José Juan Marín
El gran problema de nuestro tiempo son los fanatismos -de tipo religioso o político- y su pariente gemelo los radicalismos.
Por eso, porque hemos desarrollado una tolerancia imperdonable hacia el radical y el fanático, por eso el mundo anda como anda.
No hemos hecho crecer la serenidad y la mesura en nuestras vidas, por eso la agitación neurótica y la desmesura parecen controlar el mundo.
Un ejemplo de esto es la adoración ciega e irracional de ídolos de barro y de “becerros de oro”, que han crecido en el ánimo, gracias a sus creencias torcidas y al fanatismo de sus lemas y banderas.
Otro ejemplo de esto es la pulsión de guerra y destrucción que, desde febrero de 2022 y hasta la fecha, se ha adueñado del mundo.
Es claro que el acontecer histórico ha producido problemas sin resolver, y que también ha preparado muchos caldos de cultivo para que ingresemos a una nueva etapa histórica de crisis de la razón.
La guerra que desató Rusia al invadir a Ucrania, no sólo fue dictada por la desmesura del Kremlin en su deseo de ocupar y asumir el control de uno de los países más ricos del este europeo, sino que fue dictada, además, por la obsesión de Vladimir Putin de regresar lo que antes fue la Unión Soviética.
La guerra que en semanas recientes desató el ataque sorpresa del grupo terrorista Hamas en el sur de Israel, es otro ejemplo del daño que hacen el fanatismo y el radicalismo en el mundo.
Es probable que no aprobemos, como occidentales, ni la actitud del primer ministro de Israel Benjamín Netanyahu, ni la violencia de Israel sobre la Franja de Gaza, que es territorio palestino en manos de una secta terrorista.
La moraleja y la lección de todo esto es que en el mundo crecen y toman carta de normalidad, preocupantemente, la desmesura, la falta de juicio y el extravío de la racionalidad.
En muchos países ocurre el mismo fenómeno que trae al mundo de cabeza: se premia al que daña y destruye, en lugar de alentar a los espíritus mesurados que buscan la convivencia y no la confrontación.
Para el gran escritor Israelí, Amos Oz la solución se complica por “la vieja lucha entre el fanatismo y el pragmatismo. Entre el fanatismo y la tolerancia”.
Dice que “jamás he visto en mi vida a un fanático con sentido del humor. Con frecuencia los fanáticos son muy sarcásticos y algunos tienen un sentido del sarcasmo muy afilado, pero nada de humor”… “Creo que el síndrome del siglo XXI es el choque entre los fanáticos de todos los colores y el resto de todos nosotros”.
La solución es una sola: en el mundo, no tienen otro camino que apostar al imperio de la mesura y la racionalidad.