Por: Roberto Hernández, Ciencias Sagradas, Red GFU Mundial

 

El Árbol de la Vida y sus diferentes Sefirot son el mapa objetivo que revela la estructura de todas las energías existentes dentro de nuestro vacío.

El espectro o modelo donde operan los diferentes niveles es el Árbol de la Vida y los niveles energéticos diferentes son las Sefirot (dimensiones). Por ese motivo, el primer trabajo importante es saber en qué punto del mapa del Árbol de la Vida nos situamos, porque es desde allí donde estamos percibiendo todas las dimensiones.

El mapa del Árbol de la Vida y sus diferentes dimensiones es la respuesta a la propuesta de que nuestra existencia necesita de un “molde” (en realidad, un molde inicial de ascenso y descenso).

No es lo mismo percibir la realidad desde una dimensión del Árbol (Sefira) que de otra. Nuestro Yo (y el cosmos en general) debe ser percibido desde todos los puntos fijos al mismo tiempo; si esto es imposible, entonces ¿qué debemos hacer?

La energía del Daat (el conocimiento) es la que nos otorga la flexibilidad necesaria para movernos dentro de todas las dimensiones del Árbol de la Vida, por lo que debemos “sospechar” cuando operamos con “respuestas”, porque dichas respuestas son el producto de nuestra falta de movimiento dentro del sistema del Árbol de la Vida.

Por lo tanto, las respuestas pueden ser válidas en el nivel operativo en que se encuentran (Sefira), pero pueden no ser coherentes en otro nivel. La pérdida de coherencia (o la aparición de las contradicciones) significa que estamos comparando energías de niveles dimensionales diferentes. Las respuestas son indudablemente las bases donde se construyen todos los dogmas inamovibles.

Debemos comprender al Yo en cada nivel dimensional (Sefira). Tenemos que analizar al Yo no desde una dimensión en particular, sino desde todo el complejo unificado. De este modo, no podemos atrapar al “Yo” dentro de una estructura fija, porque entonces algunas partes de la estructura general del “Yo” quedan ocultas simplemente porque no operamos en un nivel diferente.

El mapa del Árbol de la Vida y sus diferentes dimensiones debe ser recorrido por completo y varias veces a lo largo de la existencia de una persona para que se pueda comprender realmente su funcionamiento interior. Los niveles de consciencia aumentan en la medida en que recorremos los senderos del Árbol de la Vida con la mayor frecuencia posible sin quedar atrapados en un punto fijo.

Sin embargo, la posibilidad de percibir desde nuestro Entendimiento (Biná) el conjunto total en su complejidad intrínseca es imposible si no dividimos sus partes. Así podemos analizar los fragmentos del Yo a partir de sus diez dimensiones energéticas básicas (Sefirot).

Ahora bien, el conocer fragmentariamente las diferentes dimensiones del Yo, no significa que podemos conocer realmente al Yo en su estructura integral –simplemente conocemos sus fragmentos. Para aproximarnos al “Yo”, debemos operar dentro de toda la estructura del Árbol de la Vida.

Dentro de dicho análisis fragmentario, no existe una distorsión de la realidad, sino una “fragmentación” de la realidad, y así como existe cognitivamente la fragmentación de la realidad, existe la fragmentación de nuestro “Yo”. Sin embargo, si conocemos en profundidad los caminos de nuestras dimensiones interiores, podemos “integrarnos” dentro de un Yo sólido. La solidez del Yo no está dada por el carácter dogmático o fijo, sino por la comprensión de la complejidad interna de sus interrelaciones.

Este es el problema de los sistemas cerrados, ya que son lineales y no circulares. En el caso del Árbol de la Vida, podemos clasificarlo como un sistema abierto, porque se abre en forma permanente hacia el Ain Sof, y esto hace imposible que sea un sistema cerrado. En cierta manera, toda respuesta fuera del Ain Sof es provisional y provoca automáticamente la aparición del dogmatismo.

Los 22 canales del Árbol de la Vida, que son los que relacionan las 10 dimensiones, prueban que hay caminos de ascenso y descenso entre las diferentes dimensiones. Podemos pues bajar y subir de una dimensión a otra de acuerdo a nuestra necesidad de comprensión, porque debemos oscilar dentro de todo el Árbol de la Vida.

En su origen, todas las dimensiones (Sefirot) pertenecen al mismo punto fundamental de donde surge toda la información de esta realidad (tanto la revelada como la oculta); sin embargo, en el despliegue general de la información del plan divino (Adán Kadmon) aparecen las diez dimensiones, y así nosotros podemos comprender fragmentariamente la realidad.

Debemos entrenar a nuestra mente (Biná) a trabajar en la unificación constante de la realidad (Jojmá) con el fin de percibir en esencia la unidad que subyace detrás de todo este mundo de la fragmentación.

Cada Sefirá (dimensión) cumple una función, y lo que es verdad en una dimensión no necesariamente es verdad en otra. Por este motivo, se puede encontrar la felicidad y la comprensión dentro de cada nivel dimensional.

No podemos ni debemos obligar a un sujeto a cambiar de nivel si no se encuentra preparado. Cada uno se encuentra en el nivel que se merece, y si no lo merece, realizará todos los esfuerzos posibles para salir de dicho nivel. Un sujeto deja su nivel cuando, a pesar de su comodidad (mal llamada felicidad), logra avanzar hacia niveles superiores.

Nadie puede soportar un nivel de luz (Or) superior a su nivel de recepción (Kli). Por lo tanto, y con esto exponemos uno de los grandes secretos del misticismo judío antiguo, nada depende del “Or” sino del “Kli” y nosotros somos capaces de obtener el “Or” de acuerdo a la extensión de nuestro Kli.

No obstante, debemos saber que para alcanzar la Jojmá (Sabiduría) debemos trabajar profundamente el Daat (Conocimiento) para obtener de este modo una mayor flexibilidad mental. Cualquiera que sostenga un punto fijo, y por lo tanto, dogmatice una dimensión, está creando un sistema cerrado válido cuya validez se encuentra fundamentada en su propio cierre.

La validez del árbol de la vida es un símbolo potente de comprensión porque se encuentra abierto en dirección al Ain Sof y no sitúa la comprensión en un punto fijo, ya que cada nivel dimensional automáticamente opera sobre otra estructura de comprensión diferente.

En realidad, para operar dentro del símbolo del árbol de la vida debemos recorrer todos los senderos y todas las dimensiones, y debemos ir percibiendo toda la realidad a medida que avanza el recorrido, por lo que siempre nuestro punto de vista debe ser “móvil”.

Al situar nuestro punto dentro del movimiento general del Daat (Conocimiento) y operar en todos los senderos y en todas las dimensiones del Árbol de la Vida, todo conocimiento no se vuelve estático y, por lo tanto, no existe un dogmatismo en ningún momento. Si alguna persona se vuelve dogmática en el estudio del Árbol de la Vida implica que ha fijado un punto estático dentro de algunas de las diferentes dimensiones.

Hay dos formas de derribar la idolatría que siempre se nos presenta como una amenaza al avance del conocimiento (Daat); la primera es la meditación en el Ain Sof, porque su infinitud nos abre ante un sistema abierto en forma permanente, y la segunda, es el movimiento constante dentro de la secuencia del tiempo/espacio.

No podemos fijar un punto en la secuencia del tiempo/espacio, porque es imposible. Cualquier intento mental de definir esta realidad inferior de acuerdo a un punto estático puede provocar la ilusión de control de la realidad.

La característica básica de esta realidad inferior del mundo de la fragmentación (mundo de la Bet) es que nos encontramos dentro de la secuencia del tiempo/espacio, y hasta que alcancemos la Eternidad real del universo de Atzilut (la Emanación) todos los intentos de situar puntos fijos dentro de esta realidad serán aniquilados por el movimiento.

Para comprender esta realidad, tal como hoy la percibimos, debemos desplazar nuestra percepción en el constante cambio que se opera dentro de la secuencia del tiempo y del espacio.

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