso. La inundación del pueblo era inminente y pronto alcanzaría a los faroles y su casa. La expresión facial de Inocencia contrastaba con la de su actuación. Lívida y temblorosa, soltó el llanto al percatarse de que la presa había colapsado.

 

Inocencia continuó llorando mientras veía cómo el agua avanzaba hacia ella: esto era muy diferente a lo que pasaba en su película. Algo estaba mal… Intentó ‘rebobinar’ la escena, pero ya era demasiado tarde. Su realidad, su presente, era más sombrío que su pasado. Al igual que la presa, su inocencia finalmente se rompió.

Permaneció impávida por un momento, pero al ver que la Cruz de los Cruzados flotaba milagrosamente entre los ríos que formaba el agua, se secó las lágrimas. Decidida a recuperar el tiempo perdido, tomó el disco, abrió la puerta y salió corriendo. Su madre intentó detenerla, pero fue en vano. Esta vez, se marchaba para siempre, su vida le pertenecía solo a ella.

Afortunadamente, el Blu-ray con la película no se dañó. Permanece a la espera, como mudo testigo, de que alguien esclarezca si lo que ocurrió en Bariló es verosímil o es un cuento… ¿Tú qué crees?


Juan F. Perales V.

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