Leandro Espino Córdova

Cronista de Araro


Venimos del oriente del imperio purépecha. De la tierra del chinapo, de la tierra de la sal, de la tierra del gran lago de Cuitzeo, sustento por miles de años de nuestros abuelos, abuelos de nuestros abuelos.

 

Traemos un saludo desde esta tierra, frontera con el imperio mexica, que supimos defender con valor y orgullo, los embates de los aztecas.  Pueblos heroicos como Acámbaro, Taximaroa, Bocaneo, Zinapecuaro, Taimeo, Álvaro Obregón, Queréndaro, Indaparapeo y Charo que ofrendaron muchas vidas para que los mexicas no nos conquistaran. 

 

Estábamos dispuestos ante el español a cumplir con nuestro deber, pero tuvimos dirigentes militares que nos contuvieron y para nuestra mala fortuna caímos en las garras de la explotación y el exterminio de la corona española. 

 

Región oriente, región del nacimiento de Kurikauaeri, que cada mañana sale triunfante de la lucha contra los dioses de abajo, de las tinieblas. 

 

Región oriente, asiento de nuestra madre con su santuario en Zinapecuaro, en lo alto de aquella colina para ver desde ahí a todos sus hijos del Tzintzuntzan Irechecua y derramar sus bendiciones. 

 

Zinapecuaro, lugar de chinapos, la tierra de la obsidiana, materia primigenia símbolo y esencia del bulto sagrado que portaba Tariacuri en sus conquistas y que por él estaba dispuesto a dar la vida.  Kurikaueri personificado en aquel cuchillo de chinapo que después compartió con sus herederos al trono Irepan, Iquingare y Tangaxoan en quienes depositó su confianza para que dirigieran las riendas del reino. 

 

La importancia de Zinapecuaro, la tierra de la obsidiana, no se discute.  Aquí confluían muchos pueblos que venían a surtirse de la materia prima para las puntas de flecha, los cuchillos, navajillas, las orejeras y los besotes. 

 

Pero si en algún lugar se complacía Kuerajperi, la dadora de vida, la vida misma, era en Araro, lugar donde se agujeran las orejas, la nariz y el labio como rito de iniciación y consagración de los nobles y guerreros.

 

En Araro estaba también su santuario y las fuentes brotantes, las fuentes calientes, los hervideros.  En uno de ellos escogido con anterioridad se vertía la sangre y los corazones de las víctimas sacrificadas previamente en Zinapécuaro en honor de Kuerajperi.

 

Al elevarse las nubes al contacto con la sangre y los corazones, nuestra madre las distribuía por todo el universo para que llegaran las lluvias, que serían su bendición y así las sementeras dieran abundantes frutos y sus hijos fueran prósperos. 

 

Dos veces en el año dejaba su santuario de Araro y en andas de sus hijos venía a la capital del Tzintzuntzan Irechecua derramando sus bendiciones y bondades en todos los pueblos que visitaba a su paso. Era la reunión de los dioses Kurikaueri, Kuerajperi y Xaratanga que velaban por el futuro del reino. 

 

Venimos de la tierra de Acámbaro, baluarte de la integridad del imperio ante los embates de los Chichimecas y de los Mexicas que, siguiendo la tradición, lucha ahora por la defensa del pueblo purépecha, de su cultura y de su lengua. 

 

Venimos de la fortificada Tajimaroa, hoy Ciudad Hidalgo, que muchas veces contuvo los ímpetus expansionistas del pueblo mexica, pueblo Matlazinca aliado agradecido con el Irecha que le dio esa región donde asentarse, huyendo también del asedio azteca. 

 

Venimos de muchos pueblos, somos su voz, somos el rescoldo del fuego que se niega a apagarse. Somos parte del Fuego.  Venimos a aprender de ustedes hermanos, porque a nosotros la ambición española nos exterminó por completo y no solo perdimos la vida sino todo lo que éramos como parte del pueblo purépecha. 

 

Hoy estamos atizándole a esas brasas que quedan para que Kurikaueri también vuelva a ser nuestro fuego, para que Kuerajperi nos siga dando vida. 

 

                                                                

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