José Juan Marín


La política y la democracia son fundamentales para tener buenos gobiernos, para tener empleo bien pagado y una economía sana y, desde luego, para tener una vida pública de calidad.

 

Las dos van de la mano, porque la mejor política es la que se hace en democracia, y la mejor democracia es resultado de una buena política.

 

A mí me gusta y me interesa la política, porque es la mejor forma de producir bienes públicos al servicio de la gente, al servicio de los ciudadanos.

 

Y me gusta la democracia por lo que afirmó Jesús Silva-Herzog Márquez: porque “sólo en democracia somos en verdad personas”.

 

La política determina el bienestar o la desgracia de mucha gente. De hecho, todos estamos condicionados por el bien o el mal que se puede hacer desde la política: la posición económica que se tenga en la sociedad, la falta de oportunidades para las mujeres, la dificultad para que un migrante realice su sueño, la falta de oportunidades educativas o académicas para el hombre de a pie, todo está marcado por la buena o la mala política. La política condiciona el bien o el mal vivir de millones de personas. Por eso me interesa la política: para hacer el bien y evitar el mal que se pueda evitar.

 

La política es el instrumento más a la mano para hacerle justicia a las personas y a la sociedad. Es una forma eficaz para corregir las desigualdades y los desequilibrios sociales, poniendo la dignidad humana y la promoción de la persona el centro del quehacer gubernamental. Por eso me gusta y me interesa la política.

 

Me gusta y me interesa la política porque es una forma de mirar al futuro. El pasado es asunto de los historiadores. El presente es asunto de los técnicos. El futuro es el asunto de los políticos. Las sociedades necesitan un horizonte histórico hacia el cual dirigirse, porque siempre hay un más allá del pasado y del presente, comparte Carlos G. Reigosa.

 

La política es el instrumento del progreso histórico de las sociedades humanas, pues siempre hay un mundo mejor que el que tenemos. Es misión de la política vislumbrar ese futuro y construirlo. Por eso me interesa la política.

 

Por estas tres razones, cuando veo la confusión y el desatino de los actores políticos, no puedo menos que sufrir un profundo desencanto. Su visión es corta y su lenguaje es pobre. El que condena a políticos de otra tendencia se condena a sí mismo. Es decepcionante verlos decir: “nosotros somos los únicos que hacemos bien las cosas, todos los demás las hacen mal”. Esto es enanismo y síntoma de que les falta un poco más de razonamiento, además de capacidad autocrítica y realismo.

 

Parece que hay una invasión de la Cenicienta y la malvada madrastra en la política actual. Ella era totalmente buena, la madrastra era totalmente mala. Hace falta honestidad intelectual para reconocer los propios errores y para valorar el mérito ajeno.

 

Algo está fallando entre nosotros. Se celebran el error y el desfiguro como cosa normal, mientras se ponen en un predicamento aspectos de naturaleza sustantiva: cuando nos refugiamos en actitudes irrenunciables, nos condenamos a hacer trampa entre la esperanza y el desengaño.

 

Yo creo en la política porque es una forma de creer en la espiritualidad de las personas. También creo en la democracia, porque fuera de la creencia en el sistema democrático no hay nada confiable.

 

Veo difícil volver a tiempos de mayor cordura y menor beligerancia, porque humos turbios y revueltos se han apoderado de la vida pública. Sin embargo, creo que hay motivos para sustentar una razonable esperanza. Tengamos fe en que el mañana será distinto.

 

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