Por Mtro. Hist. José Arturo Villaseñor Gómez.


Desde el surgimiento del municipio bajo el modelo independiente, una vez consumada la Separación de Nueva de su capital peninsular; con la creación del Estado de Michoacán en 1824 surgió con la Constitución Política promulgada en 1825 en Michoacán.

 

Con ello nació también la inquietud por organizar los municipios bajo un nuevo enfoque, de tal suerte que permitiera una administración que trabajara en armonía con el titular del Ayuntamiento.

No era una labor sencilla, no obstante, la idea de fortalecer los ayuntamientos municipales con miras a qué fuese la primera célula de la estructura de gobierno.

 

El planteamiento en teoría comenzó buscando consolidar al presidente municipal y a su síndico con un cuerpo de regidores que fueran la representación, voz y sentir de los sectores del pueblo. Gente con visión, liderazgo, rectitud, honradez comprobada y que inspirara confianza en sus representados.

 

No era algo sencillo de lograr un perfil así; el entorno presentaba una sociedad heterogénea, analfabeta en su mayoría, cargada con el peso de la tradición y la moral católica como un arma de doble filo y allí pesaban más las relaciones de poder económico, religioso y social.

 

En medio las elites de poder centralistas contra federalistas; buscando cada una desde su óptica, imponer su visión de país. De ésta manera los regidores eran, en teoría, los representantes de la gente, aunque en la práctica fueron gente en su mayoría parte de los grupos hegemónicos que se disputaban el Poder, el control y sus intereses particulares con un enfoque fragmentado, partidista miope y contaminado.

 

Dados los vaivenes y zozobra del agitado siglo XIX, la figura del regidor no fue visualizada en su cabal dimensión. Ni en la Guerra de Reforma, ni en la intervención francesa y mucho menos en el porfiriato los regidores figuraron como el sector que tuvieran peso en las grandes decisiones de sus cabildos.

 

El siglo XX es motivo para continuar con este tema que, seguramente  dará para replantear y repensar la figura y papel de los regidores en los Ayuntamientos no como «figuras de complemento y adorno en una gestión administrativa», tampoco como la imposición del compadre o amigo del cacique para saldar deudas o favores político – partidistas o bien, al servidor del influyente que  fue puesto para decir SI a las propuestas que benefician a quien lo llevó a ese cargo, ya sea persona o por partido político, con una visión nuevamente miope y enferma.

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