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Luis Sigfrido Gómez Campos

La gran polémica que se desató la semana pasada con la difusión de los videos de la manipulación y sembrado de evidencias en el basurero de Cocula, en el caso de la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa Guerrero, ocurrida la noche del 26 de septiembre de 2014 en la ciudad de Iguala, es un asunto que gira en torno a la verdad.

El entonces procurador de la república Jesús Murillo Karam, fue el responsable de construir, sobre bases endebles, la ya famosa “verdad histórica” sobre el asunto de Ayotzinapa. Su argumento se escuchaba irrefutable bajo la utilización de esa expresión que pretendía ser la neta del planeta: “la verdad histórica”. No pos parece que ya no hay nada que decir, si ya lo dijo, y con gran contundencia, el mismísimo fiscal mayor de la nación, poco hay que añadir.

Sin embargo, si nos detenemos un poco a pensar en lo que significa el enunciado “verdad histórica”, lo más seguro es que nos estemos refiriendo a algo parecido a la verdad de la historia, y si algo hemos aprendido es que la historia la escriben los vencedores; por lo tanto, en esta historia que todavía no se acaba de escribir, Murillo Karam pretendió erigirse como el gran vencedor al que le toca escribir la verdadera historia del caso Ayotzinapa. Gran pretensión, por cierto.

Pero en términos de verdades históricas mucho se ha escrito. La versión oficial de la historia nacional, la que viene en los libros de texto, no es sino una versión idílica de lo que verdaderamente ocurrió en la realidad nacional. Solamente por poner un ejemplo, si tratamos de rastrear el episodio del grito de Dolores, cuando Miguel Hidalgo y Costilla arengó a sus feligreses para iniciar la lucha por la independencia, nos encontramos con varias versiones de su discurso: la versión de Manuel Abad y Queipo (1810); la de Diego de Bringas (1810); la de un Anónimo (1810) recopilado por Ernesto Lemoine Villicaña; la de Juan Aldama (1811); la de Servando Teresa de Mier (1813); la de Lucas Alamán en (1840), y algunas otras versiones, todas distintas pero parecidas. Dicen los historiadores que tal vez nunca sepamos las palabras verdaderas que pronunció Hidalgo esa mañana de 16 de septiembre, pero lo que dijo sirvió para formar el primer contingente para iniciar la guerra por la independencia de México. Y eso que en esta historia nadie trataba de ocultar la verdad de los hechos.

En el ámbito del derecho penal, de lo que tratan todos los juicios es del esclarecimiento de la verdad. Eso es lo que se plantean desde un principio las instituciones y las partes. Se trata, no de crear una historia de los hechos, sino de desentrañar cómo ocurrieron ciertos hechos para, mediante la mayor cantidad de elementos probatorios y con las herramientas científicas idóneas, esclarecer la verdad para imponer una sanción si es que se acredita fehacientemente la responsabilidad de alguien en la comisión de un ilícito.

Pero cuando la verdad se oculta y se construye una verdad histórica, poco tiene ésta que ver con la verdad a secas, con la verdad verdadera, valga la redundancia.

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