José Juan Marín González
Por los estilos rancios y ya consagrados de hacer política en México, pareciera que los ciudadanos no tenemos más que de una sopa, y que no tenemos para dónde hacernos.
Sin embargo, yo diría que sí hay posibilidades de que los electores podamos tener contacto con otra forma de hacer política, y que esa forma de hacer política puede ser una construcción de abajo hacia arriba: ciudadana y social.
En las distintas campañas por la gubernatura, las diputaciones y las presidencias municipales en el Estado, casi como una constante que se repite desde un gran tiempo, hemos visto que la política tradicional son tres cosas:
A.- Es el territorio del hablantín y el merolico que actúan un papel previamente trazado, pero sin un compromiso de fondo por transformar la realidad de sus electores y de la sociedad.
B.- Es el arte de generar falsas y exageradas ilusiones sobre lo que realmente se puede hacer en la vida pública, sabiendo que en realidad no se puede hacer mucho o sólo se puede hacer poco.
C.- Es el paréntesis de niebla en el que todo en la vida del ciudadano se oscurece, porque las propuestas electorales y de partido son remplazadas por los ataques gratuitos, los golpes bajos y la guerra de lodo entre políticos.
Ese estilo de hacer política, reseco y sin altura de miras, ya dio de sí y necesitamos cambiarlo entre todos.
Gente de nuestro país, en épocas ya históricas y en el México moderno, como los intelectuales del siglo XIX (Valentín Gómez Farías y José María Luis Mora, por ejemplo) y los maestros del arte de hacer buena política del siglo XX (como Adolfo López Mateos y Jesús Reyes Heroles), de muchas maneras nos dejaron marcado el camino para hacer buena política y política de la buena.
La buena política se ejerce con valores y principios, y con la coherencia necesaria para responder por ellos. Y lo que vemos es que muchos políticos tienen valores y principios, pero… ¡de dientes para afuera!, porque en la vida real les falta la estatura del político verdadero.
Por otra parte, nada hay más contrario a la política como arte y como ciencia, que el espectáculo de candidatos y políticos que rezuman desconocimiento de los temas, que no saben usar el lenguaje y e ignoran las técnicas de la disertación.
Asimismo, nada hay más contrario a la coherencia ideológica y a la ética política, que ese fenómeno que hoy llaman “del chapulineo”, en que los políticos cambian de camiseta según sus personales intereses, pero carecen de honor para mantener una trayectoria limpia.
Todo esto no es posible tolerarlo ya.
Por eso, desde ahora, lo que necesitamos impulsar de abajo hacia arriba es una política horizontal, que sirva al ciudadano; una política de ideas y con contenidos, que ayude a darle rumbo a la vida colectiva; y una política que no empobrezca la vida social, sino surtidora de soluciones y que de sentido a la vida pública. Con esto, muy pronto haríamos de la política un sinónimo de civilización.