Título: El Jarrón

Autor: Juan F. Perales V.

En el centro de la lujosa habitación, un majestuoso jarrón de cristal capturaba la atención de los asistentes. Algunos, los más embelesados, no podían sustraerse al encanto de las delicadas líneas de luz multicolor que formaban una deslumbrante figura en su interior. En su boca descansaba un hermoso ramo de flores exóticas recién cortadas. La parte más ancha del jarrón contenía un espacio dedicado a la visualización de imágenes. Estas variaban entre hologramas y representaciones reales de flores, cambiando al azar cada 10 segundos.

 

El jarrón no sólo resaltaba por su belleza, sino también por la innovación para proyectar figuras. Pegado al techo, un gran espejo cóncavo reflejaba el escenario con una perspectiva alargada, añadiendo un toque mágico al entorno. Todo esto era motivo de orgullo para el Hotel Excelso, cuyo festival anual de figuras holográficas, un evento muy esperado, estaba por iniciar.

 

—¿Todo listo? —murmuró el gerente, cubriéndose la boca discretamente.

 

—Sí, también la pregunta final —contestó el ingeniero de imágenes.

—Entonces proyecta el jarrón en lugar de la cuenta regresiva.

—Entendido.

El público seguía a la expectativa. En el primer círculo se destacaban miembros del mundo artístico, seleccionados para ser parte del jurado del Concurso de Arte Digital debido a su reconocida experiencia y sensibilidad. Entre ellos se encontraba Komotu, el anfitrión del evento.

 

Los concursantes, emocionados, rodearon rápidamente el jarrón. Kaly, vistiendo un saco marrón y con su cabello negro recortado por encima de los hombros, se destacaba entre la multitud. A su derecha, Antón maniobraba con destreza su videocámara.

—¿Has visto el interior de este jarrón? Es increíble lo que la tecnología puede hacer

—expresó Kaly.

—Sí, y fíjate cómo todos se ven reflejados en el espejo. Es sorprendente —afirmó

Antón.

 

Kaly, con su cámara digital en mano, sabía que el intervalo entre proyecciones era crucial. A pesar del cansancio del viaje, no podía permitirse errores. Esta ocasión era única, y representaba una oportunidad dorada para demostrar su talento fotográfico en un evento tan exclusivo y futurista.

 

De repente, las luces se apagaron y solo los destellos del jarrón capturaron la atención de todos. Era el momento de dar comienzo al desfile de figuras holográficas. Antón, sintiendo la emoción del momento, ajustó la correa de su videocámara al brazo. Prefería grabar cada detalle para analizarlo después. Su habilidad en la edición de imágenes lo había posicionado como uno de los favoritos para ganar el concurso.

 

Ambos se habían preparado durante años y hoy, por fin, se sabría quién era el mejor. Las imágenes de las flores se proyectarían, una tras otra, dando vida al jarrón que parecía más real que cualquiera de los presentes. Cada figura tenía un código y un significado. El reto era determinar si las figuras eran representaciones de flores reales o simplemente proyecciones holográficas sin sustancia. El jarrón, obviamente, no tenía código.

—Iniciamos —dijo el presentador—, indicando que apagaran el haz que lo iluminaba.

Las manos de Kaly comenzaron a sudar y tuvo que sacar su toallita de lino para secárselas. Los nervios la habían traicionado en el peor momento. Entre la emoción y el tiempo perdido, tardó en sincronizar el flash de su cámara en la primera toma. Esto lo lamentaría después, pero en ese instante lo importante era poner en orden sus

 

pensamientos. Respiró profundamente e hizo los ajustes necesarios y, ya con más calma, fotografiaba cada una de las figuras conforme se proyectaban.

Antón también se encontraba en problemas. Confiado en su experiencia, subestimó los cambios de luminosidad y la falta de fidelidad del video. Como pudo, hizo los ajustes y modificó algunos parámetros para compensar los inesperados destellos provenientes de la fuente de luz multicolor de las flores.

 

Ambos se sentían insatisfechos. No se perdonaban los errores cometidos. Este evento tenía renombre mundial y sabían que su pobre participación sería conocida internacionalmente. Todas sus esperanzas estaban a punto de desvanecerse. El esfuerzo de tantos años sería inútil si no lograban pasar a la siguiente ronda. Se mostraban recelosos y avergonzados, incapaces de creer lo sucedido.

Mientras el desfile de figuras holográficas continuaba, la tensión en el aire era palpable. Los murmullos entre el público se intensificaban cada vez que una nueva figura se proyectaba, dejando a todos en suspenso sobre su origen real o holográfico.

 

Al finalizar la proyección, el presentador tomó el micrófono nuevamente.

—Señores, gracias por su asistencia. Ahora pasaremos a la evaluación. Cada uno de ustedes deberá entregar su trabajo en el mostrador designado. Con base en la precisión y calidad de sus imágenes y videos, determinaremos quiénes pasarán a la siguiente ronda — anunció con una voz que resonaba en todo el salón.

 

Kaly y Antón, sin mediar palabras, se dirigieron al mostrador. A pesar de la competencia, podían sentir la solidaridad mutua, sabiendo que habían enfrentado dificultades similares. Ambos entregaron sus tomas, esperando lo peor.

El tiempo pasó lentamente mientras el jurado revisaba el material. Finalmente, después de una angustia estresante, el presentador volvió al escenario.

—Antes de anunciar a los finalistas, quiero felicitar a todos por su esfuerzo y dedicación. Es evidente la pasión que tienen por su arte —comenzó—. En un momento daremos los nombres de los dos elegidos.

La espera era agónica. Kaly y Antón se cruzaron de brazos, nerviosos. Antón no se contuvo y se aproximó a Kaly, extendió su mano y, en un gesto de sincera reconciliación, le dijo:

—Qué gane el mejor.

—Sí —contestó Kaly, sin voltear a mirarlo. Antón era su rival y no cedería hasta vencerlo. Sus manos aún sudaban copiosamente y eso la hacía sentirse incómoda.

 

Las luces se encendieron y, con gran pompa, el anfitrión se dirigió a todos. Este era el momento de la verdad. Más de uno se ocultó tras los grandes macetones que servían de ornato y separaban el estrado de los participantes que lucían orgullosamente su distintivo. Se decía que pertenecían a la elite entre los profesionales del mundo, los más habilidosos en su campo.

 

—Gracias por su participación —dijo el anfitrión. Su aspecto tenía algo desconcertante, inusual. Sin embargo, con la mirada fija en el suelo mientras hablaba, no se le podían ver los rasgos de la cara, algo difusos y etéreos.

Hubo un momento de silencio que aumentó la tensión entre los que esperaban con ansias el resultado. Algunos empezaron a aplaudir, emocionados por lo que habían observado. La experiencia había sido única y las manifestaciones de euforia llenaron el lugar. El anfitrión agradeció los aplausos y pidió silencio. Acto seguido, solemnemente anunció:

—Y por ser conejillos de Indias en nuestra prueba psicológica de comportamiento racional.

Kaly y Antón voltearon a verse. Sus ojos muy abiertos lo decían todo. Parecían preguntarse: ¿Qué es esto? ¿una broma? No daban crédito a lo que escuchaban. Aún sin sobreponerse, revisaron las fotografías y los videos, y al buscar los errores cometidos se dieron cuenta de que…

 

—Ah, por cierto… —escucharon que en ese momento el anfitrión aclaraba…

—Yo soy Komotu, su verdadera prueba.

 

—¿Soy real? —preguntó Komotu, colocando en su pecho el código π que lo identificaba y servía para que los concursantes dijeran si era o no un holograma.

 

Ante este giro inesperado, los concursantes prepararon sus equipos fotográficos y cámaras de video. Esto significaba que la prueba no había terminado; apenas comenzaba. A Kaly y a Antón no les importó ser conejillos de Indias, lo trascendente era triunfar. Debían aprovechar la oportunidad de borrar su mala actuación. Su reputación aún podía salvarse. Su prestigio ante el mundo dependía de su éxito. La emoción los embargaba. Excitados, se dieron nuevamente la mano, la verdadera competencia era entre ellos. Una sonrisa de esperanza borraba su gesto agrio, pero fue interrumpida por la explosión inesperada del jarrón que, como mudo testigo de lo que sucedía, antes de desvanecerse, proyectó en una gran pantalla la pregunta final dirigida no solo a los participantes, sino a todo el público:

 

—¿Y tú qué crees?

 

La audiencia quedó en un silencio sepulcral. En la gran pantalla, la pregunta brillaba con un destello que parecía provenir del propio jarrón ahora deshecho. Kaly y Antón, con sus cámaras en mano, sintieron el peso de la responsabilidad. No solo tenían que determinar si Komotu era real o no, sino que ahora también enfrentaban la pregunta filosófica más profunda que podían haber imaginado.

 

En el recinto, se podía escuchar el leve zumbido de los equipos electrónicos y el murmullo de la gente comentando sus teorías. Las luces de las cámaras de otros concursantes parpadeaban mientras intentaban capturar la esencia de lo real y lo irreal.

Komotu, con el código π brillando en su pecho, miraba a Kaly y Antón con una

expresión indescifrable. Era un reto, una invitación a descubrir la verdad.

Antón, el más técnico de los dos, comenzó a ajustar su cámara para analizar la luz y la composición de Komotu. Kaly, por otro lado, optó por una aproximación más emocional, intentando captar la esencia del ser frente a ellos. Después de observarlo minuciosamente, se percató de que el rostro de Komotu languidecía.

 

El tiempo parecía haberse detenido. Las horas pasaron como minutos. Finalmente, el anfitrión, con una voz que denotaba emoción genuina, anunció:

 

—El tiempo ha terminado. Presenten sus evidencias.

 

El mundo entero estaba pendiente. La respuesta a la pregunta definiría no solo el ganador del concurso, sino la percepción de realidad de toda una generación. Kaly y Antón se dieron cuenta de que contestar la pregunta iba más allá de una simple competencia. Sin importar el resultado, habían ganado una comprensión más profunda de su verdadero entorno. Satisfechos, se dieron un abrazo y después cada uno entregó su respuesta.

Una vez finalizado el concurso, las edecanes acompañaron al mago hipnotizador hasta la salida. Este maestro de la ilusión, capaz de transformar objetos y personas en hologramas, así como de materializar hologramas en entidades reales, aceptó con gratitud las flores exóticas que le ofrecían y las colocó en un gran jarrón de cristal. Pidió que llevaran el jarrón a la habitación donde realizaría su siguiente acto.

 

Su figura, adornada con una capa que ondulaba al ritmo del viento, destacaba entre la multitud que lo ovacionaba. Se dirigía a su auto deportivo cuando, para asombro de todos, desapareció de repente, dejando tras de sí una estela de luces y humo.


Juan F. Perales V.

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