Luis Sigfrido Gómez Campos
México es el país de las grandes contradicciones. Junto a la belleza natural y cultural de sus espacios, lamentablemente encontramos también grandes cinturones de miseria. Es parte de nuestra realidad. Y muchos quisieran simplemente ocultar a los pobres, como se esconde la basura debajo de la alfombra, pero eso no resuelve el problema. Requerimos una solución de fondo que modere la opulencia y la indigencia.
Pero también es imposible no sentirnos orgullosos de vivir en esta región del mundo que tiene tanta riqueza y que ha sabido colocarse entre los primeros lugares de los 195 estados con reconocimiento internacional, de los 243 existentes en el planeta.
En términos macroeconómicos, según cifras oficiales, México se encuentra en una de las primeras quince economías en el mundo si tomamos como medida la cantidad de bienes y servicios que se producen, o sea, el producto interno bruto PIB. Supuestamente somos la onceava potencia en términos de lo que se denomina paridad del poder adquisitivo. A nivel regional, somos la segunda economía más importante de América Latina y la cuarta en el continente, después de Estados Unidos, Canadá y Brasil. Ocupamos el lugar número 14 en extensión territorial a nivel mundial, con casi 2 millones de kilómetros cuadrados, y tenemos una gran variedad de climas, por lo que somos considerados uno de los 12 países con mayor diversidad del planeta, con una biodiversidad que alberga a más de 12,000 especies endémicas.
Pero cabe preguntarnos entonces: ¿Cuál es la falla que tenemos, no obstante que ocupamos un alto nivel en cuanto a potencia mundial se refiere, seguimos padeciendo grandes desigualdades y un alto nivel de inconformidad política?
No existe respuesta única para explicar satisfactoriamente estas interrogantes, ya que los fenómenos que conforman nuestra realidad tienen un origen multifactorial. La salida más sencilla es echarle la culpa al neoliberalismo y al modelo de desarrollo económico que habíamos elegido para resolver nuestros problemas. Otros le echarían la culpa a la deshonestidad de nuestros políticos, o hay quien diría que se trata simplemente del carácter del mexicano que es hablador, dicharachero, chapucero y flojo; que deberíamos aprender de los japoneses que tienen una actitud casi mística para el cumplimiento en el trabajo. En fin, podemos rastrear diversos factores que por sí solos no explican las causas de nuestros males y que sin embargo todos tienen algo de cierto.
El destino de cada pueblo es trazado por su propia historia en la que confluyen diversos aspectos. México está viviendo momentos de gran transformación y cambios políticos; pero también es cierto que existe una gran polarización política derivada de estos cambios. Estamos saliendo de una grave crisis sanitaria y la violencia no disminuye. Cabría que nos preguntáramos: ¿En qué hemos fallado los mexicanos?