Piénsalo tres veces

La ciencia de la felicidad, no tiene nada de ciencia

Parte I

Por: Francisco Javier Rauda Larios


He tomado café casi toda mi vida y, lo confieso, suelo jactarme de que dicha bebida no me causa problema para dormir, de hecho últimamente suelo tomar café incluso por las noches y, la mayoría de las veces duermo de maravilla.

Pero en esta ocasión algo debí haber hecho diferente, ya que por alguna razón no podía conciliar el sueño, y no se usted mi querido lector, pero yo, cuando no puedo dormir, me da por ponerme a filosofar o, lo que es lo mismo, me da por pensar sobre lo que he hecho en mi vida, para bien o para mal y las consecuencias que ello me ha traído para bien o para mejor.

¿Por qué para bien o para mejor? Se preguntará usted, bueno, la cosa es que he llegado a la conclusión que nada es para mal, aunque también es válida la opción alternativa, nada es para bien. Lo bueno y lo malo es subjetivo.

Ya he mencionado, en muchos de los artículos que he publicado, que desde hace varios años me dio por dedicarme a eso que llaman consultoría o asesoría empresarial; aunque, eso de empresarial es una falacia, a quién de verdad se asesora, o intenta uno asesorar, es a la gente, a las personas de carne y hueso como usted y como yo.

Esta práctica, debo decirlo, encierra una gran verdad. Una verdad que Joaquín Sabina, dicho sea de paso, es uno de mis cantantes favoritos, expresa maravillosamente en una de sus canciones y esto es que, como él lo dice:

“es crudo aceptar, que no hay ser humano que le eche una mano a quién no se quiere dejar ayudar.”

Esa verdad, insisto, he tenido la oportunidad de comprobarla en muchas, muchas ocasiones, si me quiero ver exagerado, diré que casi a diario.

La razón de ello es porque, créame y lo digo con la mano en el corazón, no me considero la Madre Teresa, ni mucho menos; pero en mi diario actuar trato de ayudar, en la medidas de mis posibilidades,  a las personas con las que convivo  a ser felices, el asunto es que, la mayoría de la gente, por alguna extraña razón, no quiere ser feliz.

¿Qué? Dirá Usted.

Un tanto sorprendido, otro tanto incrédulo y quizá, ¿por qué no? Escéptico.

Bueno, intentaré facilitar su razonamiento.

Si todos fuéramos felices, no existiría lo que ahora se ha dado en llamar la Ciencia de la Felicidad, ni se investigaría tanto al respecto, ni se organizarían foros, ni Tal Ben-Shahar sería uno de los profesores más famosos de la Universidad de Harvard y uno de los mayores exponentes de la Psicología Positiva o, lo que podría considerarse un sinónimo, la Ciencia de la Felicidad, a nivel mundial.

Y claro está que no es el único, Usted podrá encontrar muchas otras personas como la profesora de Psicología de la Universidad de California en Riverside, Sonja Lyubomirsky o como el célebre Dr. Martin Seligman, precursor de la ya mencionada Psicología Positiva.

Por otra parte, debo confesar, una vez más, aunque esto parezca un confesionario, que, en mí alterada nebulosa cerebral, por un instante me sentí descubridor del hilo negro creyendo que era el primero en pensar que la felicidad es, en realidad, una habilidad; pero, para mi sorpresa y agrado, me encontré con un libro de Jim Leonard que habla de la habilidad de ser feliz.

La cosa es que el Sr. Leonard le da un enfoque más pragmático, de hecho desarrolló una técnica que Él llama “Vivation” y que va encaminada a, precisamente, la práctica de ciertas técnicas de respiración y relajación, entre otras cosas, para alcanzar la felicidad.

El giro, radical y, ¿por qué no? disruptivo, que yo le doy a este concepto de “Habilidad de ser feliz”, es lo que le da el título al presente artículo. Para mí, la Ciencia de la Felicidad, no tiene nada de ciencia.

Antes de continuar, debo hacer mención a otro de mis autores favoritos, que es, nada más, ni nada menos, que el Dr. Edward de Bono, padre del concepto del pensamiento lateral y que, en la mayoría de sus escritos, y créame, son muchos, habla acerca de, lo que, para mí, es otra de las maravillas del mundo: la simplicidad.

¿Por qué traigo en este momento a colación el concepto de simplicidad?

Bueno, porque ser feliz es mucho, muchísimo, más simple de lo que usted se pueda imaginar.

En eso estriba lo complejo de la simplicidad, sí, ya lo sé, es un oxímoron o paradoja, si le sienta mejor.

Pero así es.

Ser feliz es tan simple que, la propia simplicidad del hecho, nos lo vuelve, insisto, maravillosamente difícil, en muchas ocasiones, lamentablemente, aunque la salud nos vaya en ello.

No voy hablar aquí sobre las bondades de la felicidad, ya otros han hablado, mucho, y con mayor elocuencia que un servidor, sobre el tema y, para ser honesto, estoy plenamente convencido de que, para la grana mayoría de lectores que hacen favor de leerme, usted incluido, mi querido lector, este conocimiento no es ajeno.

Pero, para resumirlo un poco, citaré algunas palabras de la Dra. Sonja Lyubomirsky:

La felicidad no sólo es un estado anímico, es un factor comprobable y medible.

Cuando se llega a una innovación tecnológica, en la mayoría de los casos, sino es que siempre, se habla de algo que se conoce como “ingeniería concurrente”, esto es, dicho en palabras llanas, que para que algo suceda tuvieron que haber concurrido ciertos factores, sin los cuales dicha innovación no hubiera sido posible.

Como ejemplo, si los bulbos de rayos catódicos no hubieran evolucionado a los microchips que conocemos ahora, sería prácticamente imposible que yo estuviera escribiendo esto en una PC y, por otro lado, pudiéramos traer en la mano un teléfono inteligente como el que la mayoría de nosotros porta ahora. Lo anterior también hubiera sido imposible si, al mismo tiempo, no hubiera existido el software correspondiente. ¿Me explico?

La razón del “paréntesis” tecnológico es porque, de igual manera, para desarrollar la habilidad de ser feliz, necesitamos hacer concurrir en nuestra mente un sinnúmero de factores.

Y siguiendo con la analogía, podríamos aplicar aquí una ingeniería inversa, empezando por hacernos la siguiente pregunta:

¿Qué nos impide ser felices?

Y en este preciso momento me viene a la mente la famosa técnica de resolución de casos del, no menos afamado, Sherlock Holmes:

“Watson, quita lo que es imposible y te queda solo lo que es posible.”

Ya ve usted que “simple” es la cosa.

Usted, estimado lector, en este momento o quizá más tarde, por la calle, en el café o bajo la ducha, incluso en sueños, podrá encontrar muchas respuestas a la inquietante pregunta.

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