Pedro Isnardo de la Cruz y Juan Carlos Reyes
El duelo final por la reelección presidencial en Brasil se dará el próximo 30 de octubre de 2022.
Será entre Jair Messias Bolsonaro, un presidente brasileño con pasado militar, con cerca de tres décadas de diputado nacional y que ha gobernado, en lo económico, con un programa neoliberal desde el Partido Social Liberal.
A pesar de ello, lo ha hecho sin una agenda de proteccionismo aislacionista y ha respetado pragmáticamente el legado de Lula, al haber dado continuidad a los programas sociales sustantivos contra la pobreza.
El gobierno de Bolsonaro ha sido señalado por el comercio ilegal de maderas tropicales y por la “destrucción sistemática” del hábitat de pueblos indígenas en la región amazónica.
En la agenda de política exterior, Bolsonaro construyó una sinergia personal y política clave con el gobierno y ahora ex presidente Donald Trump (quien incluso ha sido un personaje central en su campaña por la reelección), y de su hostil “China está comprando Brasil” en su campaña por la presidencia en 2018, ha establecido una alianza táctica con el presidente de China, Xi Jinping, que llegó a fortalecerse en el seno de la reciente XIV Cumbre de los BRICS (Brasil, Rusia, China y Sudáfrica).
A nivel estratégico, Bolsonaro representa la defensa de valores cristianos y de la familia tradicionales, con el apoyo de líderes e iglesias católicas y evangélicas del país, contando mayoritariamente con su valioso y cohesionado respaldo electoral.
De hecho, bajo su gobierno la influencia de los grupos evangélicos pentecostales permea los tres poderes de la República, particularmente al congreso nacional con más de 170 diputados que difunden los “valores cristianos” y que ha permeado a las familias, los jóvenes y provincias brasileñas.
Bolsonaro profesa a través de su propia familia, una campaña política de culto evangélico (https://efe.com/otras-noticias-america/evangelicos-el-poderoso-pilar-de-…)
Protagonista de controversias e historial de posturas misóginas y machistas, Bolsonaro acostumbra a encabezar multitudinarios actos con evangélicos con su esposa -Michelle Bolsonaro-, a quien la denomina “mujer de Dios”, prometiendo a los feligreses la era de “Jesucristo en el Gobierno”.
Con gran capacidad de comunicación política en las redes sociales digitales, Bolsonaro se desenvuelve, como bien ha reseñado Durán Barba, “con frescura, sus mensajes son directos, tiene sentido del humor, se ríe de todo, también de sí mismo. Cuando un presentador de televisión lo quiso correr por homófobo y le preguntó si tenía amigos gays, el candidato contestó que por eso estaba en el programa y le pidió un beso, en medio del jolgorio nacional. Hace cuatro años cerró la campaña con un discurso pronunciado en el patio de su casa, delante de ropa tendida en sogas”.
Lula, por su parte, deviene de haber hecho mandato presidencial de ocho años de gestión (2003-2010), con una exitosa reducción de la pobreza nacional cercana al 10% (significando alrededor de 40 millones de menos pobres) y el haber elevado a Brasil a la potencia global de Sudamérica.
Lula concluyó su segundo mandato presidencial con un 87% de popularidad.
Ante el escándalo nacional de la Operación Lava Jato asociada a corrupciones latinoamericanas vía Petrobras, que condujo a políticos y empresarios prominentes de Brasil a la cárcel, Lula fue condenado a ocho años por corrupción por -presuntamente-haberse beneficiado de un regalo de un departamento por una empresa constructora, que frecuentaba, pero en el que nunca vivió. El Juez Sergio Moro -protagonista de la persecución política y el encarcelamiento contra Lula-, se convirtió en Senador de Brasil en el mandato de Bolsonaro y ha sido reelecto, y ahora con su esposa en el legislativo federal.
Su sentencia por “corrupción pasiva y lavado de dinero” le implicaba purgar una condena de 8 años de prisión. Fue inculpado por violaciones procedimentales al debido proceso en el sistema de justicia brasileño, estando sólo 580 días en la cárcel.
Lula puede cosechar lo que ha sembrado en su trayectoria: sabe cómo gobernar con coaliciones de partidos fragmentadas, como lo hizo con las alrededor de 3 decenas de partidos que han constituido el Congreso: se verá si granjea a su favor alianzas tácticas clave de partidos minoritarios que compitieron por la Presidencia en la 1a. Vuelta, con Ciro Gómez y Simone Tebet cercanos a su propio liderazgo cuando fue Presidente, o al proyecto de izquierda socialdemócrata a la brasileña.
Bolsonaro, recientemente ha logrado a su vez el respaldo del gobernador del estado de São Paulo, Rodrigo García y de Romeu Zema, el gobernador de Minas Gerais, uno de los más poblados de Brasil.
Lula avanza con el apoyo de personalidades y colectivos nacionales que ven a Bolsonaro como “enemigo de la democracia”: Gilherme Leal y Pedro Passos, líderes y socios de Natura, así como el colectivo Derribando Muros (DM) – que integra académicos, políticos, científicos y empresarios-, le han refrendado su apoyo para la Segunda Vuelta.
Hay un duelo mesiánico, pragmático, geopolítico, ideológico y personal por el poder entre Bolsonaro y Da Silva, que ya gravita en las raíces, en las estructuras de poder y del sistema político, en la cotidiana polarización social, política, religiosa y clasista, del país latino más poblado y con mayor desarrollo económico.
En Brasil están construyendo su futuro, es una nación más presente en el comercio mundial y en la geopolítica, con grandes negocios, flujos comerciales agroindustriales y mercados de futuro con China, Europa y EUA, principalmente.
Demasiado conocidos los candidatos para lienzo de reelección: un electorado cansado que debe elegir lo mismo y a los mismos, donde las y los electores se descubren sin alternativas, frente a protagonistas de su pasado de décadas y reciente.
Bolsonaro ya ensaya su cambio de estrategia por el golpe de sorpresa que dio, a la mano del triunfo que las encuestas descartaron y dado que los indecisos pueden crecer y el abstencionismo puede afectar las posibilidades de Lula.
Bolsonaro necesitará al menos más de 7 a 9 millones de votos adicionales a los que obtuvo en la primera vuelta, si Lula sostiene su caudal electoral.
A nivel territorial, la primera vuelta muestra lo parejo de la contienda: “la votación presidencial estuvo claramente repartida para los dos candidatos; nunca hubo una primera vuelta con la concentración de votos tan marcada: en las 5 regiones del país, Lula tuvo sus tres principales victorias en el Norte, Nordeste y Sudeste, mientras que Bolsonaro tuvo sus mejores performance en el Norte, Centro Oeste y Sur; Lula venció en 14 estados y Bolsonaro en 12 más el Distrito Federal, con la diferencia señalada de un poco más de 6 millones de votos de Lula sobre Bolsonaro. En cuanto a los estados con mayor población, Bolsonaro ganó en San Pablo, Río de Janeiro, Río Grande do Sul, Santa Catarina y Paraná, mientras que Lula salió victorioso en Bahía, Minas Gerais, Pernambuco/ Ceará” (Informe CELAG).
Lula da Silva tiene la ventaja de la experiencia en ganar segundas vueltas y acaso, el conocimiento de las entrañas de su pueblo, y tal vez en este mes decisivo, si descifra las emociones que más perturban al electorado en este momento de la vida nacional.
¿Qué perfiles de electores pueden decidir la elección?: pobres extremos, fieles cristianos, o las “nuevas casi clases medias” -diría el economista Alfredo Serrano-, politizada, que ha naturalizado los derechos sociales adquiridos, en constante vinculación con las redes sociales, con otros marcos culturales, con subjetividades por conocer, a quienes “el Banco Mundial le llama ‘clase vulnerable’, porque dejó de ser pobre pero nunca pasó a ser rica; todavía susceptible de retroceder si la economía no crece lo suficiente. La restricción económica externa pone en riesgo su permanencia.”
El verdadero Gigante del Sur tiene una cita electoral clave para su destino.
Con eco en la política antidemocrática de Trump, Bolsonaro en la primera vuelta cantó su intención y voluntad política de desconocer los resultados electorales, e incluso planteó su disposición a un conteo paralelo por las fuerzas armadas.
Es claro que si Lula obtiene un triunfo demasiado estrecho en la segunda vuelta, Bolsonaro podría medrar un golpe de Estado y/o el desconocimiento de los resultados electorales, a pesar de su descrédito actual y el rechazo a dicha decisión por la comunidad internacional.
La lección sudamericana para el resto de América Latina confirma la celada anti democrática: estamos atrapados en el populismo -sea de izquierdas o de derechas-, que frena el desarrollo, mantiene a las masas entretenidas y aplaude el espectáculo histriónico y lúdico de sus actores políticos corruptos.
En fin, ambos contendientes pueden ganar.