José Juan Marín

 

Los tiempos que vive nuestro país, no son muestra de la mejor ideología y la mejor política para elevar la cultura cívica de nuestra gente y darle un rumbo cierto a nuestra sociedad. Lo que hoy vivimos es el limbo de la falta de enfoques y propuestas.

 

La reflexión ideológica y la práctica política se han vaciado de contenidos y de un horizonte de grandeza, porque lo que más abunda hoy no son ideas, argumentos ni razones, sino los “alfilerazos” en el casillero de enfrente y el placer enfermizo del “come prójimos”. 

 

No hay razón ni necesidad para caer en el lodazal. La disputa por el poder no puede ni debe convertirse en un intercambio de epítetos cada vez más burdos y soeces para descalificar al contrario. 

 

Requerimos que el ejercicio del poder se oriente hoy en beneficio social, que el ejercicio de la política se vuelva una reivindicación de los intereses ciudadanos.

 

Antes las ideologías eran claras y definidas, porque se distinguía con facilidad a los diferentes tonos de la izquierda, se identificaba lo que era el centro ideológico y qué siglas lo representaban y, finalmente, sabíamos con absoluta precisión las distintas coloraciones de la derecha. Hoy no es así.

 

En parte, en esto radica la crisis de las ideologías, pero también la crisis de la política, porque no se sabe a ciencia cierta de qué punto partimos y tampoco a dónde vamos.

 

La izquierda está en el ejercicio del poder y requiere de más liderazgos e ideólogos visibles como en otro tiempo, entonces hoy la izquierda mexicana es víctima de sus propias contradicciones y extravíos, y México requiere de una izquierda limpia, auténtica y congruente con su rol histórico.

 

El centro ideológico sigue siendo, como siempre, la no identidad conceptual, la ambigüedad, la indefinición y la confusión, pues no hay una fuerza que tenga el monopolio del discurso prudente y moderado.

 

La derecha histórica perdió su rostro y sus fronteras ideológicas, porque no hay quien reivindique el pensamiento y el temple moderado de “los de en medio”: de aquellos que no se identifican con la izquierda ni con la derecha, y menos con los extremos del cuadrante ideológico.

 

La verdadera discusión que tendríamos que hacer sobre sus respectivos proyectos para conducir los destinos del país. Lo que estamos viviendo, por desgracia, es un intercambio de venenos sin el menor intento de argumentar razones, más allá de la burla que humilla o disminuye. La conversación pública substituida por redes sociales destinadas a golpear y distorsionar para dañar al rival.

 

En todo este paisaje de zonas chatas y grises, de enfoques que huyen de la definición para no perder el “voto híbrido” o convenenciero, quien sale perdiendo es nuestra sociedad: 

Primero, porque se ha quedado sin una ideología y una política con contenidos y, segundo, porque pasó de ser una ciudadanía digna y valiosa a ser “cliente de ocasión” de una visión asistencial de la política. 

 

No le convienen al país fuerzas políticas que hacen de la pugna electoral una sesión de terapia psicológica, un ring de box o una guerra de lodo, porque esto lo que hace es llevarnos al callejón sin salida de la confrontación.

 

Lo que al país le conviene es hacer de la política la zona de encuentro del diálogo civilizado, mantener a raya la visceralidad, enfriar el discurso beligerante y no permitir que nada se imponga sobre la República democrática que somos.

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