José Juan Marín

 

Hoy hagamos tregua a los giros vertiginosos que vivimos actualmente en el mundo y demos paso nuevamente a la mágica memoria de María Sabina Magdalena García, conocida -a secas- como María Sabina, no es sólo la curandera madre de la tribu mazateca, allá en Oaxaca, sino la mujer más universal de tierras mexicanas.

 

Sus antepasados mazatecos dominaban la medicina tradicional, la botánica y las artes de la curación por el bálsamo del canto y el lenguaje, de modo que ella terminó siendo la mística de los hongos sagrados, la embajadora del saber antiguo de su tribu y figura de primer orden de la etnobotánica mexicana.

 

María Sabina fue conocida en el mundo por el culto a los hongos alucinógenos que, según la tradición filosófica chamánica, sirven para hablar sobre el lenguaje desde el lenguaje, para razonar sobre el ser desde el ser y para abrir caminos de comunicación invisibles entre los dioses y los hombres.

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Ese rito chamánico abrió las puertas de la percepción de muchos, curó a cientos y fue una moda cultural en la década de los setenta, cuando “la sabia de los hongos” llamó la atención de los botánicos, los literatos, los pintores, los músicos, los poetas y los intelectuales.

 

Si en 1964, Fernando Benítez publica en Editorial ERA su libro “Los hongos alucinantes”, es porque hizo dos peregrinaciones a la Meca de María Sabina, en la sierra de Huautla de Jiménez, en el corazón de la tribu mazateca, y ahí vio que las visiones alucinantes producidas por el hongo provenían del éxtasis de los sentidos, de un “taller divino”.

 

Se conoce a Gordon Wasson como el padre de la etnomicología, no sólo por su vasto conocimiento de las propiedades químicas de las plantas alucinógenas de México, como los hongos y el peyote, sino por la información científica que acumuló sobre sus efectos en la sangre y el cerebro. Y Gordon Wasson conoció y convivió con María Sabina.

 

Por sus cantos chamánicos, María Sabina fue incorporada por Gabriel Zaid en la primera edición del “Ómnibus de poesía mexicana”, que apareció en los años sesenta.

 

Sin embargo, la poderosa “medicina mental” que se atribuye a los hongos, atrajo también a otros numerosos estudiosos a la religión primitiva y a la “caverna encantada” de María Sabina.

 

Por eso entraron en contacto con María Sabina, y con su sabiduría antigua, el científico suizo Albert Hofmann, el filólogo y antropólogo Gutierre Tibón y el periodista italiano Elemire Zolla, quienes después de entrar en contacto con los hongos y de conocer a María Sabina, no sólo extendieron el culto más allá de nuestras fronteras, también hicieron del hongo y sus rituales un misticismo popular.

 

María Sabina murió, de muerte física, un 22 de noviembre de 1985, en la montaña de sus propios dioses. Pero le sobrevive una creencia: la de que el hongo facilita el contacto con el Dios de uno y el Dios de todos.

 

 

 

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