José Juan Marín.

 

La noticia del asesinato del estadounidense Charlie Kirk fue muy relevante en redes sociales, pero pasó parcialmente desapercibida en otros medios.

 

El caso de este hombre es trascendente por varias razones, porque no es una situación local que sólo pasa en Estados Unidos, es un problema presente en todo el mundo en el que encontramos características similares como las siguientes:

 

Uno. En Estados Unidos, decenas de voces con relevancia y audiencia, desde la arena política hasta los medios de comunicación, comenzaron a urdir teorías de la conspiración, asignándole al responsable del homicidio una identidad que resultara conveniente para su narrativa ideológica particular.

 

Dos. Donald Trump, experto en polarizar y explotar el clima de crispación política que eso genera, emitió un discurso en el que culpó únicamente a la izquierda de la violencia política en Estados Unidos. Pero la derecha estadounidense no está exenta de responsabilidad. Apenas hace unos meses, un radical de derecha asesinó e hirió a legisladores demócratas en Minnesota. Trump prefirió omitir mención del caso.

 

Tres. Cuando finalmente se conoció el nombre del asesino, Tyler Robinson que resultó ser un hombre blanco, hijo de una familia del Suroeste de Utah, una zona profundamente conservadora.

 

Cuatro. El terrible asesinato de Charlie Kirk que dio paso a una explosión de irracionalidad colectiva y polarización debe encender todas las alarmas en Estados Unidos y en otras partes del mundo. Cuando lo que prevalece es el apetito por la violencia política y la irracionalidad colectiva, el siguiente paso es el caos.

 

Ante ello, no bastan los llamados al buen comportamiento. Detener estos procesos requiere comprensión profunda de cómo funcionan y un enorme esfuerzo para intervenir en ellos.

 

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