Por: Neftalí Coria


Es para la que lee y sé bien su nombre.

Parecería un exceso decir lo que el título señala: “odio a la lectura”, pero hay visos de que no estoy tan errado. Me explico. No es común ver personas leyendo por los sitios públicos de la ciudad y los pocos que lo hacen, pasan desapercibidos, además la mayoría, están en sus celulares y no precisamente leyendo “Pedro Páramo” o “La región más transparente” en pdf.

Pero en las zonas laborales, son comunes las horas muertas, y vaya que en las oficinas de gobierno las he visto, y en ellas, es raro ver que alguien lea. No obstante, en alguna de las oficinas a las que fui a hacer un trámite por estos días, había una atmósfera de tedio y tiempo muerto; Algunas personas desayunaban y conversaban acaloradamente y reían, otros estaban mirando sus pantallas de la computadora y otros sus teléfonos celulares ¿Leyendo? No lo creo. Pero entre todos, había una joven que leía un libro de Paul Auster, lo que me llamó la atención; quienes me conocen, saben que es un autor que he leído y he escrito sobre las obras de este novelista norteamericano. No resistí y le pregunté si le gustaba tal autor. Además, leía una novela poco popular entre las de tan prestigiado autor.

–Le gusta Paul Auster –le pregunté.

–Me lo recomendó mi novio y sí, me está gustando.

–Gran novelista –le dije.

–¿Usted lo ha leído?

–Si, claro. Por cierto, no hace mucho que murió. ¿Es la primera novela de Auster que lee?

–Sí, pero se me antoja leer otras. Aunque aquí no se puede leer porque las compañeras y compañeros, se molestan y hasta se burlan porque leo.

–¡Cómo! Si leer hace bien –le dije con una ingenuidad postiza.

–Sí, pero aquí me odian porque leo –me dijo mirando de reojo, cuidando no ser escuchada.

Me vino la idea del odio a la lectura. Extraño, pero en el fondo, más tarde me dio por pensar que, como en muchas actitudes que se ejercen en nuestra individualista cultura, nadie quiere que el otro progrese o aprenda, porque “si yo no, tú menos y te chingas”. Nada raro en el mundo universitario, y quizás desde la educación básica es una envidia revanchista, ya está como norma envenenada y naturalizada. La percepción y la expresión de aquella muchacha: “me odian porque leo”, no era gratuita porque lo dijo en serio; la sentí desprotegida ante una pandilla de burócratas barbaros que se dedican a trabajar lo poco que hay que hacer y el resto a venderse chucherías entre sí, a organizar desayunos, comidas y demás ramplonadas que nadie puede negar que suceden en la burocracia y tendría muchos ejemplos que no caben en este espacio, ni es necesario repetirlos aquí.

¿Por qué molestarse porque alguien lea en momentos en que es posible abrir un libro en horas de trabajo? Me pregunté. Seguro el jefe no lo permite porque son horas que los empleados están cobrando y no precisamente por leer literatura. Parecería razonable, aunque tengo mis otras sospechas, que por lo regular muchos de los jefes no leen, ni los que siguen en rango, ni el más alto lee (literatura, claro), así que es lógico que esté prohibida la lectura y es lógico que odien a quien lee y quiere saber, “porque si yo no, tú tampoco y como yo, te chingas”. Y aquí podría agregarse que el libro y la literatura en ese mundo y en nuestra cultura de la facilidad y el mínimo esfuerzo, son cosas extrañas. Así que la frase de aquella muchacha hermosa que se sentía odiada por leer, era totalmente acertada. Y si esa era su percepción, por alguna razón muy suya y de motivos verdaderos, me lo había dicho.

Por otro lado, creo que no estaría mal, que en las horas de trabajo, se tomara media hora, para una sala de lectura para los empleados, un breve tiempo para lectura de un libro de manera organizada, porque es innegable que la burocracia no trabaja el cien por ciento de su horario laboral. O sus sindicatos pudieran tener esa iniciativa entre tantas que tienen, pero de nuevo nos encontramos con que para el común de los empleados es “cosa extraña eso de leer libros”, “qué vamos a perder el tiempo en eso”.

Me pregunto si el odio a la lectura también está en aquellos que presumen no haber leído ni un solo libro y que les da orgullo decirlo. Como un funcionario que me dijo a boca de jarro, mientras fui a ofrecerle algunos libros de mi editorial para su venta al área que coordinaba. “Mira, yo de libros no sé ni madres, a mí me gusta el fútbol”. Y me lo dijo con un muy claro orgullo. “Voy a poner una fábrica de balones y te visito”, le dije en el mismo tono que él me había referido sobre “lo suyo”. ¿Odiaría a quienes leen? me lo pregunto ahora que reparo en el odio a la lectura. Y si enlisto las frases de las que he sido depositario durante mi actividad lectora, como “luego lees”, “ya deja el libro”, “tú y tus pinches libros”, “pues come libro”, etc., etc. me doy cuenta que he tenido cerca a quienes odian la lectura y no me daba cuenta.

Después de la breve conversación con la muchacha hermosa que ahora estará terminando la novela de Paul Auster, he descubierto –y se lo agradezco–, el odio a la lectura, porque nunca imaginé que alguien tuviera esa sensación de ser odiada porque lee un libro de ficción.

Y ahora desde aquí le digo a ella, que lea mucho, porque la lectura también nos hará comprender y resistir el odio de los demás, pero también nos enseñará a comprender y a vivir el amor.

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