Gabriel Silva


¿Qué sería de tu cuerpo sin el Ser Espiritual que le da Vida?

¿Qué sería del Ser Espiritual si nunca tuviese un vehículo de manifestación en este mundo material o en cualquier otro?

Eres Espíritu antes que cuerpo; no tienes un espíritu, “eres” Espíritu. Tienes Alma (memoria espiritual) y una sucesión de cuerpos desde lo muy sutil hasta lo material.

¿Qué es la materia sino energía, y qué es la energía sino materia, «espíritu amalgamado»?

Uno de los Principios (Leyes Absolutas y Eternas) en “Los Ocho Kybaliones” es Espíritu. Podemos decir que es la esencia inmutable que compone todas las cosas, incluidos los cuerpos de los seres vivientes, aunque en cada manifestación de estos o de los inanimados, la interacción con los demás Principios y las Leyes Herméticas que los componen produce una variedad infinita de cambios de manifestación.

Toda materia proviene del Espíritu, y este se halla imbuido de toda la Consciencia que existe en el Universo, porque es un aspecto de la Divinidad al igual que los otros siete Principios.

En la enseñanza cristiana original (no necesariamente la que dan algunas religiones), Dios es “Omnipresente” (Está en todas partes), “Omnisciente” (Lo sabe todo) y “Omnipotente” (Lo puede todo), pues cada cualidad respalda a las otras dos.

Por ejemplo: la Divinidad está en todas partes, incluso en lo más íntimo de tus pensamientos, sean de la calidad que sean, entonces lo sabe TODO. Si además de estar en todas partes, lo sabe todo, es lógico que lo pueda TODO, porque ninguna acción, palabra, sentimiento o pensamiento como ningún poder, ni entidad ni una mínima parte de la Existencia está fuera de esa Divinidad Absoluta.

Pensar en Dios como un hombre es tan burdo como si las hormigas pudieran razonar y filosofar y pensasen que Dios es una gran hormiga. Ninguna individualidad puede decir qué es la Divinidad Absoluta en sí misma, porque cada una es “infinitesimal”, aun cuando sí podemos decir que “Somos Dios en Esencia”.

Estamos formados en lo espiritual, lo mental, lo emocional y lo físico por Espíritu como Principio Divino. Ya que la personalidad e incluso nuestro Consciente (como órgano suprafísico que nos hace conocernos), son parte de lo Divino, podemos experimentar la Divinidad en nosotros como individuos. Esa experiencia es la “iluminación” –difícil de aprehender y retener en el consciente mental, pero sin duda la más elevada experiencia que puede tener un Ser Humano, y creo que sería así en cualquier Reino Natural. Se experimenta EL TODO ABSOLUTO.

Si bien hay diferentes caminos para alcanzar esa experiencia tan buscada como necesaria, seamos o no conscientes de ello, los dos medios principales, no excluyentes sino convenientes y hasta necesarios en interacción, son el emocional y el mental. La vía emocional consiste en la purificación (Catarsis Cátara) que limpia al cuerpo astral o emocional eliminando miedos, odios y vicios para dejar que emane la espiritualidad natural del Ser. Equivale a quitar los velos que cubren una lámpara, lo cual hace innecesario “forzar” a la Luz a manifestarse.

La otra vía, paralela, interactiva y muy recomendable, es un proceso mental. Se trata de entender a Dios mediante la comprensión de los Principios y Leyes que rigen el Universo en modo permanente, eterno, coetáneo, inexorable e inviolable.

En este sentido, la palabra “Dios” no tiene relación alguna con creencias, religiones, entidades separadas de uno mismo y menos aún, con “el Señor” al que se refieren los escritos bíblicos.

Para los antiguos egipcios, era “Ptah”, cuya traducción incluso en la egiptología oficial es “La Esencia Divina”. Aun cuando se le describa como a un niño envuelto en un ajuar de bebé (siempre está naciendo en todo), con barba larga (es tan antiguo como la Eternidad), con un gorro de nadador (está siempre en las Aguas Primordiales) y tiene todos los atributos de Poder, no se trata de un dios personal sino de una alegoría didáctica.

Para los egipcios, Bah es el cuerpo físico, Ka es el astral o emocional y Lah es el alma. Al-láh significa “más allá del Alma” o “todas las Almas”. Digamos que el Profeta Mohamed no vino a traer una “nueva verdad” sino un conocimiento esencial, una Verdad Eterna, tal como lo hizo Iesus el Esenio, Buda y otros Maestros de la Humanidad.

Al margen de las cuestiones religiosas, con las que se puede estar más o menos de acuerdo, el Islam, como el budismo, conservan un sentido mucho más “metafísico” de la Divinidad, muy alejado del dios personal, tiránico y arbitrario de otras religiones.

Con solo leer los 99 Nombres de Allah, se puede comprender que el Islam no tiene por Dios a un hombre, sino al Ser en sí mismo (uno de sus bellos nombres es El Absoluto), del que nadie ni nada puede “estar fuera”, porque también es el Universo en sí mismo.

La concepción de “El Cosmos” de los ateos, es lo mismo. Alguien que se declara ateo contra la idea de un dios personal, está mucho más cerca de la verdadera Espiritualidad que alguien que se dice creyente. Si tal ateo comprende los Principios y Leyes del Universo, no perderá su sentido crítico y analítico, sino que se aproximará a la Divinidad por el camino de la Metafísica, que es la Madre de Todas las Ciencias y que requiere de “no creer” para poder “comprender y saber”.

Por eso a los musulmanes y budistas, la lectura de “Los Ocho Kybaliones” no les rompe esquemas mentales, sino que les afianza en su comprensión de la Divinidad sin desmedro de sus liturgias religiosas, como tampoco contradice las convicciones de los ateos o su hacer normal en la vida. En este sentido, quien comprende y practica el Cristianismo Gnóstico alcanza el mismo nivel de consciencia respecto a lo espiritual.

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