Fotografía: Neftalí Coria

Neftalí Coria


Fotografía: Neftalí Coria

Hace veintiocho años vino esa pequeña espada a mis manos. La compré con mucho esfuerzo y entusiasmo. Era su luz lo que más miraba cuando a solas intenté escribir con sus prodigiosos filos. Una pluma es luz, y la luz se teje en la sombra de la paciencia y el silencio. Ataduras en la luz son esos ruidos que se ven, palabras que la espada descubre en las arterias y venas del papel de la página en blanco. Nunca quise confiar en ella al dormir, porque se sabe que la espada del guerrero, lo llega a traicionar. Siempre buscaba dormir lejos de su afinada punta. Siempre quise dominarla y con ella combatir la blancura, cuando mis ojos estuvieran despiertos.

 

Pasaron los años y la luz de la espada de plata no ha menguado, ni su precisión ha descendido al desatino. Por el contrario, me guía como el lazarillo a su amado ciego. Me lleva por los misterios blancos de la noche blanca del país de papel que juntos habitamos. Escribe por su voluntad, y no se detiene a esperar mi mano lenta. Su luz es hoy, mi única esperanza de poder hallar la verdad y sus consuelos. Y ahora duermo muy cerca de su afilada quietud y no desconfío. Sabemos bien que ninguno de los dos tenemos nada qué ganar, si uno de los dos resulta derrotado.

 

Y despertamos juntos para saludar los tristes días y comenzar a escuchar el eco de las palabras que en el aire pasan, como el aire mismo.

Deja un comentario