Francisco Javier Rauda Larios

En estos tiempos en los que se habla de calidad hasta por los codos: calidad en el servicio, productos de calidad, cultura de calidad, calidad de vida, sistemas de calidad, calidad ambiental, y cuantas más calidades se nos ocurran. Surge la interrogante:

¿Cómo se logra alcanzar tantas calidades? Si es que se logran.

Las compañías de clase mundial que van a la vanguardia en la calidad, en sus informes y boletines de prensa enfatizan que han alcanzado sus elevados estándares gracias al esfuerzo, dedicación, conocimiento y capacidad de su gente, amén de las tecnologías y las estrategias corporativas.

Pero, alguna vez ha escuchado o leído usted algún artículo, alguna noticia donde alguna compañía diga, por ejemplo: Hemos alcanzado los más altos niveles de calidad gracias a que nuestro personal se ha comprometido de corazón, por que ha puesto su amor en ello.

Verdad que no.

Por que nadie habla del amor a la calidad o, lo que es mejor, de la calidad del amor.

 

¿Acaso no es el amor un principio fundamental del hombre?

Los seres humanos somos los únicos capaces de sentir y expresar este sentimiento.

¿Acaso no es la capacidad de amar lo que distingue al hombre de la bestia?

Estamos iniciando un nuevo siglo, un nuevo milenio y, sin embargo, seguimos padeciendo de los mismos males: pobreza, marginación, desempleo, inseguridad, hambre.

Usted cree que la gente, y es mucha, que padece estos terribles males sabe o comprende la palabra “calidad”.

Si bien es cierto que la mayoría de las empresas han iniciando, algunas desde hace algunos años, el movimiento hacia la calidad de vida de sus trabajadores, también es cierto que en la mayoría de estas empresas sigue habiendo trabajadores insatisfechos, frustrados, estresados e incluso atormentados por la falta de coherencia en la organización.

Se les exige, por un lado, un alto rendimiento y productividad, calidad en su desempeño y en sus resultados; mientras que, por otro lado, se les priva del privilegio de ejercer su individualidad, restringiendo su creatividad y su capacidad generadora de ideas y soluciones, así como la libertad de compartir, sin temor a ser reprendidos o peor aún despedidos, sus ideas y pensamientos.

A continuación me permito, claro está con el debido respeto, hacerle las siguientes preguntas:

Usted cree, o considera que:

¿Su Jefe lo quiere?

¿Sus compañeros lo quieren?

¿Sus colaboradores (prefiero este termino en vez de empleados) lo quieren?

Y dos últimas preguntas:

En caso de que la respuesta a las preguntas anteriores sea afirmativa (positiva), sabe Usted:

¿Por qué lo quieren?

Y de igual manera, si su respuesta fue negativa, sabe Usted:

¿Por qué no le quieren?

En este momento, le pido por favor que se de un tiempo para reflexionar al respecto y trate de responder, sinceramente, estas cuestiones.

Una vez que tenga sus respuestas, traslade las preguntas a su hogar, a su familia y lleve a cabo exactamente el mismo procedimiento.

¿Cuales son sus conclusiones?

Volviendo al tema, ¿tendrán alguna relación el amor y la calidad?

No será que en estos tiempos locos, de globalización, internet y demás avances tecnológicos estamos reduciendo o encapsulando los valores humanos fundamentales, poniendo como prioridades el poder político, económico e, incluso, religioso. Anteponiendo la conveniencia y satisfacción personal al bienestar social u organizacional, en detrimento de las relaciones humanas fundamentales de Amor, Paz, Armonía, Generosidad y Humildad.

A caso no nos hemos dado cuenta de que, finalmente, de nada va a servirnos el “éxito” sino tenemos con quien compartirlo.

El rey sólo, no forma el reino.

Debemos buscar la verdadera UNIDAD familiar, organizacional, “global”, sentir que el logro es de todos y los beneficios para todos.

Y el amor, es justamente el pegamento más efectivo para mantener unidos a los hombres y los hombres son, al fin y al cabo, los hacedores de la calidad.

Si no hay calidad en el amor, cómo entonces podemos hablar de amor a la calidad.

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