José Juan Marín


 

Desde los dos lados de la franja de Gaza, la violencia indiscriminada contra la población civil, israelí o palestina, no encuentra justificación alguna.

 

Los ataques terroristas de Hamás, contra ciudadanos inocentes, merece ser condenado como salvajes actos de terrorismo. Pero, no es menos cierto que, detrás de esta última cruenta explosión de violencia, asoma la responsabilidad global que ha llevado a esa masacre.

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De un lado, la política israelí, dirigida desde hace más de 20 años por una coalición reaccionaria (siendo Netanyahu el símbolo) y por una extrema derecha religiosa que ha ido saciando como nunca, desde 1948, su hambre de colonización en los territorios ocupados, transformando Gaza en una cárcel a cielo abierto y haciendo del racismo y del odio, su alimento.

 

No en vano, hablaremos hoy del fracaso amargo de la oposición progresista israelí y palestina, cuyas vías de salida propuestas han quedado heridas de muerte por la ofensiva de Hamás.

 

Es, en definitiva, un callejón sin salida apuntalado, además, por la mirada ausente de la comunidad internacional, que aceptó sin ambages el desvanecimiento de la solución de Oslo de dos Estados independientes, y que ha abandonado a los palestinos en manos de islamistas fundamentalistas respaldados por Irán.

 

Nadie sabe, ahora, dónde puede desembocar esta trágica situación.

 

Hoy la alternativa a la que todos están enfrentados es clara. Cabe vaticinar una guerra total por parte de Israel para destrozar la infraestructura humana de Hamás, con miles de víctimas, generando, al mismo tiempo, una suerte de apartheid oficial y de política de limpieza étnica y confesional en Palestina, con el objetivo de expulsarlos hacia Cisjordania, Líbano y Jordania (un nuevo éxodo palestino) y conquistar otras partes de la franja de Gaza, reservadas en adelante a los colonos.

 

No es necesario adelantar que esta solución traerá, a medio plazo, decenas de miles de muertos y al final un fracaso rotundo.

 

Existe, en cambio, una vía más eficaz, aunque condicionada al urgente cambio de Gobierno en Israel, y al debilitamiento militar inevitable del islamismo integrista de Hamás. Habrá que apostar por un renacimiento de una Autoridad Palestina laica, único interlocutor posible, desembarazada de su actual dirección corrupta e impotente, y que claramente ha reconocido el derecho a la existencia del Estado de Israel, para alcanzar un acuerdo con los israelíes bajo el amparo de la ONU.

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Para ello, una conferencia internacional impulsada por el Consejo de Seguridad es imprescindible porque nunca, desde la creación de Israel en 1948, la situación ha sido tan grave, cruel y sangrienta.

 

La paz, ni los israelíes ni los palestinos la pueden conseguir por ellos mismos sin la intervención de una consciente comunidad internacional, que tiene en sus manos la capacidad y las herramientas de impulsarla y garantizarla.

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La muerte, en cambio, sobreviene fácilmente entre estos dos pueblos hermanos en el origen, enfrentados desde más de 70 años en la temible espiral de la violencia. Es precisamente hoy, en medio del dolor, de los sufrimientos y del odio, que hay que apostar por la paz, que es la única alternativa para salvar de la muerte a todos.

 

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