Neftalí Coria


Me ocurre cada año, cuando se informan los premios Nobel, particularmente, el de literatura. Y algunas veces me asombra porque no conozco al ganador, o porque no esperaba que se lo dieran, y lo que es más frecuente, es por qué no se lo dieron al que muchos esperábamos que se lo dieran. Y luego se van muriendo, como Javier Marías, solo por citar un ejemplo y otra vez, no se lo dieron a Adonis, que su candidatura ha sido larga.

A veces creo como dijo Borges, que la Academia favorece más a los países y menos a los autores. Los países que la academia cree que lo necesitan para saldar cuentas, para resolver problemas políticos, sociales o del color del capricho que se requiera y la academia lo crea. Por lo demás, algunas veces como el pasado Nobel (Annie Ernaux), a quien nunca había leído, me sirvió para emocionarme con la primera lectura y después abandonarla en la segunda para no volverla a leer.

Esta vez, la Academia, se lo han concedido a una escritora surcoreana, Han Kang nacida en Gwangju –que es una ciudad de arriba de un millón de habitantes– el 27 de noviembre de 1970 y de quien se sabe, sufre migrañas frecuentes y que la noticia del Nobel, le llegó después de cenar con su hijo, según la información que en la red encuentro de esta autora, a la que han publicado algunas de sus obras en español que las editoriales de todas partes, venderán como agua.

Ahora, y gracias a la noticia, leo una de sus piezas y mientras escribo estas líneas, interrumpo la lectura de su novela “La vegetariana” en la página 60. Y hasta donde voy, me resultaría imposible abandonarla. Después de terminar esta entrega de mi columna, seguiré de un tirón, hasta el final de esta historia, que narra la situación demencial de una mujer que “tuvo un sueño” y lo que en el sueño sucede, le provoca que lo lleve a su vida y a obedecer lo que el sueño y sus visiones le dicten, y donde –en uno de ellos– ve carne colgando por todos lados y se mancha de sangre la boca, las manos, ha comido carne cruda, etc.  Y durante su paso por ese paisaje onírico que me recuerda “El jardín de las delicias” de El Bosco.

Narrada por el marido, todo comenzó cuando a decir de este hombre: “Habíamos aplazado el tener hijos hasta que compráramos una casa y como eso lo habíamos hecho por fin en otoño, yo había comenzado a pensar que ya era tiempo de oír que me llamaran «papá». Hasta que la descubrí una madrugada del pasado mes de febrero en la cocina, vestida únicamente con un camisón, nunca imaginé que nuestra vida diaria fuera a cambiar en lo más mínimo”.

A partir de ahí, su esposa, abandona el consumo de carne.

Con una prosa de tesitura suave y con un cemento poético que logra arrebatar en su lectura, con la sutileza que narra lo terrible, como si nada, como si el lector estuviera ahí, nada más detrás los ojos que van viendo la condición humana en esta mujer de nombre Yeonghy, que es empujada por lo que cree que es la verdad, a no volver a comer carne por encima de su propia vida y por encima de lo que los demás piensen y crean.

Pero la atmósfera que Han Kang logra en el preciso momento que su personaje, tuvo el primer sueño, y en la madrugada despierta y va a la cocina y se postra frente al refrigerador, es aterradora. Y todavía más, cuando comienza a vaciar el refrigerador –en una especie de éxtasis– y a destrozar todo lo que de animal proviene, y lo lleva a la profundidad de una bolsa de basura, para no volver a comer carne jamás, sin importar lo que esto implique; la intervención de la familia, la suspensión de la carne en la dieta de su marido, entre otras muchas situaciones, incluyendo el intento de suicidio cuando su padre le quiere dar por la fuerza un producto de origen animal.

Han Kang, a los once años fue con su familia a vivir a Seúl. Fue a la universidad Yonsei para estudiar Letras y su primera publicación fue un relato llamado: “El ancla escarlata”. Poca información hay de esta mujer que, por vez primera, lleva a su país el Premio Nobel de Literatura. Una mujer joven que ha ganado ya, los muy significativos premios internacionales que le dan mérito y cumple para recibir el más jugoso de todos.

Me atrae la prosa y el tejido fino de una historia, que también está haciendo una severa crítica a los cada vez más idiotas fanatismos, que van más allá del individualismo y el fortalecimiento de un egoísmo profundo en las sociedades supracapitalistas, y donde las cosas importan más que el corazón y la libertad de los hombres.

Acertada –hasta donde entiendo–, esta crítica que apenas la veo asomar en el fragmento de la novela que estoy leyendo, además de un poema triste de esta autora que me pareció magnifico.

Habrá que esperar a leer el resto de su obra, que espero siga siendo de mi interés y me importe, como me está importando esta historia demencial y brutal de la mujer que abandona el acto de comer carne y se dirige sin duda a derroteros inusitados.

Han Kang enseña creación literaria en el Instituto de las Artes de Seúl, que es una escuela superior privada de arte. Está ubicada en Ansan, Gyeonggi-do, una de las nueve provincias, y desde 1995, esta institución se trasladó a Ansan. Fue periodista durante tres años en Publishing Journal y en Samtoh. Y hoy gana el Premio Nobel de Literatura.

Pongo punto final y me voy a seguir la lectura de esta mujer de nombre Yeonghy, que me conmueve hasta mi propia hambre.

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