Piénsalo tres veces
El verdadero amor
Francisco Javier Rauda Larios
“El amor no tiene cura, pero es la única cura para todos los males.”
– Leonard Cohen.
En los poco, de hecho, apenas cuatro días, más de 57 años, que Dios me ha permitido vivir, he vivido muchas experiencias, buenas y “malas”. Entrecomillo malas, porque al final del día, aquellas experiencias que consideramos malas, resultan ser las mejores y, ojo, hablo de situaciones tales como una terrible enfermedad, la pérdida de un ser querido o el trabajo, o la quiebra de algún negocio, incluso la pérdida de todo nuestro patrimonio.
En lo personal, salvo la terrible enfermedad (alabado sea el Señor), he vivido prácticamente todas las demás.
Hace casi 24 años que mi mamá no me acompaña físicamente y, casi 19 que mi papá tampoco, ya estuve en “los cuernos de la luna” alguna vez y, también, alguna vez en “el fondo del abismo” (de hecho, más de una).
Sin embargo, como dice el refrán: “Lo que no te mata, te hace más fuerte”.
Y es en esto último en lo que quiero poner el énfasis del presente artículo, mi querido lector.
Lamentablemente, a la mayoría de los seres humanos, nos cuesta, y a veces mucho, comprender esto.
En mi peregrinar por este mundo he conocido a mucha gente y, salvo sus honrosas excepciones, la mayoría parecemos estar, como dice otro refrán: “cortados con la misma tijera”.
Es decir, la mayoría juzgamos “malas” todas aquellas experiencias “negativas” que nos acontecen.
Desde mi óptica personal, existe una sencilla, pero poderosa, razón, la cual le comparo a continuación, amable lector.
Esa sencilla, pero poderosa, razón es que la gran mayoría de nosotros, por no decir que todos, interpretamos a Dios. Hacemos opiniones sobre Él e, incluso, lo juzgamos; en lugar de esforzarnos por conocerlo y comprenderlo.
Dios es amor, dice el proverbio, y el amor de Dios es muy diferente de la interpretación que nosotros le damos al amor.
La gran mayoría de las personas creemos saber lo que es el amor porque damos por hecho que se trata de mantener una relación sentimental con alguien, llámese pareja, hijos, padres, incluso, amigos, o por qué no, cosas o la misma naturaleza.
Suponemos que amar es preocuparse por la persona amada, reclamarle su comportamiento cuando se considera inapropiado; consideramos amor a la acción de culpar a un hijo porque le va mal en la escuela y, aún más, le decimos que es por su bien. También consideran amor al hecho de pretender que la pareja sea una fiel copia de nosotros mismos, creemos que hay amor cuando le damos todo a los demás sin recibir nada a cambio; o creemos amar a una persona, pero si ella engorda, se acabó el encanto.
En pocas palabras, hemos adoptado un sentimiento que se parece ligeramente al amor y lo hemos hecho así porque es lo único que conocemos.
Y la interrogante obligada en este momento es:
¿Conocemos el verdadero amor, el Amor de Dios?
Me atreveré, con el riesgo que ello conlleva, amable lector, a decir que la gran mayoría de nosotros, no.
Lo que sucede, en realidad, es que confundimos al amor con el miedo de perder el significado que le han dado los seres que están a nuestro alrededor. Lo confundimos con el miedo de no llegar a ser el ideal de persona que ellos creen que debemos ser. Esto no significa que estemos bien o mal, lo que quiero decir es que hay que dejar de controlar la vida empezando por amar las condiciones en las cuales vinimos a este mundo, así como todo lo que hemos vivido, que es lo que naturalmente nos ha llevado a ser y actuar de la manera que somos y en la forma en que lo hacemos.
En la medida en que estemos dispuestos a comprendernos y apoyarnos entre nosotros por encima de todo lo que vemos, sin censurarnos, sin criticarnos, sin juzgarnos, será mucho más fácil convivir con nuestros semejantes. De hacerlo así lograríamos no solo conocernos mejor a nosotros mismos sino, incluso, aprender de ellos permanentemente.
Esto significa unirnos física, energética, emocional y espiritualmente, con nuestros congéneres, permitiéndonos ser nosotros mismos para que ellos a su vez puedan ser tal como son. Al fin y al cabo, todos somos uno mismo.
Finalmente, a manera de conclusión, agregaré que en el momento que entendemos que las cosas “malas” que nos pasan son en realidad lecciones valiosas que Dios nos da para que aprendamos a mejorarnos a nosotros mismos, entonces nuestra perspectiva de lo “malo” como lo conocemos, cambiará considerablemente.
Según el escritor Erich Fromm, el amor es un arte porque debemos dominar su teoría y su práctica, por lo tanto, debemos aprender a ser artistas del amor.
En la medida que entendamos que somos parte de un plan divino, que todo lo que deseamos ser, ya somos, entonces y solo entonces, experimentaremos una autentica transformación que nos llevará a la paz, la alegría y la felicidad.
La clave está en no anhelar esa paz, esa alegría o esa felicidad; porque en el momento que anhelamos algo, nos llenamos de ansiedad, esperando que llegue, y esa ansiedad rompe, por consecuencia, la paz, la alegría y la felicidad.
Necesitamos voltear hacia dentro de nosotros para conocernos realmente, darnos el tiempo para profundizar en nuestra propia conciencia y, en la medida que nos conozcamos mejor, de pronto, cuando menos lo esperemos nos sorprenderemos a nosotros mismos de haber conocido a Dios.
Y en ese preciso instante, viviremos el verdadero amor.
“Lo que se hace por amor está más allá del bien y del mal.”
Friedrich Nietzsche.
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