José Juan Marín


Dentro de las distorsiones que hoy vive nuestro mundo, palpables en cualquier aspecto de la vida, hay que lamentar la falta de ideólogos y de intelectuales de la política.

 

Hay que lamentar, también, que la política haya dejado de ser entre nosotros un arte y una ciencia con contenidos.

 

El mundo político cambió y eso se ve en casi todas partes: en la excesiva publicidad y en el espíritu publicitario, en la irresponsabilidad de los gobernantes y en su frivolidad, en la erosión de partidos de cuadros con bases sociales, en el crecimiento de liderazgos que acaparan, en campañas vacías, en la política como un medio para ganar elecciones y nada más. Esta degradación ha tenido y tendrá consecuencias, en detrimento de todo y de todos.

 

“Una política prueba su eficacia ensayándose, corrigiendo los errores y acrecentando los aciertos”, decía Don Jesús Reyes Heroles, quién fue un intelectual de talante comprometido, incluso, obstinado con sus ideales, sin embargo, incomprendido en un inicio que en su propio medio fue muy oído y escasamente entendido, que fue admirado y escasamente analizado.

 

Coincido con Beatriz Paredes Rangel cuando asevera» Creo que se debe rechazar el pensamiento de que la política tradicional no tiene nada que decirnos, porque esta degradación sucedió cuando dejamos de matizar. Cuando se perdió de vista qué servía, qué funcionaba. Se perdieron de vista líneas de conducta, estándares o enseñanzas de la política bajo el amparo de “todos los partidos son malos” y “todos los políticos roban”; dejamos de distinguir entre buenos y malos políticos, se dejó de pensar en la complejidad del oficio y en su naturaleza ambivalente.

 

Si la política se redujera a un simple concurso de popularidad, no importarían las ideas, la formación, la experiencia, los resultados. Y en estos tiempos de triunfalismo y mercadotecnia poco se habla de un aspecto menos vistoso pero crucial: la responsabilidad de gobernar.

 

Como decía Ortega y Gasset,

» El ser humano es él y su circunstancia «. Mucho inciden las circunstancias, mucho incide el contexto. Pero, en un contexto propicio, un elemento esencial es la congruencia.

 

El político, desde mi perspectiva, debe tener muy claro cuáles son sus objetivos y lograrlos transmitir. No debe ser confuso ni confundir. No gustan los políticos demagogos, que dicen cosas sólo para quedar bien, o que dan un discurso distinto según cada auditorio, para quedar bien con ese auditorio específico, y que son capaces de decir una cosa en la mañana y en la tarde algo totalmente distinto o antagónico asegura Paredes Rangel.

 

Creo que un buen político es quien tiene claro sus objetivos y es congruente entre lo que dice y lo que hace. Pero para que sea exitoso, el contexto es fundamental.

 

 

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