José Juan Marín
El pasado 30 de noviembre dio inicio la Cumbre Climática 2023 o COP28 en la ciudad de Dubái, en los Emiratos Árabes Unidos, y terminará el 12 de diciembre.
Más allá de la polémica por la desafortunada elección de Emiratos Árabes Unidos como sede de las negociaciones de esta cumbre, uno de los países del mundo con más emisiones per cápita y que cuenta con un pésimo historial de derechos humanos fundamentales de acuerdo con Amnistía Internacional. Hay otros motivos de fondo por lo que la cumbre está siendo fuertemente cuestionada.
La elección de la sede no es la primera vez que genera polémica ya que no es nuevo elegir para ser sede a un país con intereses fósiles y con gobiernos fuertemente vinculados con grandes empresas transnacionales.
El caso es que con polémica o sin ella arranco está Convención Climática y cada vez son más las voces críticas que cuestionan este tipo de eventos porque, si bien las Cumbres Climáticas son el foro internacional de más alto nivel para debatir y tomar soluciones de mitigación y adaptación para hacer frente a la crisis del calentamiento global, parece que urge replantearse la forma en la que se celebran.
En los últimos años, las Cumbres han derivado en una especie de feria de congresos dejando una sensación de que predomina el escaparate y “postureo” de países y empresas patrocinadoras en sus pabellones temáticos y que el contenido técnico (la esencia de las Cumbres) queda diluido por el “ruido” que se monta alrededor. Todo el mundo quiere “hacerse la foto” pero poco trasciende de la parte técnica a la práctica.
Hablamos de 28 años de cumbres, pero es mucho más que eso, porque prácticamente estas discusiones globales arrancaron hace más de 50 años cuando en 1972, se efectuó la Primera Cumbre de la Tierra en Estocolmo. Desde esas fechas los resultados no pintaban muy bien.
La Convención de París supuso un hito en el progreso de las negociaciones y resultados. Ese momento histórico trascendió y caló en la sociedad que se hizo consciente del problema.
Creo que ha llegado el momento de hacerse la siguiente pregunta: ¿no son suficientes 50 años de estar haciendo lo mismo y esperar resultados distintos?
Hay que escuchar a la ciencia de una vez, ya hemos identificado el problema y sabemos lo que tenemos que hacer para resolverlo.
La crisis climática es el reto más importante que tenemos como humanidad por lo que debemos poner el foco en buscar soluciones entre todas las partes interesadas, desde el más alto nivel, hasta nuestro círculo más pequeño desde donde podamos hacer cambios.
Nadie sobra aquí, lo que sobra es el “ruido” de fondo que no nos deja ver lo importante. A su vez, esta Cumbre debe confirmar el compromiso de todas las partes que estén a la altura del reto más grande al que nos enfrentamos como humanidad: la conservación y restauración de la biodiversidad, por ello es imprescindible:
Primero, para absorber el exceso de CO₂ de la atmosfera.
Segundo para garantizar la seguridad de suministro de agua, alimentos y otras necesidades humanas básicas.
Tercero para proteger a comunidades y sectores vulnerables a los fenómenos meteorológicos extremos y a la subida generalizada de la temperatura del planeta y el aumento del nivel y la acidez del océano.
La ciencia es clara: para mantener un clima dentro de rangos adecuados para la vida, se debe reducir cuanto antes la producción de carbón, petróleo y gas, y triplicar la capacidad de energía renovable (eólica, solar, hidráulica y geotérmica) para el año 2030.
Por último, me gustaría destacar que, por primera vez en una cumbre climática, se va a poner la salud en el centro del debate. Es un dato muy importante del que me quiero hacer eco: recordemos que la crisis climática es una crisis de salud, no solo de la nuestra, sino la del Planeta. El agua también tendrá su protagonismo, se debatirá sobre el nexo comida-agricultura-agua.