José Juan Marín

En México, el ejercicio de la democracia no ha sido fácil ni sencillo; es un largo proceso. A pesar de nuestros avances tenemos un fuerte déficit en cultura democrática y respeto al Estado de Derecho. Después de los resultados del proceso electoral pasado, el cambio y reacomodo de las fuerzas políticas ha resultado complicado. La catarsis y el desprendimiento de viejas costumbres y arraigados vicios se presentan con sobresaltos y amenazas de conflicto en un país que está dividido y polarizado.

La vorágine política ha rebasado a los partidos. En realidad, hace tiempo que han estado al margen del debate nacional y dejado de ser oposición y contrapeso al gobierno. 

En cierta medida les invaden sentimiento de culpa y no se reponen de la debacle que sufrieron en el pasado proceso electoral. Además, y esto es muy preocupante, han descuidado el trabajo político y su responsabilidad primigenia de apoyar a sus militantes.

Los partidos se convirtieron en una franquicia con generosos recursos públicos que los han hecho un atractivo financiero, un nicho de mercado rentable y un lugar socorrido por los negociantes y cazadores de fortuna. La lucha por los principios ha pasado a ser un referente olvidado. Han atraído con frecuencia a gente sin convicción, representación, arraigo ni compromiso social.

Este modelo está agotado. Los partidos deben transformarse, sacudirse lo viejo, lo que no funciona y darle la bienvenida a lo nuevo. 

En este contexto vale la pena comentar las actuaciones de los partidos históricos mexicanos: el Partido Revolucionario Institucional (PRI) y el Partido Acción Nacional (PAN). Las dos corrientes políticas del país, genéticas distintas y comportamientos y proceder diferentes, dos formas de reaccionar ante el poder, sigilo y paciencia por una parte y oposición y lucha por la otra. Acción Nacional surge como oposición, está entrenada en este ejercicio, en la defensa de sus ideas y en contra de lo ajeno a sus convicciones. 

El PRI su ADN es otro, su origen es el poder, ha corrido mucha agua bajo su puente, ha rejuvenecido y envejecido en el ejercicio del poder, ha cambiado de piel según los tiempos y las circunstancias. Sobrevivió a la transición y a las alternancias del poder político en México, está formado en la disciplina y el respeto al poder, aliado de las circunstancias. 

Su actual dirigencia mantiene cercanía y precavida relación con el gobierno. Además, el presidente no tiene agravios con el dirigente, quien ha sido cuidadoso, reconociendo su silencio apoyador, esto ha tenido un alto costo para el PRI.

México vive una crisis respecto a su sistema de partidos. No logran surgir agrupaciones políticas nuevas que refresquen las ideologías y los proyectos, así como el carácter de lo que es gobernar frente a un mundo que requiere soluciones activas.

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