Piénsalo tres veces

Renovarse o morir

Francisco Javier Rauda Larios


«Las estrellas nunca se alinean ni todos los semáforos se ponen en verde al mismo tiempo. El universo no conspira contra ti, pero tampoco está para ponerte las cosas fáciles. Las condiciones nunca son las ideales. El “antes o después” es algo que nunca te llevará a cumplir tus sueños. Las listas de pros y contras tienen casi el mismo efecto. Si algo te importa y quieres hacerlo “antes o después”, hazlo ya. Ya tendrás tiempo de corregir tus errores a lo largo del camino».

Tim Ferris

Creo, y de hecho por eso lo cito, que esta frase de Tim Harris es un buen preámbulo para el título que encabeza el presente artículo: Renovarse o morir.

Me permitiré de igual manera resaltar que esta frase es muy común en el ámbito empresarial, pero aplica perfectamente bien en nuestro ámbito personal.

El término se utiliza en el sentido de que las empresas y organizaciones, así como las personas, deben adaptarse lo más rápido posible, a los retos y exigencias de un entorno en constante cambio.

Y es justo la última palabra del párrafo anterior el meollo del asunto: Cambio.

No es del todo desconocido el hecho de que la mayoría de la gente está consciente de que, tanto a Empresas y Organizaciones, como a la mayoría de las personas, insisto, les cuesta mucho trabajo lograr exitosamente un proceso de cambio.

Lo anterior no debería sorprendernos si partimos del hecho de que las Empresas y Organizaciones están formadas por personas. La empresa no es una estructura jerárquica, ni tampoco una estructura física, ni los sistemas, ni recursos económicos o tecnológicos. La empresa u organización son las personas que la componen y sus relaciones.

Con base en lo anterior, es que debería ser entendible porque el cambio es tan difícil de darse en dichas Empresas y Organizaciones.

Más a menudo de lo que yo quisiera suelo decir que, la tarea más difícil, el trabajo más arduo, que tenemos los seres humanos, es cambiar nosotros mismos.

Siempre estamos esperando que cambie la pareja, que cambien el hijo, que cambie el jefe, que cambie el presidente, que cambie el vecino.

¿Y yo?

¡Yo soy perfecto!

¡Tú estás mal, yo estoy bien!

La cosa, mi querido lector, es que cada uno de nosotros pensamos de la misma manera y ahí estriba la causa raíz del problema.

El cambio es personal.

Pero como ya lo señalé, que difícil es darme cuenta que siempre se trata de mí.

No es mi pareja, soy yo. No es mi hijo, soy yo. No es mi jefe, soy yo. No es el vecino, soy yo, no es el presidente, soy yo.

Cuando realmente entendamos, asimilemos y apliquemos esto en nuestra vida, la vida nos cambiará radicalmente.

Continuando y siendo tajante podría aseverar que, en este planeta, no hay ningún ser humano capaz de hacerme cambiar, de la misma manera que no existe ser humano capaz de hacerlo cambiar a usted, estimado lector.

Pero reconsiderando la afirmación anterior debo reconocer, a manera de aclaración, que sí, sí hay una persona en el mundo capaz de hacerme cambiar, yo mismo.

Y para llevar a cabo ese proceso de cambio, primero debo concientizarme de mi necesidad de cambiar.

Sin embargo, para agregarle un poco más de dramatismo al asunto, esa necesidad de cambio en muchas ocasiones es transparente para nosotros, es decir, no la percibimos.

Lo anterior debido en gran medida a nuestros modelos mentales o, más comúnmente llamados, paradigmas o prejuicios.

Retomando el tema de la renovación, o cambio, organizacional, es evidente la complejidad de la misma debido a lo mencionado anteriormente.

En pocas palabras, si para una persona en particular es difícil ser consciente de su necesidad de cambiar, llevar a cabo una concientización colectiva es un proceso mucho más complejo aún.

Pero no todo está perdido mi muy apreciado lector.

El cambio no es imposible, solo difícil. Y a veces muy difícil; pero jamás imposible.

La forma fácil, por decirlo de alguna manera, de lograr el cambio es, justo como señalé en un párrafo anterior, cuando me doy cuenta, es decir, me vuelvo consciente de mi necesidad de cambiar. Cuando, como suele decirse, “me cae el veinte” o, disculpando el anglicismo, me llega un insight.

Otra forma, un poco más difícil, es que algún agente externo, o situación, me haga ver y reflexionar sobre esa necesidad; pero, aun así, seguirá dependiendo de mí llevar a cabo el cambio.

Una manera eficaz para afrontar el proceso de cambio es poder visualizar las consecuencias de permanecer igual. Si nos damos cuenta de que, de seguir igual, las consecuencias en el mediano o largo plazo serán en nuestro perjuicio; entonces tendremos mayores probabilidades o, dicho de otra manera, estaremos más motivados para emprender dicho proceso de cambio.

Lamentablemente, en muchas ocasiones, los atenuantes son mayores que las motivaciones.

Un ejemplo clásico que suelo exponer en mis talleres y conferencias sobre el cambio es lo que yo llamo la falacia de la falta de tiempo.

Permítame, amable lector, utilizar el siguiente dicho popular para aclarar porque considero que la falta de tiempo es una falacia: “Hay más tiempo que vida”.

La moraleja que un servidor extrae de este conocido refrán es que tiempo si hay, y mucho. Lo que pasa es que somos nosotros, los que no administramos de la mejor manera nuestro tiempo y peor aún, en otras tantas ocasiones, dejamos que terceros lo administren.

Estamos tan ensimismados en nuestros problemas del día a día, que no nos damos el tiempo necesario para evaluar nuestros modelos mentales y examinar con detalle si nuestra forma de ver e interactuar con el mundo nos está llevando a los resultados que realmente queremos.

Vivimos estresados por la “falta de tiempo” y no nos percatamos de que, como mencione en un artículo publicado hace unos meses (“La enfermedad del Siglo XXI y cómo curarla.”), nosotros somos la causa y, a la vez, la solución de dicho problema.

 

En resumidas cuentas, no es que no tengamos tiempo si no que, en la gran mayoría de los casos, no queremos cambiar.

Otra de mis frases célebres en relación a este tema es que la manera más elegante de decir “no quiero”, es decir “no tengo tiempo”.

Pero para nuestra buena fortuna en ese sentido, el tiempo es eterno.

Para finalizar voy a recomendarle un ejercicio amigo lector y no deja de ser, en el mejor de los casos, una sugerencia.

Hágase un “huequito” en su ocupada agenda y tómese unos minutos, mínimo 30, para reflexionar sobre lo aquí expuesto y, abusando de su tiempo y generosidad, agradeceré sobremanera me haga favor de compartirme su experiencia en los comentarios.

De ante mano, muchas gracias.


Información sobre cursos, talleres y conferencias:

paco.rauda@diseñadordelfuturo.com

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