LEANDRO ESPINO CORDOBA, CRONISTA DE ARARO

Parte I

INTRODUCCIÓN


Este pequeño libro surge a raíz de la oportunidad que tuve de consultar el Archivo Porroquial de Zinapécuaro. No sé si el párroco me haya facilitado los libros más antiguos existentes en ese archivo, pues no se me dio opción de verlo en su totalidad.

De cualquier manera entré en contacto con este tomo de “Bautismos y Casamientos de naturales. 1625-1662”, el más antiguo de los que me prestaron. El tomo cubre esos años y registra lo relacionado a estos dos sacramentos de la Iglesia Católica, en todo el territorio que en aquel tiempo, digamos, pertenecía al centro de evangelización que constituía Zinapécuaro, como cabecera.

No es el momento de analizar el tomo en todo su contenido. El fin de este libro es darle al lector noticia de las personas que vivían en Araró y que al ser bautizados y casados quedaron registrados en este tomo. Entonces, lo que hice fue extraer del tomo los registros de bautismos y casamientos pertenencientes a personas que en este periodo vivían en Araró, con el fin de analizar de modo particular estos registros y extraer algunas consideraciones que a mi juicio vale la pena que sean conocidas y puestas a su criterio.

La primera constancia de la lectura de estos registros, (actualmente les decimos, actas, fes, boletas) es los pocos pobladores que había en el pueblo. Si hacemos cuentas hubo 72 bautizos y 18 casamientos en este periodo que nos ocupa de 37 años, lo cual nos lleva a concluir que no hubo ni dos bautizos por año, en promedio, y casamientos, hubo 1 matrimonio cada dos años en promedio.

Realmente la población estaba diezmada. Todavía no se reponía de la injusticia y terrible explotación que significó la conquista y en particular la Encomienda de Zinapécuaro-Araró. A mas de cien años de este hecho, los estragos estaban vigentes: la pobreza, el hambre, el sometimiento, la esclavitud, en una palabra. Araró, de ser un pueblo floreciente e influyente en lo militar, en lo económico y en lo religioso en el Imperio P´urhépecha, para esta época, era un simple barrio de Zinapécuaro.

En otro aspecto, los nombres que les imponían en el bautismo a las personas nos indican palpablemente, por una lado la superposición de dos visiones, dos mundos, dos religiones. Todavía en esta época, los nombres están compuestos de las dos raíces: la española y la originaria: nombre español, apellido originario; o, nombre y apellido españoles. El nombre de un santo católico y el apellido p´urhépecha; o, nombre y apellido de dos santos católicos. Pero siempre la dominancia del nombre. No indica más que la imposición de una religión, de un modo de ser, de un mundo.

Por último, para el 24 de Agosto de 1640, en registros de bautismo aparece por primera vez ARARON como nombre del pueblo. Con razón quedó tan arraigado en la mente de las personas. Es referencia antigua y a tantos años de distancia no se ha olvidado y sigue en la memoria colectiva, sobre todo en la gente mayor. Y es el lugar para puntualizar algo. En la lengua P´urhé las palabras agudas no existen. La palabra Ararhu, que ya hicimos aguda (Araró), puede tener su origen agudo en haberle añadido los frailes la “n” final, Araron, y entonces se españolizó para pronunciarla como Ararón, con acento.

Son algunas conclusiones que podemos analizar, unas de tantas, si leemos con atención los registros religiosos de esta época remota sobre la gente de Araró.

Por último, no cabe duda que el español al que nos enfrentamos es dificil y más cuando los frailes al asentar en los libros estos registros, no ponían mucho empeño en el cuidado de la letra y ortografía. Pero vale la pena el esfuerzo por leer ese español de principios del siglo XVII.

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