José Juan Marín
En las últimas semanas la naturaleza nuevamente nos ha dado difíciles lecciones y aprendizajes. Una de esas tragedias de las que debemos aprender es el reciente impacto del huracán Otis, fenómeno natural que dejó a su paso un rastro de destrucción por Acapulco, Guerrero.
Nos obligan a reflexionar sobre la forma en que nos hemos relacionado con el medio ambiente, las estrategias para enfrentar los desastres naturales desde lo humano y lo político, y el uso de las herramientas que la misma naturaleza nos da para reaccionar a las contingencias.
En México hay poca cultura de prevención de desastres. Se habla de programas al respecto, pero a 38 años del sismo de 1985, que afectó a la Ciudad de México poco se ha avanzado
En Protección Civil y demás instancias que tengan que ver con prevención de desastres debieran realizar zonificaciones y atlas de riesgos que identifiquen las áreas problemáticas; además de propuestas para hacer llegar a la comunidad la información generada.
También podrían considerar a las instituciones de educación superior, que imparten licenciaturas y posgrados relacionados con la geografía de los riesgos; podrían apoyar con la elaboración de iniciativas.
Recordemos que hoy los signos de la catástrofe ambiental están presentes en casi todos los países del mundo.
La formación y evolución del huracán dejó perplejos a científicos y expertos, ya que ‘Otis’ se desarrolló en el océano Pacífico oriental y se convirtió en un huracán de categoría 5, en una época del año en la que rara vez se observan ciclones de esta magnitud.
Llama la atención que comenzó como una tormenta tropical y en tan solo 12 horas pasó a convertirse en un huracán con la máxima capacidad de destrucción.
Derivado de todo esto, es posible considerar que tenemos valiosas lecciones que aprender:
Primero. El cambio climático nos está cobrando la factura. Cada vez son más evidentes las repercusiones del calentamiento global. El aumento de la temperatura en los océanos está ocasionando huracanes cada vez más impredecibles y destructivos. Por lo tanto, el riesgo de que aumenten las pérdidas humanas y económicas será cada vez mayor en el futuro.
Segundo. Fallaron los sistemas convencionales de alerta a la población. Requerimos mecanismos más rápidos, certeros y eficientes de alerta a la población sobre posibles riesgos de desastres.
En estos días hemos visto como a los ciudadanos de Israel se les alerta en sus celulares sobre posibles ataques con misiles en sus ciudades. Conveniente sería que, en ciudades costeras de nuestro país, propensas a la llegada de huracanes, un sistema de alerta meteorológica ágil, que se apoye en nuevas tecnologías.
Tercero. Las autoridades no deben estar distraídas en temas no esenciales. No debemos olvidar que el principal papel del Estado debe ser salvaguardar la vida de las y los mexicanos, no solamente en temas relacionados a la seguridad pública, sino también en la protección civil.
Cuarto. Finalmente, sería importante rescatar mecanismos financieros que nos permitan afrontar catástrofes naturales de alto costo. Este año, el presupuesto federal solamente considera 17 mil millones de pesos para atención a desastres naturales. El problema es que las pérdidas económicas por Otis podrían rondar hasta los 270 mil millones, casi 16 veces más. Claro que una parte será cubierta por aseguradoras, pero difícilmente será suficiente ese monto presupuestado.
Si los gobiernos, las empresas, la sociedad civil, los niños, los jóvenes y el mundo académico trabajan juntos, podemos crear una verdadera cultura de protección civil. Tengamos presente el sabio dicho popular: » Más vale prevenir que lamentar.»