José Juan Marín
El cantautor Pablo Milanés ha muerto el pasado martes en Madrid a los 79 años, después de que se agravase su estado de salud debido a una enfermedad oncológica. Milanés es una de las grandes voces cubanas de todos los tiempos, el creador de canciones de amor inolvidables como Yolanda, Ámame como soy o El breve espacio en que no estás, que son ya himnos; un músico admirado y querido por sus compatriotas y también por importantes artistas de todos lados que hicieron suyas sus letras y lo llamaban, sencilla y cariñosamente, Pablo, o Pablito.
Milanés recibía desde hace unos años tratamiento médico en España, donde residía con su familia. El artista cubano deja un notable legado de canciones formidables y cerca de 60 discos que lo sitúan entre los nombres indispensables y más universales de la música iberoamericana.
La belleza de su voz privilegiada y su don para la interpretación, que le permitía llegar a registros donde la mayoría no alcanzaba, unida a su forma poética de decir, de aparente sencillez, pero cargada de una profunda sensibilidad que tocaba el alma con independencia del motivo que lo inspirase, marcaron a generaciones de cubanos y latinoamericanos.
Su música tuvo también fuerte arraigo en España, donde era bien conocido, y hasta en el pueblo más recóndito donde se presentara, jóvenes, medios tiempos y mayores se sabían sus letras. Joan Manuel Serrat, Joaquín Sabina, Luis Eduardo Aute, Ana Belén o Víctor Manuel son algunos de los artistas españoles que grabaron sus canciones y colaboraron con él. En su continente, figuras como Chico Buarque, Gal Costa, Armando Manzanero, Mercedes Sosa, Fito Páez, o salseros como Andy Montañez o Gilberto Santa Rosa, entre muchos otros, estaban entre sus devotos e hicieron lo propio.
También causaron impacto en su momento canciones políticas como Yo pisaré las calles nuevamente, La vida no vale nada, o Yo me quedo, de las que nunca se desmarcó, aunque sí lo hizo de los dogmas y la deriva de la Revolución cubana, a la que hace tiempo no consideraba revolucionaria. “Soy un abanderado de la revolución, no del Gobierno. Si la revolución se traba, se vuelve ortodoxa, reaccionaria, contraria a las ideas que la originaron, y uno tiene que luchar”, dijo en los años noventa.
Hablar solamente de sus composiciones políticas, o de las más poéticas, o de las más críticas en su desencanto, no es suficiente para comprender el verdadero significado y dimensión del cantautor, en quien era imposible separar al artista superdotado de la persona sensible, profundamente culta y cercana, que conectaba de inmediato con la gente y era capaz de mostrarse vulnerable ante el amor o de alzar su voz contra el racismo, la homofobia, el machismo.
Ese corazón tan especial, que ahora ha dejado de latir, es la esencia que explica su trayectoria vital y su obra, y es la razón de que su música siempre llegara al público y lo desarmara, cantara él sus propias canciones o interpretara los sones de los viejos trovadores, o de los clásicos del filin, el movimiento influido por el jazz que renovó la canción cubana en los cincuenta y sesenta, y que tuvo un gran peso en su formación.
En la vida del artista hay muchos hitos. Sin duda, uno de los grandes fue su paso por el Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos, al que pertenecieron también Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Eduardo Ramos, Sergio Vitier, Emiliano Salvador o Sara González, entre otros. El trabajo innovador de este taller creativo, entre 1969 y 1974, cambió los modos de entender y hacer la música cubana, y aquello cuajó en el movimiento de la Nueva Trova, que introdujo en la canción popular contenidos políticos y sociales pero tratados con hondo lirismo.
En tiempos de las dictaduras de Chile y Argentina, la Nueva Trova se convirtió en América Latina en el alma de la izquierda y del movimiento revolucionario, pero Milanés siempre compaginó ese compromiso cívico con las más hermosas canciones de amor y desamor, que son hoy, quizás, las más recordadas.
Al artista, que tanto aportó a aquel movimiento, no le tembló la voz para denunciar y criticar duramente al Gobierno de su país cuando consideró que era inadmisible lo que estaba sucediendo.
Además de músico, Pablo Milanés era sobre todo cubano ciento por ciento y ciudadano, y sus posiciones comprometidas le conectaron todavía más con ese público que lo adoraba y que para él era su razón de ser.