José Juan Marín
El poder es un fenómeno, es un potro salvaje y sin freno al que sólo se puede controlar con ética personal, resortes de autocontención interior y cierta espiritualidad y cultura.
El poder, en cualquiera de sus formas, es un instrumento peligroso, sobre todo cuando no tiene escrúpulos y carece de conciencia de sus propios límites.
Son incontables los autores y estudiosos, entre ellos Bertrand de Jouvenel, que ha advertido en el poder una esencia maléfica o un carácter demoníaco.
No hay nada mejor que el poder en manos inteligentes, el cual puede ser una bendición para una sociedad, porque en manos tontas e ignorantes el poder puede ser una migraña, un dolor de muelas o un largo e insufrible capítulo de destrucción.
No obstante, el fenómeno del poder había sido insuficientemente estudiado, hasta que el científico británico David Owen, quien fue miembro de la cámara de los Lores y canciller, lo estudió desde la neurología.
Owen, en su estudio “En el poder y en la enfermedad”, rastreó un antiguo término de la etimología griega, llamado indistintamente Hubris o Hybris, para catalogarlo clínicamente como un Síndrome.
Los griegos empleaban el término, para describir el comportamiento humano claramente caracterizado por una arrogancia desafiante frente a los dioses, o por la insolencia de creer que se puede obtener mucho más que aquello que el destino depara a las personas.
De acuerdo con David Owen, el Síndrome de Hybris no es una enfermedad sino un trastorno narcisista de personalidad, como en el que hoy viven en el mundo, expuestos muchos políticos, gobernantes y gente con poder.
Si bien el trastorno narcisista puede identificarse por su inclinación a la grandiosidad, su tendencia a la desmesura, sus aspiraciones casi redentoras y su poca capacidad empática para escuchar, también se encuentra muy relacionado con la obsesión a la autoimagen, que eventualmente puede llegar a generar una desconexión con la realidad.
Si el Síndrome de Hubris se asocia con el cultivo de la soberbia, la prepotencia y la falta de humildad, dice Owen que “las personas modestas, abiertas a la crítica y con un sentido del humor más desarrollado, tienden menos a desarrollar el Síndrome de Hubris”.
David Owen afirma que llega un momento en que “el hombre con poder deja de escuchar, se vuelve imprudente y toma decisiones equivocadas creyendo que son las correctas”.
Es cierto que el Síndrome de Hubris puede estar presente en la empresa, en la vida personal, en una vocación artística o intelectual y hasta en la sopa, pero es más privativo de atmósferas en las que el poder actúa como un mecanismo de compensación, o donde aparece como el gran referente del reconocimiento y el éxito social, lo que nos lleva a reflexionar, que el poder es salvaje.