José Juan Marín
El pasado 27 de mayo de este año, en un acto solemne de la mayor importancia, la Universidad Nacional de Costa Rica, la nacional de Camahue, concedió la gran distinción de conferir un Doctorado Honoris Causa, ni más ni menos que a un poeta y trovador excepcional conocido en todo el mundo: ¡Joan Manuel Serrat!
Amén de que el discurso de Serrat en el auditorio de esa Universidad, podría ser tenido como uno de los mejores y más profundos que se han pronunciado, podría decirse también que es el discurso de un humanismo oportuno y urgente, a la altura de las respuestas que busca la humanidad en el punto de quiebra de nuestro tiempo.
La gratitud es la memoria del corazón que hace grandes a los hombres inactuales, y Joan Manuel Serrat agradeció como un alma y un hombre grande, en ese auditorio en el que estuvimos sin estar, la concesión del máximo galardón que concede una Universidad a un académico, a un investigador, a un artista, a un intelectual, a un poeta de nuestro tiempo.
La singular grandeza de Serrat, no está sólo en la crítica que hizo de la dictadura franquista, en el exilio que padeció durante muchos años en París y otras ciudades, en la musicalización y divulgación que hizo de la poética del gran Antonio Machado, sino también en aquella frase que acuñó en los setenta, en la que reprobó la traición a los valores y principios de una generación, cuando afirmó: “Hoy somos todo aquello contra lo que hace veinte años luchamos”.
La defensa que hace Serrat, en ese discurso doctoral, de los derechos humanos y los derechos de las minorías que pueblan el planeta, es la defensa que el poder político no ha podido hacer, pese a ser su obligación, en parte porque no tiene cara ni moral para hacer la defensa de los derechos de los gobernados.
En ese discurso, Serrat, como un grande, hizo el elogio del oficio que le ha permitido ser feliz, no sólo porque se trata de un homenaje al altísimo canto de la poesía, sino porque en la poesía y el poema somos más humanos que de costumbre, pues se trata de “una bendición del cielo”.
Serrat habló de la humilde grandeza de “hacer propio lo ajeno”, de acompañar con su canto las tribulaciones y el dolor humano que ha conocido en casi siete décadas de canto luminoso, porque ve en la solidaridad uno de los sentimientos fraternales que pueden redimir al hombre.
Serrat condenó la soberbia que ha traído obscuridad a nuestro tiempo, pero al mismo tiempo reivindicó los poderes fecundantes de la utopía, en su capacidad para hacer del mundo un todo iluminado.
Dijo en ese discurso, el gran Serrat, que la universidad no es sólo “generadora de conocimiento”, sino la “esencia de una humanidad lúcida”.
Y dijo más, afirmó: “Creo en el conocimiento como el mejor de los bálsamos para curar buena parte de los males que padece la humanidad”.
Y finalmente, también aseveró que “el conocimiento profundiza la vida democrática, aportándole justicia e igualdad”.
Joan Manuel Serrat, en suma, como hombre y trovador que desde su canto ama al hombre, nos dio muchas lecciones en la cátedra con que recibió el Doctorado Honoris Causa en la Universidad Nacional de Costa Rica, pero, sobre todo, una fundamental, cuando dijo que “la utopía es la que templa adversidades y la que renueva esperanzas”.
Con este tipo de discursos, como el que recibió el catalán Joan Manuel Serrat en la Universidad de Comahue, lo único que se antoja decir son dos cosas: por un lado, que ojalá la Universidad Michoacana le conceda un día un Doctorado Honoris Causa al Serrat amante del humanismo y la libertad, y por otro, que haga Serrat del discurso luminoso el nuevo canto de la poesía.