UN GOLPE A LA CONCIENCIA Y A FAVOR DEL CAMBIO.

José Juan Marín

Ante la tendencia a la baja en contagios y decesos por Covid-19 a nivel global en la última semana, el director general de la Organización Mundial de Salud, ( OMS ) dijo el miércoles 14 de septiembre en su rueda de prensa semanal en Ginebra que  «el fin de la pandemia está a la vista».

Las interpretaciones sobre la pandemia de Coronavirus son muchas e inundan las páginas digitales e impresas de los medios y las redes sociales.

Si la pandemia es un capítulo de las ´guerras bacteriológicas´ del siglo XXI, eso es una conjetura que tendrá que probarse con evidencia científica.

Si es un episodio del “choque de civilizaciones” que han advertido algunos pensadores, eso tiene que demostrarse con observación e indicios sólidos, más que con palabras.

Si es una profecía formulada por Michel de Nostradamus en el siglo XV, eso queda todavía en los terrenos de la especulación.

Lo cierto es que, desde una lectura más filosófica y humanista, la pandemia de COVID-19 trajo un alto en el camino a los humanos, una tregua a la naturaleza, una sensación de tiempo detenido en la cultura y un manojo de preguntas sobre el ser y el tiempo humanos.

Igual que todas las crisis globales, la crisis epidemiológica que hoy vivimos interpela directamente a nuestra conciencia y a nuestro corazón: nos pregunta -entre otras cosas- por qué hemos violentado a la naturaleza; pregunta con qué derecho hemos alterado los equilibrios de la vida en el planeta; pregunta qué hemos hecho con las distintas especies de flora y fauna, porque a diario desaparecen miles de ellas en todo el mundo.

Entre las enseñanzas que ha traído la crisis de la pandemia a nuestras vidas, hay una fundamental: no hemos sido lo suficientemente humanos entre nosotros ni cabalmente humanos con las criaturas de la vida, y por ello, hoy la naturaleza nos invita a un diálogo con nuestro interior, para corregir lo que hemos hecho mal y enderezar los renglones torcidos.

Hoy Dios y la naturaleza, según el filósofo Yuval Noah Harari, autor de “21 lecciones para el siglo XXI”, nos brindan la oportunidad de rectificar y de volvernos más humanos, como condición para merecer el reino de este mundo.

Quizás merecíamos el sufrimiento y el dolor, la muerte y las lágrimas que ha traído la pandemia al corazón del hombre, porque ninguno de los desastres de la historia nos había hecho reflexionar del modo en que ahora lo hacemos.

Tal vez merecíamos arrancarnos la piel en carne viva y la vecindad de la muerte, para darnos cuenta que estamos ante la oportunidad de mejorar y cambiar como seres humanos, antes de que el holocausto caiga sobre nuestras cabezas.

Hay pestes que matan el cuerpo, otras que matan el alma: esas dos las vivimos simultáneamente y todavía no sabemos bien los efectos devastadores de la segunda.

El mundo que tuvieron que esconder su sonrisa sanadora, sonrisa que nos llega inesperadamente un día que estamos tristes, sonrisa que nos devuelve la alegría sencilla de vivir, más que una prédica o un fármaco.

La sonrisaterapia debiera agregarse a la abrazoterapia.

Nuestro deber con los que se fueron en esta pandemia, es regalarnos unos a otros nuestras sonrisas.

Estamos sedientos de sonrisas a rostro descubierto.

Demasiados años sin ellas. Nuestro país, además (tan crispado que está) lo necesita urgentemente.

Que cada uno de nosotros nos impongamos a nosotros mismos recuperar la cordialidad y sobre todo, la sonrisa, la puerta de la cordialidad más honda que nace del corazón y no de la cabeza.

Por algo «cordialidad» incluye la palabra «cor», en latín, corazón.

Que la pandemia, espero sea superada,  sea reemplazada por una epidemia de sonrisas. Que nos contagiemos de sonrisas.

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