José Juan Marín


Cualquier mujer mexicana de hoy cabe en la obra de la escritora Elena Garro, porque los mundos que describió son los del siglo XX y los del XXI.

A 26 años de su muerte, la literatura de Elena Garro sigue siendo la de un mundo dividido, en el que la muerte y los moribundos son los voceros de tiempos de oscuridad.

Nació en Puebla en 1916 y su infancia la vivió en Iguala, Guerrero. Luego, cuando ella era adolescente, su familia se mudó a la Ciudad de México. El destino la alcanzó cuando en la preparatoria conoció a Octavio Paz, era el año de 1935.

Elena Garro es injustamente conocida por ser la esposa de Octavio Paz. Sin embargo, su obra y vida poseen alma propia y es considerada una de las mejores escritoras mexicanas.

Su legado literario es un tesoro de belleza y lucidez, donde la riqueza de la prosa poética se engarza con una visión lúcida y crítica de las turbulencias del siglo XX mexicano y, de una manera más amplia, con la condición humana.

Si la literatura tiene el atributo de abrir horizontes, ampliar la imaginación y permitirnos trascender los límites –y la mediocridad misma– del mundo en que vivimos, obras como “Los recuerdos del porvenir”, “La culpa es de los tlaxcaltecas” y “Un hogar sólido” (por sólo citar las más conocidas) confirman con creces esa magia.

La obra de Elena Garro, dueña de una gran riqueza de imágenes, despliega mundos de luz y sombra donde la belleza del paisaje, el anhelo de felicidad y la ilusión liberadora están amenazados por la mediocridad del rutinario tiempo cronológico, que pesa en nuestras vidas como una cárcel.

La sombra de la violencia, la falta de justicia y la libertad que condiciona el vivir, hablar, callar y soñar, son espectros y fantasmas que adelgazan la vida y hacen del hombre un maniquí de fuerzas sin nombre ni rostro.

Con justicia se ha dicho que “Los recuerdos del porvenir” es la primera novela mexicana fruto del realismo mágico, en el que entran en pugna el ser y el deber ser, la vida y la muerte se confunden en un mismo plano y una visión absurda de la existencia cobra lógica y sentido.

En sus cuentos, crónicas y novelas, Garro sugiere, con imágenes deslumbrantes o terribles, las posibilidades que abren las fisuras, las duplicaciones y las suspensiones del espacio y el tiempo.

La magia negra de la palabra paraliza y limita, evoca el crimen o la desgracia, crea silencios opresivos y siembra el miedo y el terror. La orden que condena, los insultos que degradan y las alusiones perdidas, son palabras hieren y humillan, son violencia soterrada que presagia más violencia.

Los mundos de Garro son violencia soterrada o brutal que arruina el paisaje, mutila el cuerpo y el espíritu, asfixia la imaginación y apaga la ilusión.

A 60 años de la publicación de “Los recuerdos del porvenir” y a 25 de la muerte de Elena Garro, puede decirse que su obra es testimonio de la ruina de una revolución traicionada; es, tristemente, un pasaje desolado de lo que hoy es Iguala, o una premonición de la desgarrada geografía humana llamada Guerrero, Reynosa, Tlajomulco de Zúñiga, Lagos de Moreno, Ciudad Juárez o Allende.

Actualmente los críticos literarios la catalogan como una de las dos mejores escritoras mexicanas, junto con Sor Juana Inés de la Cruz. Pese a esto, es poco conocida a nivel nacional e internacional.

Volver a las páginas de esta extraordinaria escritora, no es hundirse en la desesperación del pasado o en la desesperanza del presente, sino saber que una gota de luz puede vencer las fauces de la oscuridad.

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