José Juan Marín González

La violencia política tiene diferentes caras y muchas formas de manifestarse, pero todas ellas son preocupantes.

Por su origen, la violencia política cobra fuerza en los hombres y en las sociedades, cuando el lenguaje se ha distorsionado o corrompido y la posibilidad del diálogo ha entrado en crisis. Lo que suple los poderes del diálogo es el poder de la fuerza y la fuerza del poder.

La violencia política también cobra cuerpo, ahí donde la argumentación racional ha sido cancelada por uno o más actores, y no queda más argumento que el de la fuerza bruta.

Por eso se dice, dentro y fuera de las redes sociales, que “estos son tiempos en los que pareciera que el inteligente debe permanecer callado, para que el bruto no se ofenda”.

Es decir, cuando los brutos y violentos asumen el dominio de la vida pública, lo que hay que lamentar no es sólo una pérdida de la racionalidad colectiva, sino que la fuerza y la violencia tomen el control de la vida social.

Entre la violencia de la palabra y la violencia de la acción, la distancia pueden ser unos segundos o unos milímetros y el descontrol emocional del oponente.

Pero cuando la violencia política pasa de las palabras a los hechos y de los hechos a las armas, de lo que hablamos es de un tipo de violencia autoritaria que no considera legítima la presencia del otro ni su derecho a pensar diferente.

Por eso, si la intolerancia es el desprecio a la voz del diferente, la violencia es el recurso más extremo y autoritario de las formas del lenguaje político, porque no busca construir ni edificar nada, sino sólo eliminar al que resiste, al que se opone y al que ha tenido la audacia de asumir la disidencia como una condición del espíritu.

La violencia política se expresa también en cifras: ahí están los más de 70 atentados contra políticos y candidatos en el país, y ahí están los casi 20 asesinatos de candidatos que han enlutado a México.

Yo diría que podemos alejar la violencia política de la vida social, en la medida que hagamos de la política un torneo de razones que buscan la verdad, y no el imperio salvaje de los intereses en juego.

Yo diría que podemos cancelar la violencia política, en la medida en que comprendamos que el otro tiene derecho a existir, derecho al uso de su voz, derecho al ejercicio de la crítica y derecho a pensar diferente.

Por último, diría que hay que tener cuidado con los que creen poseer la verdad en nombre de ideologías extremas, porque el extremismo es la peor causa que alimenta la violencia política en nuestra sociedad, y esto ¡no podemos permitirlo!

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