Los ficticios (3)
Nos van a matar, vámonos de aquí
Por: Neftalí Coria
Todo lo que aquel hombre me refería, era verdad. Las palabras eran claras y no tuve ninguna duda.
Cuando el fuego de mi encendedor reveló la tinta de la invisibilidad, pude leer el mensaje que había en la tarjeta: “Tres días a la semana duermo bajo uno de los arcos del Acueducto, frente al Jardín de Villalongín y el resto, a las orillas de la ciudad, en una casa abandonada”.
No especificaba qué días, ni puntualizaba por cuál rumbo de la ciudad, pero ya estaba claro que era uno más de Los ficticios. Mi impulso por buscarlo, seguía como una flama encendida y comenzaba a desesperarme. El hombre tenía el misterio que tienen esos seres en estado de inanición literaria, cuando logramos verlos de este lado, viviendo como náufragos, como vagabundos, como huérfanos y en una soledad impune. Y siempre buscan las casas abandonadas.
En ese hombre vi esa mirada del deseo que no entienden, pero sé que es el de recuperar la vida. Y si aumentamos el esfuerzo de voluntad que pude ver en sus ojos por atarse a la vida, podemos creer que son los personajes quienes convocan las palabras y se hacen presentes en el papel, gracias al buen uso de cada vocablo, y así es como los escritores conviven con ellos en una comunión descomunal. Y en tal armonía, van quedando con la gracia de la tinta y el papel, en una página como una reproducción de los presagios de ambos, como la calca de una persona que piensa, siente y transita en un mundo suyo, bajo una personalidad propia. Es claro que el escritor solo es el medio por donde un Ficticio logra entrar a las puertas de la naturaleza literaria y es el momento en que un personaje se vuelve el corazón de la historia que el escritor ha escrito.
Y cuando este hecho se consolida, es porque hubo voluntad mutua (autor-personaje), que los convocó al mundo de las letras escritas. Pero cuando son abandonados y quedan en el exilio –tal como el hombre me dijo haber quedado–, pueden hacerse presentes y tienen derecho a exigir que un escritor, los lleve al mundo de la ficción, que es donde pueden vivir plenamente y ser verdaderos humanos.
Un personaje caído en ese tipo de desdichas, tiene muchos motivos. Puede ser por desagrado propio del Ficticio o por su ineficiencia estética, por las llamas del fuego, por la disolución en el agua, por el corte de tijeras o por las propias manos del autor que rompieron el papel, negándoles el lugar donde vivían y condenándolos a la muerte y la desaparición de aquel mundo. O logran salvarse y quedar en el limbo de esta realidad y pueden sobrevivir como extensión de la vida del autor, aunque este no lo sepa nunca y esa sea su salvación para buscar oportunidades “de trabajo” visible o invisible, como me la pedía el hombre que me visitó con el pretexto de contarme una historia.
Así fue la salvación del personaje de mi novela y la del personaje que ahora debo buscar, porque un hecho es claro: está vagando en esta ciudad.
Debemos entender que Los ficticios que andan fuera de sus historias –completos o incompletos–, tienen un poder perceptivo inmenso, aunque también hay particularidades, dependiendo de la historia en la que nacieron y sobrevivieron o escaparon por emergencia de salvar su vida o huyeron por su propia intuición.
Mientras escribía la pasada novela, tuve encuentros con ciertos Ficticios, que quizás por la escritura en la que estaba ocupado, daban conmigo. No olvidemos que ellos oyen lo que se está escribiendo, desde el rasgueo de la pluma sobre el papel, hasta acceder visualmente a las imágenes que se van levantando en la página y las pueden mirar como escenas en una pantalla. Y pueden ver las facciones, oír la voz de los personajes y ven con claridad los colores de su vestimenta. Pueden mirar cada objeto que las palabras van nombrando y construyendo, y saben quiénes son los personajes que están trabajando en la escritura.
Uno de esos encuentros, tuvo lugar en Los Altos de Jalisco. Mientras escribía en una mesa del único café de la central de autobuses de un pueblo de esa región, a la espera del viaje de regreso, se me acercó un hombre que oyó lo que estaba escribiendo y sin aviso, como ellos lo hacen, jaló una silla de las de la mesa y se sentó conmigo.
–Usted escribe una novela –me dijo.
Me sorprendió, pero de inmediato supe que era un Ficticio.
–¿Cómo sabe lo que escribo y qué le importa lo que yo haga? –le pregunté molesto.
–Sé lo que usted está haciendo y no disimule, usted ya se dio cuenta que soy lo que soy.
–Sí, sé lo que es.
–Escapé de un cuento para salvar mi vida –me dijo–, usted sabe de lo que hablo.
Estaba desesperado por volver a la vida completa de la ficción. Había escapado de la primera página de un cuento que Juan Rulfo estaba comenzando a escribir. Y mientras el escritor fue a servir un café, él les dijo a los otros tres de sus compañeros:
–Nos van a matar, vámonos de aquí.
Aquellos tres no lo creyeron. En ese mismo momento, les dejó los rifles, las carrilleras y huyó porque se dio cuenta que estaban destinados a morir y se los repitió a los otros tres, que no le creyeron y siguieron adelante. Fueron obedientes al hombre que los estaba construyendo, porque también un personaje en escritura, no tiene más a dónde ir. Bajo la mano del autor y siguieron en la historia. Él había escapado. Y aunque tuvo que cruzar caminos pedregosos, al saltar una cerca, cayó a la realidad y en el salto se rompió una pierna, pero logró vivir ¿y los otros…? Basta leer el cuento.[1]
[1] Ver el cuento La noche que lo dejaron solo. En El llano en llamas de Juan Rulfo.