Piénsalo tres veces

El fin del principio

Por: Francisco Javier Rauda Larios


 

La confusión que, muy probablemente, le causa el oxímoron que encierra el título del presente artículo queda aclarada, al menos eso espero, mi querido lector, si vamos al significado de “fin” entendido como finalidad o propósito y al significado de “principio” como valor o precepto universal.

 

De igual manera los siguientes cuestionamientos pueden aportar mayor claridad al asunto que aquí nos ocupa.

 

¿Cuál es el propósito, o fin, de mis principios? entiéndase valores

 

¿Cómo me influye el medio y cómo respondo?

 

¿Cuál es el propósito de mi esfuerzo y, mejor aún, para qué me esfuerzo?

 

¿Qué me hace levantarme cada mañana?

 

¿Cómo influyo en los que me rodean y cómo influyen ellos en mí?

 

¿Qué estoy pretendiendo lograr en, y con, mi vida?

 

¿Lo estoy logrando?

 

Si se toma el tiempo para responder sincera y profundamente a estas preguntas, muy seguramente, estimado lector, tendrá un panorama mucho más claro y, una comprensión más profunda de cual es o, quizá tal vez, debería ser el fin del principio.

 

Llegado a este párrafo, espero haber despertado, por lo menos, una leve inquietud, y la suficiente curiosidad, respecto de cuál es nuestro papel en este plano terrenal. Y aprovecharé para invitarlo, mi apreciado lector, a que saque sus propias conclusiones y, obviamente, a que actúe en consecuencia.

 

He comentado en publicaciones anteriores y en más de una de mis conferencias que la reflexión en sí misma es una práctica muy buena para nuestro desarrollo personal; pero que, si no la unimos a las acciones correspondientes, queda simple y llanamente en eso, en un acto meramente reflexivo sin consecuencia realmente práctica y efectiva en nuestra vida.

 

Por lo que haré un énfasis más marcado en el hecho de que es la acción y no la reflexión la que verdaderamente logra que las cosas sucedan. Todo aquello que deseamos crear o transformar solo tendrá efecto significativo a través de la acción.

Lo anterior lleva implícito otro principio curiosamente redundante, el valor.

 

Por qué la redundancia se preguntará. Bueno, porque podemos entender, en mi particular opinión, el valor como un valor, entendiendo este último como un principio.

 

Imagino, también, que, muy probablemente, le asaltará la duda:

 

¿Por qué necito tener valor?

 

Y le concederé a la señora Katherine Pancol, autora de «El vals lento de las tortugas«, la oportunidad de responder, y la cito:

 

Tú miedo te impide pasar a la acción. Y te impedirá que tu sueño se transforme en realidad.”

 

Más clara no podría ser la respuesta, dicho sea de paso.

 

Demos tener el valor para vencer nuestros temores y, a pesar de ellos, atrevernos a llevar a cabo las acciones resultantes de nuestra sincera y profunda reflexión, para mejorar nuestra vida y la vida de los demás, para lograr nuestra plena realización y alcanzar la felicidad, teniendo una vida plena, llena de significado.

 

Concluyo dejándole una última reflexión:

 

¿Será esto el fin del principio?

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