José Juan Marín
Frente a otros países, la historia de los debates en México es relativamente corta, en EUA, por ejemplo, el primer debate presidencial televisado (Kennedy vs Nixon) data de 1960.
En México, el primer debate se llevó a cabo en 1994 entre Ernesto Zedillo (PRI), Diego Fernández de Cevallos (PAN) y Cuauhtémoc Cárdenas (PRD).
La idea original se atribuye tanto a Colosio como a Cárdenas. El primero, originalmente nombrado candidato a la presidencia por el PRI, invitó a debatir a los otros presidenciables en su discurso de aceptación de la nominación de su partido. El segundo, envió una carta al primero el mismo día. La televisión llevó a millones de familias mexicanas una forma nueva de entender a los candidatos y también de magnificar sus flaquezas o apantallar con sus fortalezas.
Tras la muerte de Colosio, Zedillo apareció en el primer debate presidencial en la historia de México.
Mucho ha pasado desde entonces, pero una cosa parece permanecer. En México, los debates presidenciales rara vez tienen impacto en las encuestas y en las preferencias electorales. ¿Por qué?, se me ocurren varias razones:
Primero. -Los formatos. Que si son muy chatos, que si son monólogos, que si hay muchas reglas, que si hay muy pocas, que si son eternos, que si no hay tiempo. El caso es que los mexicanos nos hemos aventado formatos tan inútiles como sacar la tarjetita de la caja, como en el debate del 2012.
Segundo. -Moderadores que actúan más como relojes humanos que como sujetos activos del ejercicio.
Tercero. Candidatos poco asiduos al debate de las ideas y demasiado asiduos a la confrontación, humillación barata y la descalificación personal. La vocación de discutir ideas es débil (en la clase política) en un México en el que por años los candidatos a la presidencia (y a cualquier otro puesto de elección popular) han tenido la certeza de que no había que convencer o persuadir con argumentos.
Cuarto. Ciudadanos poco activos. Siendo justo, quién quiere aventarse 120 minutos de monólogo sin propuesta, con instrumentos dignos de obras de teatro. Entiendo la pereza, pero también apelo a la responsabilidad que como ciudadanos tenemos de participar en el ejercicio democrático de los debates.
En el presente proceso electoral el INE organizará tres debates presidenciales y, según este acuerdo, el del pasado domingo 7 de abril no fue obligatorio, pero sí los del 28 de abril y 19 de mayo.
En este 2024, quizá los debates no cambien radicalmente las preferencias electorales y menos las encuestas, pero podemos empezar a cambiar la idea que tenemos sobre debatir.
A dos meses de las elecciones, Claudia Sheinbaum, Xóchitl Gálvez y Jorge Álvarez Máynez finalmente se vieron de frente ayer domingo.
Los conductores bien, profesionales, interviniendo y sorteando más que a los contendientes, a los errores en la producción del programa.
No es entendible donde el equilibrio del tiempo es columna vertebral en un debate y lo que falle permanentemente ¡sea el reloj!
Sheinbaum se supo administrar, Gálvez entendió que tenía que jugársela a la ofensiva. Y Máynez asumió que tenía que decir y hacerse notar: ‘somos tres y aquí estoy’.
Ojalá sigamos construyendo el camino del debate, exigiendo más a la autoridad electoral, a los candidatos y a nosotros mismos como ciudadanos.
Un mejor debate para México – en el sentido más amplio del término – es aquel en el que se confronten más las ideas que las personas. En el que nos convenzan con argumentos y no con letreros.