Tranquilino González Gómez
No se requiere reflexionar mucho para darnos cuenta que vivimos en un planeta que nos es común, y que como seres humanos tenemos también comunes intereses y metas que debemos tener presentes: garantizar nuestro futuro y el de las futuras generaciones, que serán herederas de nuestra buena o mala praxis.
Las aparentes grandes diferencias e intereses que existen entre los seres humanos con los que compartimos nuestras vidas, cada uno buscando resolver sus particulares problemas con una fuerte competencia para obtener las mejores condiciones y tener lo que se requiere para vivir mejor, se traduce en que no se permite fácilmente la construcción de rectas relaciones humanas.
Igual sucede con las naciones y los grandes bloques de países que se han creado en la defensa de sus intereses, y que buscan imponer a otras naciones sus modelos y formas de vida. Se trata en el fondo tanto en lo colectivo como en lo individual del ejercicio del poder para el beneficio de unos sobre otros.
Cada vez nos resulta más claro que todos y cada uno de nosotros estamos interrelacionados, y que en esto radica precisamente la grandeza o la tragedia de la humanidad. El entrelazamiento de nuestras vidas nos permite construir relaciones muy valiosas como la amistad y la unión en parejas por amor o intereses comunes, o bien difíciles y cruentas como las que se expresan en la guerra y la opresión.
Henry Drummond en su obra La ascensión del hombre, refiere que “Tan ventajosas son todas las formas de servicio mutuo que cabe preguntar sí la cooperación y la empatía – al principio instintivas, luego razonadas- no son los hechos más grandes, aún en la naturaleza orgánica”.
Las rectas relaciones humanas son una ley que habrá que construir en lo individual y en lo social, a partir de la conciencia del respeto a la diversidad de maneras de pensar y de actuar. El ejercicio consciente de nuestro libre albedrio es lo que define y le da vida a conceptos como la democracia, que paradójicamente se utilizan desde la imposición de ciertos grupos como mera justificación.
Las rectas relaciones nos llevan a una reflexión y análisis de la relación entre lo nuevo y lo viejo, para comprender el valor de la historia en este presente y sentar las bases firmes para el futuro. El respecto al tiempo y al uso de la energía nos lleva a que seamos dueños y no esclavos del tiempo. Al estudio y practica del movimiento en los procesos de construcción y en la economía del trabajo.
Las rectas relaciones nos llevan a darnos cuentas de nuestra participación y acuerdos personales con los grupos a los cuales pertenecemos y participamos, desde la familia hasta las organizaciones ciudadanas.
La sociedad es un gran entrelazamiento de sistemas de distintos órdenes e intereses. Algunos bien definidos y otros que no pueden distinguirse fácilmente, pero todos entrelazados para que esa unidad social funcione en todas sus partes. Es muy alto el precio que se paga por esa interdependencia social.
Una sociedad es una unidad viva, con un corpus, con un pensamiento que les identifica, así con emociones que le dan sentido a sus acciones y les permiten expresar desde su corazón la trascendencia espiritual y las razones de su existencia.
Arnold Toynbee resume así el trabajo a realizar en estos momentos de transición que está viviendo la humanidad: “Los nuevos mundos con cuya vida es de la mayor urgencia que nos pongamos en contacto son los mundos espirituales que hay dentro de nosotros, no los mundos del espacio exterior”.
Los viejos esquemas de pensamiento impuestos mediante los mecanismos de control de los grupos dominantes y la nueva visión de lo humano que nace de explicar a través del conocimiento y la experiencia, las posibilidades de un espíritu abierto al humanismo y su trascendencia sagrada, pasa por construir correctas relaciones humanas.