José Juan Marín
Suele aceptarse como una verdad que el desarrollo de la política activa guarda alguna clase de conexión con lo que suele describirse metafóricamente como el mundo de las ideas. La acción política requiere de una visión de las cosas, argumentos, convicciones enhebradas con conceptos. La política se nutre de los debates y el intercambio de razones que se llevan a cabo en la academia, en la arena política y en la sociedad civil.
No obstante, hace ya mucho tiempo que la política carece de ideas. El debate ha desaparecido de la escena política. Esto parece ser paradójico en el marco de la aguda polarización política que actualmente vivimos, pero no es así. No siempre el intercambio político se mantiene en el plano de la vida del intelecto.
Es cierto que las redes sociales constituyen verdaderos campos de batalla en los que se enfrenta la “derecha” a la “izquierda”, pero en tales espacios se recurre solamente a etiquetas y a slogans, no a argumentos. A menudo los usuarios de las redes no entienden en profundidad a qué se refieren tales rótulos. No debe confundirse la simple injuria con el debate ciudadano.
En parte, esta ausencia de ideas se explica por la falta de genuinos partidos políticos. En efecto, lo que existe son alianzas temporales, celebradas por personas que aspiran a llegar a ocupar un puesto público a través de elecciones. Cada una invierte en su campaña; no debe sorprendernos que algunos individuos toquen la puerta de diversas organizaciones con el fin de obtener un lugar interesante en su aspiración a un cargo.
Es posible que entre estas personas habite una cierta “atmósfera ideológica” (Derecha o izquierda), pero ninguna visión sutil de la sociedad que contrastar o justificar. La cuestión de las ideas no parece ser una prioridad para nuestros políticos.
Si la política se redujera a un simple concurso de popularidad, no importarían las ideas, la formación, la experiencia, los resultados. Y en estos tiempos de triunfalismo y mercadotecnia poco se habla de un aspecto menos vistoso, pero crucial: la responsabilidad de gobernar.
Como decía Ortega y Gasset: » El ser humano es él y su circunstancia «. Mucho incide la circunstancia, mucho incide el contexto, pero, en un contexto propicio, un elemento esencial es la congruencia.
El cultivo de las ideas permite otorgarle razonabilidad a la acción política, así como hace posible descubrir nuevos espacios para el compromiso ciudadano. La política sin ideas ni valores engendra una “clase política” mezquina y gris, entregada exclusivamente a satisfacer sus intereses de facción.
Esa no es la política que queremos en nuestro país. Los ciudadanos debemos esforzarnos por revertir esta situación procurando reconstruir la esfera pública.