Por Mtro. Hist. José Arturo Villaseñor Gómez.
En la primera mitad del siglo XIX, en Michoacán poco a poco surgieron algunos nuevos municipios, igualmente ocurrió en otras entidades de nuestro país.
Durante la lucha entre federalistas liberales contra centralistas conservadores, en sus distintos Ayuntamientos, procuraron tener en su gestión administrativa regidores «a modo», buscando consolidar su idea e intereses en la administración, para lograrlo implementaron como estrategia tener en su gabinete tanto gente de prestigio, así como personal dúctil y moldeable, o bien de solvencia económica, cuya presencia fuese una imagen y respaldo ante la opinión pública. Se buscaron personas respetadas por sus antagonistas y desde luego afines a su ideología de partidista que incluía además a gente sin escrúpulos, pero leales a su gobierno.
Aunque no fue la regla ni podemos generalizar, muchas veces el regidor elegido no contaba con un nivel de preparación, ni con amplia capacidad de liderazgo y mucho menos con principios morales ni éticos que defendieran los derechos y garantías del pueblo que en teoría y de acuerdo a la ley representaban. Durante el porfiriato la situación fue similar.
El resultado fue desastroso para las mayorías: el papel del regidor era ser útil y de beneficio para el presidente municipal, puesto que en muchas ocasiones el regidor fue solamente comparsa y fiel servidor del presidente municipal y su grupo o élite, que no de los intereses y beneficio de sus representados.
La falta de sensibilidad, miedos ante amenazas o bien compra de conciencia, ignorancia o corrupción por intereses personales no permitió a muchos regidores desempeñar su papel de funcionario que representa los derechos de velar por el bienestar de la gente. Es decir, su función fue aprobar con su voto «legítimamente» las propuestas en el cabildo que dañaban al pueblo que dijeron representar en beneficio de la oligarquía nacional y extranjera.